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Columna
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El tiempo

Rosa Montero

Tengo un amigo que, últimamente, se despierta por las noches muy agitado pensando en la muerte. "¡Me voy a morir!", le gime lastimeramente a su esposa, a quien acaba de zarandear y sacar del más profundo sueño. Sentándose en la cama, la mujer le mira legañosa: "Bueno, sí, pero no en este momento, ¿verdad?", contesta con paciente sensatez: "Así es que vuélvete a tumbar, tranquilízate y duerme". La novela La información, de Martin Amis, habla justamente de eso: de ese susurro penetrante que empiezas a oír por las noches cuando alcanzas más o menos los cuarenta años, de ese bisbiseo torturador que te informa de que te vas a morir. Con la edad, el tiempo se encoge, aprieta por las sisas como un traje barato. Vuela el tiempo como un pájaro de mal agüero delante de nosotros, cada vez más deprisa, camino del final; y nunca se siente tan violento el batir de sus alas, ni tan vertiginosa su carrera, como en estas fechas convencionales, en estos fines de año que se van acumulando los unos sobre los otros con rapidez creciente. Pero, cómo, ¿ya se nos ha acabado otra vez otro año?

Y, sin embargo, en estos días últimos del 2003, mientras el tiempo se va ruidosamente por el desagüe, también se puede percibir cierta complacencia, un sentido de logro por el tiempo vivido. Ya se sabe que vivir es perder. Vamos perdiendo nuestra niñez, la inocencia, el vigor muscular, el pelo, los padres, los dientes, los amigos que se van quedando por el camino, la salud. Pero vivir no es sólo eso. El tiempo, que todo lo pisotea, también va construyendo, por otro lado, delicadas estructuras maravillosas. Es verdad que con el tiempo te haces más sabio: es como si tu cabeza creciera por dentro. Y luego está el tesoro acumulado de las cosas que has visto: esos hermosos rayos C brillando en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhausser, como decía el replicante de Blade Runner. Envejecer con los amigos, acumulando un pasado común, es otro regalo del tiempo. Reconocerte en tus padres ya mayores, intuirte en tus hijos, atisbarte como una pieza más en la mitad del todo, de esta vida confusa, agitada y magnífica, es una clarividencia que también la da el tiempo. ¿Y con esto basta para combatir el miedo por las noches? Pues sí: basta con esto.

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