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Columna
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Del incendio a la chapuza

Poco tiempo después de que el fuego arrasara su estudio y redujera a cenizas muchos de sus cuadros, el pintor Pedro Goiriena (Barakaldo, 1953) tuvo la chispa creativa de reaccionar inventándose una muestra sumamente original en forma de instalación...

Siete meses después, vuelve al mismo lugar expositivo (galería Catálogo General), para exponer cinco obras de gran tamaño, cuya fabricación gestora parte del recuerdo anímico de algunos de los cuadros destruidos en aquel incendio. En algún caso se ha aprovechado determinados cuadros que quedaron semichamuscados.

Esta vez la muestra no se justifica por ningún lado que se mire. Se cumple el dicho popular respecto a que nunca segundas partes fueron buenas. Puede verse a las claras que la ejecución ha sido hecha de modo rápido, de tal suerte que buena parte del acabado parece trazado como al desdén. Y ese desdén es el que le confiere a los cuadros un carácter que podíamos llamar chapucero o, si quiere decir más finamente, inhábil. En este punto conviene recordar que algunos cuadros de los que anímicamente se memora contenían en términos artísticos una solvente calidad. Al pintar desdeñosamente sobre su envés se ha anulado su parte noble. Se ha cometido el error de querer primar la caprichosa novedad sobre la calidad. No siempre lo nuevo es sinónimo de bueno.

Como no encontraba en lo mostrado valor alguno digno de mención -lo que me extrañaba por tratarse de un artista que ha acreditado poseer talento en más de una ocasión-, le invité a que explicara a través del magnetófono lo que visualmente nosotros no veíamos.

La transcripción de sus palabras apenas hicieron variar la opinión que teníamos sobre la muestra. De su haz parlero se desprendía demasiado subjetivismo. Este racimo lo prueba: "Andada en torno a las fragmentaciones. Unos ven un damero, yo veo una red. Sigo pensando en plan simbólico, es la red" / "Estoy encantado, porque es la única vez que he pintado lo que quería pintar. Todos los pintores hacen trampas, pero en este caso yo creo que no he hecho ninguna"/ "Voy a hacer lo que quiero hacer" / "Una red, un juego, porque el damero es un juego o una ciencia o un concepto o lo que sea"/ "Y luego hay elementos que recuerdan a cosas que yo he perdido"...

Tras esos puntos suspensivos deberíamos preguntar qué pasa con el arte en relación a ese yo subjetivo aquí aludido. ¿Quizá pasa que el yo del artista siendo el motor vivo de la creación artística, una vez la obra se termina ese yo no cuenta para nada o cuenta menos de lo que el propio artista cree? ¿Tal vez queda única y potencialmente la mirada ajena y atenta de quien contempla esa obra? No sé. Sólo sabemos que preguntar es la voz primera del ser humano.

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