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Columna
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Carlos Mateo

La concesión del premio Maisonnave a Carlos Mateo ha obtenido, como era de esperar, una acogida muy favorable en Alicante. Mateo es una persona que goza de amplio reconocimiento social, especialmente en el ambiente cultural de la ciudad. Bastaría publicar la lista de instituciones, organismos y particulares que han avalado su candidatura para confirmarlo. La decisión de la Universidad de Alicante de premiar a este promotor cultural no ha podido, pues, ser más acertada.

A lo largo de su vida profesional, Mateo ha desempeñado dos puestos principales. Durante muchos años, fue director del Aula de Cultura de la Caja de Ahorros del Mediterráneo; después, actuó como comisario en los actos del V Centenario de Alicante. En ambos cometidos procedió siempre con una competencia, sentido común y determinación notables. Fue un impecable gestor al que jamás se le reprochó nada digno de consideración. Pero no ha sido su capacidad en el trabajo lo que ha premiado la Universidad de Alicante, sino su voluntad para incidir en la sociedad alicantina.

En el momento de la concesión del premio, los organizadores han destacado en Mateo su "extraordinaria sensibilidad y capacidad para captar las corrientes innovadoras, artísticas e intelectuales y difundirlas entre la sociedad". La afirmación es literalmente cierta. Carlos Mateo ha sido un excelente propagador cultural, un cometido para el que está particularmente dotado. A ello, ha unido el punto de audacia necesario para que la tarea llegase a ser relevante sin quedar convertida en un amable pasatiempo.

Cuando lo nombraron director del Aula de Cultura de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, Mateo podía haberse limitado a lo que por entonces era común en estas instituciones culturales. Es decir, organizar una serie de actos intrascendentes, fáciles de ejecutar, que se avinieran bien con el apacible ritmo de la población. Un concierto de piano, la conferencia de un ilustre profesor, alguna gala benéfica... Nadie se lo hubiera reprochado y él se habría evitado un buen número de problemas.

En cambio, decidió renunciar a todo aquello para traer hasta Alicante algunos de los conferenciantes, espectáculos y exposiciones de mayor sustancia que por entonces se producían en el país. El efecto que aquella programación cultural produjo en la ciudad fue formidable y el Aula de Cultura conoció, tarde tras tarde, llenos extraordinarios. Resultó que en aquel Alicante tranquilo, conservador, aparentemente apagado, había muchas personas aguardando un suceso semejante. Cuando éste se produjo, el éxito sobrevino de inmediato.

Pero hay otro aspecto de Carlos Mateo que quisiera destacar: su persistente esfuerzo por extender los valores cívicos y democráticos entre la sociedad. Mateo ha sido un defensor de la democracia, por la que ha trabajado de un modo natural, sin aspavientos, aprovechando al límite las posibilidades que ofrecía la dirección del Aula de Cultura, desde donde alentó los debates y la difusión de las ideas. Aquella continua actividad cultural mostró a muchos alicantinos el atractivo de una libertad de pensamiento que, acostumbrados a la inanidad espiritual de la dictadura, no podíamos imaginar.

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