_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mucho rostro

"Un rostro que se lo pisan". Así habla el filatélico de la calle de Fernanflor al guardián de su negocio, un bóxer en edad de aprender las lecciones de la Historia. Frente a la puerta acristalada del local, septiembre agoniza, atardece en Madrid y el otoño se abre de capa para exhibir esa atmósfera de sutileza que dora las acacias y derrama por avenidas y glorietas el aroma de nardo que enalteció Cansinos y la melancolía lupanaria exaltada por Carrère.

"Una cara de cemento armado", insiste el filatélico, menos atento que su perro a la tele del establecimiento, que retransmite la Feria de San Miguel en el coso de Las Ventas. Parpadea el bóxer cuando el banderillero agarra los rehiletes, brinda al entendido del tendido, que se ahueca de felicidad anticipada, y dice: "Vamos para allá". Y sólo de intuir lo que se avecina, el animal contiene el aliento y, como el resto de la plaza, boca abajo se viene deseando que nunca termine el acabóse, por la misma contradicción con que la gallarda suplicaba "mátame" no por el gusto de que la ejecutase su amante, sino para dilatar su deleite hasta la agonía.

Toma el olivo el banderillero para salvar sus femorales de la embestida del morlaco. Pica Lagartos, un cabal de Madrid, extrae el reloj del chaleco como si sacara a pasear el intestino grueso y, tras mirarlo a distancia y oírlo de cerca, se lo guarda. Es entonces cuando traspasan la puerta de su taberna los tres del antifaz y los naipes pidiendo agua del grifo. "Vaya trío", murmura el tabernero mientras se afana en atenderlos para que no le busquen las vueltas. "Vaya jeta", exclama el filatélico en la acera de enfrente; y procura desviar la atención de su bóxer a los últimos sellos recibidos con la fisonomía del pollo de Tejas, su cuate de Piccadilly y el tercero en discordia. "No los pierdas de vista", le ruega, con el patetismo del que arranca la saeta de su garganta al paso ceremonioso del Crucificado. Matan la sed en la taberna los tres del antifaz, inicia la faena el torero con un ayudado por bajo y el filatélico no sabe cómo contar a su bóxer la escandalera que organizaron los caballeros de los sellos. Porque, ¿quién va a creerse que esos tres atribuyeron armas radiactivas a unos pobres de pedir y, para meterlos en una democracia, los frieron a bombas, y en su misión humanitaria les dejaron sin luz ni agua? "Corta, Blas, que no me vas", será la respuesta más educada del bóxer, si no empieza a restregar los dientes, mostrar la lengua y romperse en un bostezo cuando escuche que, después de dejarlo todo hecho trizas, esos barandas pasaron la gorra a los que estaban de mirones para que les costeasen el safari.

"Así son las fiestas del señorito", comenta el filatélico a su perro, "siempre quieren que otro les pague el polvo". Y continúa: "Para cazar a un terrorista que no era Lawrence de Arabia ni el moro Muza, mataron, mutilaron y encarcelaron a inocentes". Y ante la incredulidad del bóxer, anuncia: "Fíjate la cara de mentirosos que se les quedó en los sellos", y le tiende el cuentahilos para que lo compruebe, "cuando se supo que el terrorista que perseguían no era político ni general ni espía, sino uno que andaba por los montes con su cayado: un pastor". La vehemencia del filatélico topa con la abulia del bóxer, más pendiente de la tele donde el toro cuadra y el torero se perfila para matar. "¿No te convence, verdad?", se desencanta el filatélico cerrando el álbum. "Claro, como tú no votas".

Una estocada desprendida, aunque con mucha muerte, y el filatélico propone al bóxer: "Vamos a tomar un vaso donde Pica Lagartos". Apaga la tele y las luces de la tienda y, ya a punto de echar el cierre y cruzar la calle, se presentan los tres de la taberna con pasamontañas y naipes. "Quietos los semovientes", dice el primero. "Dame las armas masivas", grita el segundo. Y el tercero arrebata la recaudación: "Aquí están las pruebas". Con las manos en alto, el filatélico comenta al bóxer: "Pues sí que cunde el ejemplo de los caras de los sellos". "Un respeto, que somos héroes", rectifica el primero. "De la civilización occidental", añade el segundo. "De la Patria pluscuamperfecta", vocifera el último. Ladra el bóxer para cubrir el expediente. Y entre aplausos al toro apuntillado y algún suspiro otoñal a la memoria de Valle-Inclán, Cansinos y Carrère, clausuramos otra jornada histórica mientras los terroristas de la baraja escapan por la carrera de San Jerónimo sin pasar por el Parlamento.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_