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El nacionalismo de Zaplana

Con una declaración de modestia arrancó a hablar Eduardo Zaplana. Su conferencia -dijo- sólo de manera petulante podría admitir esa denominación, y prefirió nombrarla como "reflexiones en voz alta". Le concedo sin esfuerzo que el discurso que hiló ante un público nutrido, con el título Un proyecto para seguir avanzando, era efectivamente una conferencia, con lo que en este punto pongo su vanidad a salvo. Ahora bien, fue una muestra sorprendente del más rancio nacionalismo valenciano, un nacionalismo que yo creía desprestigiado por viejo, provinciano y acomplejado.

El acto, organizado por el Foro de Opinión en el Hotel Astoria de Valencia el pasado día 26, se inició con la hagiografía que la presentadora hizo de la vida y milagros del Ministro Zaplana, ex presidente de la Generalitat Valenciana, y ya en esas primeras palabras se nombró al diablo: la "expansión insaciable del catalanismo". Ése era sólo el aperitivo. Le siguieron las referencias continuas de Zaplana a Maragal (sic), que se multiplicaron de tal modo que no parecía sino que el duelo electoral en España fuera con éste y no con Rodríguez Zapatero, al que apenas dedicó dos frases. (Es un misterio que Zaplana siga diciendo Maragal, más misterio si cabe que cuando lo dicen otros dirigentes políticos, ya que Zaplana ha sido durante 8 años presidente de la Generalitat Valenciana. Con lo fácil que es pronunciar, si no otra cosa, al menos "gai" en vez de "gal", habría que preguntarse si lo suyo es desprecio, distancia, o voluntad recalcitrante).

En una de sus andanadas contra el enemigo catalán, Zaplana ironizó sobre la defensa de la paridad que hacen los socialistas y la realidad del gobierno de Cataluña, en el que tan sólo hay "dos señoras" de consejeras. Contrapuso esta situación al hecho de que en cabeza de las listas electorales, el PP hubiera puesto más "mujeres" que el PSOE. Y por la boca murió el pez. Queriendo demostrar que los populares defienden mejor que nadie los intereses de las mujeres, y por eso hay tantas en cabeza de lista, traicionó su verdadero pensamiento. ¿Por qué son "señoras" las del gobierno tripartito catalán y "mujeres" las del PP? Cualquiera de los que oyó este juicio de Zaplana interpretó correctamente el deíctico social "señoras" como un término despectivo, frente al más prestigiado "mujeres". Es curiosa esta pragmática, pero así ha sucedido: el uso de "señora" para nombrar a la "señora de" ha tenido como consecuencia que hoy se pueda despreciar, en determinados contextos, a una mujer llamándola "señora", porque el término recuerda a una mujer dependiente y ociosa. (Si creen que no es así, piensen en la diferencia que hay entre decir que este artículo lo ha escrito una "señora" o una "mujer"). Así pues a Zaplana no sólo le parece mal que sólo haya dos mujeres en el Gobierno catalán, sino que además duda de sus capacidades al llamarlas "señoras", y al hacerlo nos permite entender que aún es de los que se muestran incrédulos ante el valor de las mujeres por el hecho de ser mujeres. ¿O quizá sólo es así ante las mujeres del gobierno catalán?

Sin embargo, lo peor de la conferencia fue su declaración patriotera. Puesto que Carod-Rovira suele hablar de los países catalanes -dijo nuestro ministro-, esperaba que no hubiera negociado con ETA la ausencia de atentados en la Comunidad Valenciana, porque los valencianos queremos ser víctimas como el resto de los españoles. Tal declaración pretende demostrar que los valencianos somos nobles y valientes, porque estamos dispuestos a morir por nuestros ideales. Es un argumento del nacionalismo instintivo, ese que se agita inocentemente en los partidos de fútbol, el mismo que enardece, menos inocentemente, banderas, y enciende los ánimos guerreros: "somos los mejores, nuestra Comunidad es la que más ha progresado de España, nuestras finanzas van mejor que las de otros, nuestras infraestructuras nos colocan a la vanguardia del país, incluso del mundo; y sobre todo si a alguien no tenemos nada que envidiar es a nuestros vecinos, los insaciables catalanes, que además son cobardes, y por eso pactan para que se mate a otros".

Estar dispuesto a morir por la patria determina un modo históricamente superado de pertenencia a una colectividad. Estoy segura de que muchos de los asistentes hubieran preferido que nuestra identidad tuviera más de futuro que de pasado, más de ciudadanía que de pueblo, a pesar de los aplausos que acompañaron estas salidas de tono. Al fin y al cabo es fácil aplaudir cuando se trata de aplaudirse. Si cosechamos tantos éxitos, ¿por qué no habríamos de celebrarlos? Pero la audiencia no fue muy entusiasta. Zaplana, que había afirmado que no quería conceder ni medio segundo a combatir la mediocridad, tampoco dedicó ni un solo argumento a la inteligencia de los asistentes. Estos sintieron el regusto acomplejado de unos resultados "exitosos", como decía nuestro conferenciante, que necesitan para serlo medirse con el vecino amenazador. Y además eso ya tenía que ser agua pasada. ¿Todavía estamos ahí?, habrán pensado muchos en su fuero interno, mientras caminaban hacia sus casas.

Regresé a la mía silbando una canción de Frank Zappa, no podía dejar de repetir su tonadilla. La letra dice: "What's the ugliest part of your body? Some say your nose, some say your toes, but I think it's your mind" ("¿Cuál es la parte más fea de tu cuerpo? Hay quien dice que es tu nariz, otros que son los dedos de tus pies, pero yo creo que es tu mente"). Plana la conferencia de Zaplana.

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Maite Larrauri es filósofa.

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