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Empieza la batalla

En el prólogo que Ricard Torrens escribió de la versión catalana del Hiperion de Hölderlin, aseguraba que Hiperion era el ser que todo lo había perdido. Pero, al mismo tiempo, también era aquel que todo lo había tenido, y a la vez, el hombre que todo podía recuperarlo con el canto. "Con el canto, los pueblos bajan del cielo de su infancia hacia la vida activa, hacia el país de la cultura. Y con el canto retornan a la vida original". El canto poético, la lírica de la inteligencia. Releo Hölderlin estos días, quizá como nostalgia de una poética que me fascinó en la adolescencia. Retornan los viejos mitos... Y con sus lecturas, retornan sus simbolismos, sus punzantes preguntas, la incertidumbre que inevitablemente nos crean. Sin embargo, y a pesar de que la intimidad se vista de poesía, el mundo exterior empieza hoy su prosa más abrupta, y nos apela sin respiro, como si fuera una ocupación completa de nuestros sentidos. ¿Cómo sustraerse a esta realidad pesante e imperial que nos ocupa y preocupa más allá del interés político habitual? Ayer se iniciaba otra campaña electoral. Pero todos sabíamos que el día había empezado antes, cobijados bajo los paraguas que no escondían el enfado del momento, ni tampoco el sentido de lo que hacíamos. El día había empezado horas antes en la plaza de Sant Jaume, unos miles contra lo de ETA y sus monstruos. O no. Quizá el día había empezado unas semanas antes, cuando nos insultaron con una tregua-trampa. O no. Había empezado aún semanas antes, cuando los sectores más golpistas del pensamiento español decidieron poner a Cataluña bajo sospecha. Y sí. Aún había empezado antes, con un viaje directo al error, convertido Perpiñán en el paisaje de nuestra pesadilla colectiva. El día de ayer, pues, venía sobrecargado de días, todos ellos interactuando como lo que eran: una pesada carga. De manera que, a pesar de Hiperion, que todo lo recupera con el canto, los Hiperiones que somos no sé si vamos a recuperar el sentido de las cosas, contaminados de ruido, consigna, insulto y baile de demonios. La política, estos días, contiene espectros que nos azuzan los bajos instintos, y así aparecen las palabras que hablan de asesinos y borrachos. Campaña electoral surgida del barrizal, del verbo intolerante, del error sin enmienda, del desprecio. Difícil campaña.

Tan difícil que, a pesar de la incredulidad en su eficacia, me parece de recibo hacer algunas llamadas al orden, desde la autoridad que otorga el ser ciudadano de este país. A los del Partido Popular, que vuelvan al orden pertinente de la convivencia, que ya se han divertido suficiente con nuestros huesos, y que recuerden que conseguir votos con la maquinaria de la intolerancia es una bomba de relojería. No tendrían que usar el nombre del terrorismo en vano. No tendrían que poner a Cataluña bajo sospecha. No tendrían que resucitar los peores discursos del nacionalismo español. No tendrían que dinamitar los puentes aéreos. No tendrían que otorgarse una Constitución que, para más inri, muchos de ellos habían despreciado. Y, sobre todo, no tendrían que caer en la tentación de ganar el poder a base de erosionar a la democracia.

A los de ETA, ninguna llamada al orden, porque hay palabras que retumban en las oquedades de la miseria humana. Sólo rezar a los dioses para que no añadan su propia campaña de muerte a la campaña electoral.

A los socialistas, que hablen más entre ellos, que algunos virreyes autonómicos dejen de hacerse la campaña personal con la pérfida maniobra de atacar a Maragall para así dinamitar a Rodríguez Zapatero. Que sean ellos los reconstructores de los puentes de Sepharad, y que recuerden al mundo que, más allá de la caverna, hay una España con la que poder hablar y con la que querer entenderse. Existe el mundo más allá del Abc y La Razón.

Y a Josep Lluís Carod Rovira, sobre todo a Carod, la más seria de las llamadas al orden, hechas todas las defensas a su persona y a su trayectoria. Que renuncie a la tentación del martirologio, ya que fue él quien edificó puertas en el campo por donde colarse los demonios. Que no convierta un error en una épica, y que no intente crecer electoralmente a base de alimentar el victimismo. Que no sean los votos del estómago sus votos de crecimiento. Y dicho esto, mucho más, quizá lo más importante. Estimado Carod, hablando la gente se entiende. Bonita, seria y digna máxima, moralmente impecable. Pero, ya que ese es el lema electoral, es el compromiso publicitado, y esa es -y me consta- la convicción, ¿por qué aún no has hablado? Me resulta incomprensible dada la obligación moral para con los ciudadanos, la lealtad obligada para con Maragall y el efecto terapéutico que tendría en las campañas de intoxicación que padecemos. Seis horas de conversación con ETA obligan a una seria explicación pública y, sobre todo, a la más exigible de la transparencia. Tu silencio no te hace sospechoso de sospechas malévolas, al menos para algunos de nosotros. Pero tu silencio, por ósmosis, convierte en sospechosa a toda Cataluña y, además, siendo el centro del juego, la deja fuera de juego. No puedes vendernos la bondad extrema de la cultura del diálogo, irte a ver a los asesinos de Ernest -y de tantos-, tejer el diálogo durante horas y, después, no explicarnos nada. Porque ello es una estafa. Fundamentalmente, una estafa al propio diálogo que propugnamos. ¿Qué tenemos que hacer, defenderte sin saber? ¿Defenderte por dogma de fe? Y lo hacemos, pero lo hacemos con fatiga. Cuidadín, pues, que no sólo eres víctima, aunque también estás siendo víctima.

Por último, llamada al orden de uno mismo. Para que no nos puedan los demonios del grito y el insulto y para que, al final, el voto sea lo que tendría que ser: no el depósito de nuestros instintos, sino el ejercicio de nuestra inteligencia.

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