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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sombrío Irán

El auténtico poder iraní, el del clero integrista, no se deja impresionar por los democratizadores. Frente a la dimisión de un centenar de diputados y la petición del Ministerio del Interior y los gobernadores provinciales para que se retrasen las elecciones generales, previstas para el 20 de febrero, el Consejo de los Guardianes, vigilante supremo de la ortodoxia, ha decidido mantener el veto para concurrir a los comicios sobre más de 2.500 candidatos reformistas, así como la fecha de los comicios. El presidente reformista, Jatamí, que ayer reapareció tras haber sido hospitalizado el sábado, se retractó de sus declaraciones sobre el "callejón sin salida" en que se encuentra el proceso electoral.

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La magnitud de la purga revela inequívocamente quién manda en la teocracia de los ayatolás. En la pugna por democratizar Irán, los reformistas no dejan de ceder posiciones. La gran victoria electoral hace cuatro años de los candidatos aglutinados en torno a Jatamí ha servido de poco. Lo certificaron las elecciones locales del año pasado, con su formidable abstención, en las que el campo liberal perdió la mayoría de las ciudades. Los reformistas, a medida que incumplían sus promesas de responder enérgicamente al avasallamiento, han ido perdiendo también credibilidad.

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El propio Jatamí, elegido en loor de multitud en 1997 y reelegido en 2001 prometiendo apertura y el imperio de la ley, ha acabado siendo un especialista en amagar y no dar. Reiteradamente ha amenazado con dimitir si no se adoptaban medidas democratizadoras cruciales, sólo para continuar en el cargo después de verse burlado y apelar por enésima vez a la paciencia de sus conciudadanos. El presidente sigue predicando moderación en un país sometido, donde dos tercios de la población tienen menos de 30 años y están hartos de dogmas religiosos, prohibiciones, segregación sexual, penuria económica y aislamiento internacional.

Irán sufre una contradicción imposible. La legitimidad de la república islámica deriva oficialmente de las elecciones, pero quienes deciden su destino son unos pocos iluminados que nunca han sido votados. De mantenerse la purga de candidatos que acaba de confirmar el Consejo de los Guardianes y la justificada apatía de los iraníes, el ala integrista del régimen puede acabar afianzando su modelo social incluso por la vía de las urnas. El máximo líder iraní, Alí Jamenei, que mantiene un control férreo sobre el país y sus instituciones clave, no responde ante los electores. Sólo ante Dios y los doce guardianes, a los que él mismo ha colocado.

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