Solidaridad
Centenares de millones de personas en el mundo pasan hambre, sufren enfermedades infecciosas sin posibilidad de tratamiento o una absoluta falta de derechos humanos. Todo eso importa bien poco a los Estados de los países ricos como el nuestro. La vieja demanda del 0,7% parece una utopía.
Las pocas ayudas que dan los Estados ricos a los países pobres suelen ir destinadas a inversiones para favorecer a determinadas empresas, en lugar de ayudar a la gente que realmente lo necesita. Por eso quizá deberíamos actuar por nuestra cuenta. En mi caso me he fijado donar el 1% de mis ingresos a ONG. Las hay que defienden los derechos humanos, otras fomentan el desarrollo de comunidades pobres o cuidan de su salud o del medio ambiente. También tengo la ventaja de que yo elijo las ONG a las que hago las donaciones.
Además, muchas de estas organizaciones están declaradas de utilidad pública y nos podemos desgravar un 20% de las aportaciones de nuestra declaración a Hacienda. Este dinero que no pagamos al Estado es como si lo hubiera pagado él. Es una manera de obligarle a hacer un gasto que no quiere hacer destinado a los países pobres y gestionado por las ONG que hemos elegido.