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Aprender música y no fundamentalismo

Daniel Barenboim

En Oriente Próximo la vida transcurre a un ritmo casi siempre demasiado rápido para ser armónico, muy particularmente en Israel y los territorios palestinos. Sus ciudadanos viven una doble existencia, la propia, que quisieran sumida en la cotidianidad de una vida de rutina, y la impuesta por los acontecimientos, la historia, el destino colectivo como pueblo... La primera suele ser la expresión de la vocación de gentes pacíficas, que sólo aspiran a lo que cualquier ciudadano de esas características en cualquier otro lugar del mundo. Pero es la segunda la que se impone, marcando las vidas por conflictos bélicos, por luchas de identidad, por el miedo al otro y a sí mismos... y por la falta de reflexión.

Pero un pueblo no puede vivir sin reflexión, y cuanto más si, como es el caso para Israel, su propia supervivencia es lo que está en juego sin poder decidir sobre cómo determinarla. Me atrevo a afirmar que, si Israel y los israelíes siguen dejándose llevar por los acontecimientos y la prisa, por la vocación de resolver sus contradicciones y conflictos por la vía más rápida y contundente -y en consecuencia menos amplia-, las negras perspectivas que se aferran a su horizonte no harán sino aumentar. La única verdadera seguridad de Israel, e incluso su propia existencia, pasa por ser aceptado por sus vecinos. Paradójicamente, sólo un futuro Estado palestino viable y democrático puede ofrecer esas garantías.

El judío no debe ser definido únicamente por los demás, pues ése era su dramático destino en la diáspora, por cuya superación tanto sufrió este pueblo. Desde que somos un Estado estamos obligados a cambiar, a ser menos nacionalistas y más patriotas, esto es, sentirnos más orgullosos de lo que podemos realizar con nuestros propios recursos, y no dependiendo de los demás. Pero ¿sería concebible hoy la existencia de Israel sin depender de Estados Unidos o de las comunidades judías de aquel y otros países? Ni su capacidad militar ni su bienestar económico ni, con gran frecuencia, decisiones políticas fundamentales como aquellas que se refieren a su relación con sus vecinos son independientes. Seguiremos padeciendo las debilidades de lo que Ernest Gellner llama nacionalistas de diáspora.

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Vivimos aún aferrados a conceptos del pasado, como frontera y soberanía, que no sólo se diluyen en un presente de mayor cooperación e interdependencia internacionales, también en un pasado común. El único capital con que cuenta el pueblo judío es moral, y se está disipando, porque nos olvidamos de que hasta el 15 de mayo de 1948 muchos de los que hoy son israelíes eran palestinos, judíos, árabes y cristianos. La partición supuso la adopción de una nueva identidad, el ser israelí. A los israelíes debe exigirse una mayor responsabilidad para con la parte que no ha tenido esa posibilidad histórica, los palestinos, independientemente del reparto de responsabilidades sobre lo ocurrido: cooperar a su lucha por una identidad propia, entender sus claves o su interdependencia con Israel y la lógica derrota-victoria que tan bien ha explicado Edward Said, comprender su larga lucha por la misma y su ansia de independencia; hasta 1967 vivieron gobernados por Jordania y desde entonces por Israel, con lo que el sentimiento nacional palestino nunca ha sido satisfecho, más bien al contrario, nunca ha dejado de cesar el sentimiento de agravio.

La música se reinventa todos los días, las ideas fructíferas también. Israel debe hacer cuanto sea posible por hacer realidad una visión de Oriente Próximo donde el Estado palestino se consolide y progrese, en estrecha cooperación, desde un primer momento, con Israel, en una cuasi federación, siendo éste uno de los aspectos en que Israel debe reinventarse. Lo que creemos hoy que significa fuerza es en realidad expresión de debilidad, valga como ejemplo la idea de la construcción de un muro que separe a Israel de Palestina; la apertura sería la mejor expresión de fuerza y capacidad de decisión propias. Fue la debilidad de Atenas y no la fuerza de Esparta la que hizo de la cultura y la visión de los atenienses una fuerza capaz de perdurar.

Naturalmente, nada de eso justifica la violencia y las acciones de los suicidas palestinos. Los palestinos también tienen que reinventarse a sí mismos, tienen que crear la imagen del futuro Estado palestino, apoyado por un gran pueblo que cuenta con numerosas personas de talento. Este pueblo y este Estado han de estar a la vanguardia del progreso democrático y el desarrollo de los derechos humanos, de la libertad de expresión o de la protección del medio ambiente en Oriente Próximo. Esto lo convertirá en una referencia para todo el mundo árabe.

El conflicto tiene aspectos que son simétricos y otros que son asimétricos, aunque valga afirmar con Isaiah Berlin que, en esencia, el nacionalismo palestino es la imagen especular del judío, en su referencia a una injusticia colectiva. Entre los aspectos simétricos, llama la atención el que ambos pueblos tienen, a mi juicio, una idea falsa de lo que significan las demostraciones de fuerza: aferrarse a la posesión de territorios que no les pertenecen no es una demostración de fuerza, del mismo modo que la cultura del terrorismo no es tampoco señal de fuerza, sino de debilidad, o, en el mejor de los casos, de desesperación.

Cualquier solución pasa por incluir cambios simbólicos, aquellos que de verdad harán que los otros se liberen, y no cambios cosméticos que simplemente buscan tranquilizar al otro; unos son activos y los otros son pasivos, recordándonos de nuevo la importancia de la idea de ser actor y no espectador del propio destino.

El futuro de ambos pueblos depende no de que se hagan más pequeños, sino de que liberen fuerzas para que israelíes y palestinos tengan una visión común, sean un ejemplo de entendimiento y cooperación para el resto del mundo y dejen de ofrecer esta imagen de sufrimiento y enfrentamiento.

Cada parte debe buscar comprender y no negar a la otra los compromisos que requiere; deben propiciar cambios radicales en cada sociedad, deben liberar los impulsos creativos de ambos pueblos, única esperanza de que termine el ciclo de violencia. La música no resuelve los problemas del pueblo palestino o de la sociedad israelí, pero siempre es mejor que los jóvenes aprendan música y no fundamentalismo.

Daniel Barenboim, pianista y director de orquesta, es fundador con el ensayista palestino Edward W. Said de la Orquesta East Western Divan.

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