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Tribuna:LA POSGUERRA DE IRAK
Tribuna
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Las armas de Irak: engaños de destrucción masiva

Meses después de que Irak haya sido ocupado, las armas de destrucción masiva que nos amenazaban de forma inminente no aparecen o no existían. Tras haber dejado a la ONU de lado, el presidente Aznar ha tergiversado el último informe de los inspectores dirigido por Hans Blix (6 de junio de 2003) para justificar su entusiasmo por la guerra. Los agitadores de la guerra ahora piden paciencia o esbozan razones que van desde lo mágico, "desaparecieron", hasta lo psicológico, "el imprevisible Sadam".

En EE UU y el Reino Unido, los gobienos de George Bush Jr. y Tony Blair enfrentan investigaciones parlamentarias y una creciente presión para que expliquen dónde están las armas, pretexto de esta contienda. En España, el PSOE, ocupado en guerras internas, se limita a pedir explicaciones y los documentos de una supuesta inteligencia, en vez de apoyar a Izquierda Unida para crear una comisión parlamentaria de investigación.

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Durante más de un año, Bush, Blair y Aznar libraron una dura batalla mediática y política para convencer de que Irak tenía armas de destrucción masiva. Deslegitimaron a los inspectores de la ONU, mostraron informes que ahora se demuestran falsos, pidieron que se les creyese y alegaron que sus servicios de inteligencia sabían lo que Blix y los desinformados, aunque bienintencionados, ciudadanos que decíamos No a la guerra ignorábamos.

En los últimos 60 días, en vez de aparecer las armas se han sucedido las explicaciones extravagantes. El secretario de Defensa de EE UU, Donald Rumsfeld, dice, y Aznar repite, que quizá Irak las destruyó antes de su derrota. ¿El sangriento dictador destruyó su peligroso arsenal en vez de usarlo contra las tropas invasoras o atacar a Israel? ¿Es posible destruir un arsenal tan potente sin dejar rastros? Blair aseguró que Irak podía disparar en "45 minutos". La oposición y miembros de su propio partido le exigen que justifique esa afirmación ahora absurda.

El subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, uno de los ideólogos neoconservadores de la guerra, afirma en Vanity Fair (julio de 2003) que "lo de las armas de destrucción masiva era una idea para lograr mayor consenso contra la guerra; lo importante era derrocar a Sadam". Esta línea pragmática en la que el fin justifica los medios -arrasar el Derecho Internacional- ha sido repetida por intelectuales como Hans Magnus Enzensberger y por Aznar.

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Blair y Bush han tratado de echar la culpa a sus servicios de inteligencia, pero éstos han dejado claro que se vieron forzados a manipular la información según lo que pedían sus gobernantes. En el caso del periodismo ha ocurrido algo similar. En EE UU hay una creciente denuncia en diversos medios que piden explicaciones. En el Reino Unido, la dirección de la BBC se ha enfrentado al Gobierno denunciando que fue presionada para manipular información.

La explicación más sencilla que nos dan los gobernantes es que "ya aparecerán" y que precisan "tiempo". Pero los ciudadanos perdemos la memoria con rapidez porque, ¿no era tiempo lo que pedían Blix, Francia, Alemania, Chile y México en el Consejo de Seguridad? En la cumbre de las Azores, Blair, Bush y Aznar dijeron que se había acabado su paciencia.

El hallazgo de las tumbas colectivas, la brutalidad del régimen de Sadam, la invasión a Kuwait y la política que desarrolló durante años para contar con armas de destrucción masiva no deberían ocultar cuestiones cruciales. La primera, que el tan atacado sistema de la ONU funcionó: las inspecciones de los años noventa hicieron que Irak se desarmase. Sadam, como Corea del Norte, usaba la amenaza de las armas como vía negociadora. El vicepresidente Rajoy se sorprende (EL PAÍS, 7-6-2003) de que el dictador iraquí obstruyese las inspecciones sin entender que, por molesto que resultase, era su única arma real de negociación.

La segunda es la mentira política. Si en este caso han mentido, como los datos apuntan, deben hacer frente a su responsabilidad. La mentira es tan seria como la corrupción. Porque vivimos en sociedades democráticas y no en dictaduras como la derrocada en Irak.

La tercera es el cumplimiento de la ley. Estamos acostumbrados a que los gobernantes manipulen las leyes a su antojo y luego no las cumplan. El Derecho Internacional existe para cumplirlo, no para violarlo. El combate contra la proliferación de armas nucleares, los dictadores y los genocidas debe librarse con instrumentos legales y, como último recurso, la fuerza. Deteriorando el sistema multilateral, como hace EE UU al atacar la Corte Penal Internacional, o como ha hecho el encargado de la política exterior y de seguridad común, Javier Solana, al presentar en su último documento (22 de junio, en Salónica) el lenguaje de la guerra preventiva, sólo servirá para vivir un mundo más inseguro. La guerra de Irak ha dejado más desconfianza en los ciudadanos hacia los gobiernos, la ONU y los medios: gracias a algunos gobernantes y sus amigos, ha sido un arma de destrucción masiva contra la democracia local y cosmopolita.

Mariano Aguirre es director del Centro de Investigación para la Paz (CIP) y coautor de La ideología neoimperial (Icaria, Barcelona, 2003).

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