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Columna
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Claridad solar

El calor, que este año llegó de manera prematura y furiosa, está siendo tan abusivo y pegajoso que no hay manera de resistirse a su poder. Nos tiene acorralados. Perdida toda capacidad de resistencia, muchos se abandonan y se rinden. Coincide la desgana física y mental que causa este verano feroz con una especie de desgana espiritual que anida en el corazón de la ciudadanía a causa del sofoco que origina el escenario de la política. Todas las puertas y ventanas democráticas han sido cerradas. No circula aire. El que respiramos está viciado, con frecuencia es pestilente o recalentado. Asfixia. El embrollo de Madrid (sobre cuyas delirantes derivaciones ya muchos no queremos ni enterarnos) ha desacreditado, en general, a la clase política y ha deshinchado, en particular, la regeneración del partido socialista. El resultado es un escenario cada vez más angosto en el que Aznar y los suyos monologan con arrogante intemperancia: una democracia seriamente adulterada por una fenomenal manipulación de los medios informativos, por la visión cicatera y miope de la constitución, por la patética falta de alternativas creíbles y por el revisionismo ideológico: un revisionismo que, por una parte, conecta con la selvática ley del más fuerte, hija del fundamentalismo liberal que impera en Occidente y, por otra, con lo más rancio del pasado hispánico.

Cada vez son más, y armados de nuevas razones, los que, desde Cataluña dicen 'Adéu Espanya'

Sería interesante, en este sentido, que los maduros intelectuales españoles se preguntaran hasta qué punto les afecta lo que el afrancesado Josep Pla llamaba el retour d'âge: el retorno en forma melancólica y autumnal de lo que en la juventud apasionó. ¿Los analistas madrileños que con tono muy parecido al de la avinagrada señorita Rotenmeyer están todo el día observando muestras de vergonzoso romanticismo nacionalista en la periferia española, en el discurso de Pasqual Maragall o en las propuestas de Odón Elorza, estos severos analistas no se han preguntado nunca hasta qué punto podría estar reverdeciendo en sus maduros corazones la nostalgia por las flores ideológicas que perfumaron su infancia y primera juventud? En las aulas del bachillerato franquista en las que muchos de estos severos analistas se formaron aparecía un ceñudo profesor de Formación del Espíritu Nacional (FEN) que no sólo obligaba a aprenderse de memoria los "principios fundamentales del movimiento" sino que muy principalmente dedicaba sus peroratas a reforzar ideológicamente el discurso sentimental y patriótico de la España Una, la misma que la radio y la televisión del régimen propagaban sin cesar y que todas las instituciones del Estado imponían a machamartillo. Lo que al profesor de FEN le parecía abominable es lo mismo que indigna a Aznar: desde el esfuerzo por salvar las lenguas no castellanas de España (lenguas que no se salvan con un paternal golpecito en la espalda o con una amable cita de Pere Gimferrer) hasta el concepto mismo de la España plural. Todo lo que Aznar manda al infierno con irritado estilo (colocados en el mismo plato el terrorismo y la España de las simpatías y las comodidades mutuas que propone Maragall) está en el baúl de los recuerdos y forma parte de aquella educación sentimental. Es muy interesante leer los artículos que Aznar publicó en 1979, cuando era funcionario de Hacienda: cómo ataca, por ejemplo, a UCD por ser tan timorata y dubitativa en el tema autonómico, con qué receta simple y clara propone regular el supuesto descontrol o los supuestos excesos culturales de los nacionalismos. Aquella misma "claridad solar", aquella misma dura simplicidad impulsa hoy su acción política. Lo inquietante, sin embargo, no es que un político pretenda imponer sus ideas radicales. Lo inquietante es la falta de crítica intelectual. ¿Cómo es posible que hoy en día nadie en Madrid se pregunte por el propio bucle melancólico? ¿Se trata acaso de un virus que afecta solamente a los periféricos? ¿El simple hecho de declararse a favor de los derechos individuales inmuniza contra el virus del nacionalismo? ¿Por qué razón algunos derechos individuales, los que suman la cifra más grande, son más importantes que otros derechos individuales que suman cifras menores?

Es cierto que Rodríguez Zapatero ha perdido miserablemente, por culpa del tremendo fiasco de Madrid, casi todo el gas con que arrancó. Pero no es menos cierto que lo tenía muy difícil. Le es imposible al PSOE plantear una visión alternativa de España mientras los intelectuales de la capital se columpian en el discurso patriótico de Aznar. En todas partes cuecen habas. Pero en algunos sitios las cuecen sin darse cuenta. En las zonas en las que el peso del romanticismo identitario es importante, en Cataluña por ejemplo, la crítica al nacionalismo nunca ha faltado. En estas mismas páginas se ha demostrado una y mil veces. ¿Por qué falta, precisamente, este espíritu crítico en Madrid? Después de 25 años, la sensación de mareante círculo vicioso es tan asfixiante como el calor de este verano. Cada vez queda menos espacio para la inclusión, y progresa la frontera mental de las exclusiones. Cada vez son más, y armados de nuevas razones, los que, desde Cataluña dicen "Adéu Espanya" y cada vez están más desacomplejados los que dictan desde Madrid qué tenemos que tragar todos por España.

El calor causa una sensación parecida a la fiebre. Una especie de exceso térmico en la sangre, y en el alma. Una ebullición que produce, más que cansancio, desgana. Explica Comte-Sponville en su ameno Diccionario filosófico (Paidós, 2003) que la "desgana es una impotencia momentánea para gozar y para desear, que llega a veces hasta la aversión". Distingue el pensador entre desgana y melancolía. La melancolía sería un cansancio irreversible, permanente. ¿Lo que está pasando en España es un reflujo provisional, una desgana mutua, pero coyuntural, derivada de la tragedia vasca, o se trata de una aversión verdadera y definitiva, una melancolía sin retorno que está acabando con los puentes? ¿Nos estamos quedando solos los catalanes que no queremos ni romper ni tragar?

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