_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Desamericanizar' la cuestión cubana

La premisa indispensable para que los cubanos podamos reformar pacíficamente y, a la postre, desarticular las estructuras totalitarias de la revolución es que el conflicto se desamericanice. Los análisis de la situación cubana que ignoran o banalizan la agresión de un contendiente extranjero implacable, todopoderoso e impune, sirven de adorno para extranjeros que pretenden ser más duchos en la historia de Cuba que nosotros mismos. Otro grupo que oculta el papel decisivo de EE UU son los cubanos que necesitan echar un turbio (y comprensible) sahumerio de olvido sobre su dependencia económica o de su complicidad política, e incluso orgánica (pues muchos han vivido tanto tiempo dentro del monstruo que ya forman parte de sus entrañas) con esa parte beligerante extranjera. Banalizar el papel hostil de EE UU en la cuestión cubana sirve también de propaganda políticamente correcta (y supongo que eficaz) contra la irritante costumbre de la revolución cubana de defenderse salvajemente.

Más información
Castro lidera una marcha contra Aznar frente a la Embajada española

Sin embargo, esos análisis desamericanizados nunca servirán como plataforma sensata de pensamiento que contribuya a arreglar nuestra complicada vida nacional, y muchísimo menos ayudarán a mitigar los sufrimientos del pueblo cubano. Pues a Cuba, o la arreglamos los cubanos, o la destartalaremos aún más nosotros mismos al socaire del generoso entrometimiento externo. A EE UU no le interesa buscar soluciones a los inmensos problemas de Cuba, sino liquidar para siempre las dificultades que la frenética isla le ha creado en el hemisferio y en el mundo. Hasta ahora, la política americana puede resumirse así: cuanto peor termine el drama cubano, tanto mejor para EE UU. Si se me permite usar una de las imágenes gastronómicas que tanto nos gustan a los cubanos, diré que si todos estos años de revolución y contrarrevolución desembocaran en una reconciliación "suavecita" y verdaderamente nacional, eso enviaría la señal a los desposeídos del continente que una revolución victoriosa y radical, que al fin coció el ajiaco de su propia democracia ella solita y en su propio fogón insular sería, a la larga, rentable en Iberoamérica. Funesto ejemplo. Por lo tanto, EE UU no sólo quiere poner los ingredientes de nuestro futuro ajiaco democrático, sino que nos impone sus reglas de cocción.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Desde 1959, EE UU se ha apoderado infaliblemente de la oposición cubana, tanto dentro como fuera de Cuba. "If you cannot harness them, don't help them' ("si no puedes domesticarlos, no los ayudes"), ordena el presidente Eisenhower a Richard Bisell, jefe de la CIA, en 1960, para que controlase a la abigarrada resistencia contrarrevolucionaria. En su libro Reflexions of a Cold Worrior (Yale University Press, 1996), Bisell cuenta cómo una de las prioridades absolutas de la CIA era un programa para "fabricar" una oposición que fuera "responsible, appealing and unified" (responsable, atractiva y unificada). Esa política no ha cambiado hoy en día. El jefe de la Oficina de Intereses de EE UU en Cuba, James Cason, tejano él como el jefe del mundo, llegó a la isla no hace mucho y, desde el primer momento, desarrolló una frenética actividad de caudillo criollo con acento norteño: repartía sueldos mensuales de 100 dólares a ciertos disidentes; fundó en su propia casa, protegida por la inmunidad diplomática, nada menos que el ala juvenil del Partido Liberal cubano, y el órgano oficial de los periodistas independientes de Cuba se imprimía en su Oficina de Intereses, donde también se realizaban seminarios sobre derechos humanos. Numerosos disidentes (muchos eran agentes del régimen, y ahora no se sabe las sorpresas que pueden surgir, incluso entre los que están presos) tenían un pase permanente que les permitía entrar y salir, cuando quisieran y como quisieran, de esa sede diplomática, en la que recibían instrucciones para que la oposición fuese cada vez más appealing. Cosa verdaderamente insólita. Trate usted de entrar en la Embajada americana en Madrid cuando usted quiera y verá lo que le pasa. Es una verdad irrefutable que, antes de las heroicas provocaciones de míster Cason, la disidencia era "casi" tolerada, lo que le permitía seguir trabajando.

Mientras tanto, de los 20.000 visados que EE UU tiene acordado otorgar anualmente para que esa cantidad de cubanos emigre legalmente, las autoridades estadounidenses sólo habían dado una ínfima parte, lo cual siempre ha tenido la peligrosa consecuencia de que las salidas ilegales se disparan. Si usted es haitiano y se roba un yate a punta de pistola, y lo desvía hacia Cayo Hueso con todos sus tripulantes para huir del capitalismo haitiano, a usted le espera una tunda maratónica cuando llegue a Cayo Hueso y una deportación segurísima. Pero si usted es cubano y hace lo mismo para huir del espantoso socialismo cubano, le hacen gloriosas entrevistas en Miami y le dan el permiso de residencia en EE UU.

Si estas labores de apoyo a los disidentes las hubiera realizado cualquier otro embajador, probablemente el Gobierno cubano no habría podido actuar con la ferocidad con que ha cortado de cuajo la ya de por sí débil oposición. Pero un embajador americano no puede proceder de esa manera diplomáticamente inadmisible en Cuba sin convertirse en una de las famosas imágenes vivientes lezamianas, capaces de condicionar la marcha de la historia. La carga simbólica es demasiado fuerte. La amargura está demasiado a flor de piel y el resentimiento demasiado manchado de sangre. ¿Qué actitud adoptarán esos disidentes que han recibido dinero del embajador imperial, cuando el día de mañana sean flamantes senadores de la República? ¿Por qué todos los proyectos cubanos de oposición tienen que terminar siempre en la aplastante mediocridad de reducirse, como la revista Encuentro -en cuya fundación y etapa de consolidación participé activamente desde mi puesto en el Centro Internacional Olof Palme-, en lo más vulgar que pueda concebirse en la historia de Cuba, un muñeco más armado y financiado por EE UU? ¿Por qué tiene que existir una Radio Martí, propiedad de la Oficina de Transmisiones hacia Cuba (OCB) del Gobierno estadounidense? Según la ley Helms-Burton, ciertos cubanos, por ejemplo los hermanos Castro y otros dirigentes actuales, no podrán participar en la transición de Cuba a la democracia. ¿A santo de qué? Eso, traducido a los casos de España y de Polonia, significa nada menos que Adolfo Suárez hubiera estado atado de pies y manos y que Jaruzelski no hubiera podido pactar nada con Solidaridad. El Gobierno cubano está lleno de disidentes. Los hay en el partido, la cultura, la vida económica. Más que la lealtad al régimen, los une y los paraliza el odio a EE UU.

He leído, asombrado, cómo un escritor de la talla de Jorge Edwards compara las reuniones de Neruda con Aragon y Georges Marchais, cuando el poeta del Nobel era embajador de Chile en Francia, con la relación clienteril de los disidentes cubanos con Cason en La Habana. ¿Cuántas veces en su historia trató Chile de comprar a Francia? Y no me refiero a la segunda acepción de la palabra comprar, sino a la primera, la de adquirir a Francia por dinero con todos sus quesos y su bandera, su portentoso idioma y sus cementerios y sus bellísimas mujeres, tal y como EE UU intentó comprar a Cuba en todas las acepciones de la palabra. ¿Cuánto tiempo había durado, en los tiempos de Neruda, el ilegal bloqueo económico y financiero de Chile contra la República Francesa? Porque el de EE UU contra Cuba dura ya más de cuarenta años. Todo barco que atraque a un puerto cubano no podrá entrar en ningún puerto estadounidense durante seis meses. El embargo crea obstáculos insalvables al comercio de medicamentos y alimentos con Cuba e incluso obstaculiza las donaciones humanitarias, generando el sufrimiento y la muerte en el seno del pueblo cubano. El llamado "Riesgo Cuba", pieza clave del bloqueo, hace que Cuba sólo tenga acceso a créditos a corto plazo y con elevados intereses, lo que impide el desarrollo sostenible. "Las acciones del Gobierno de los EE UU han impuesto deliberadamente unas condiciones de vida específicamente calculadas para la eliminación física de una parte de la población". Esto lo dice Harry E. Vanden, profesor de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de la University of South Florida, en el libro Salud y nutrición en Cuba: efectos del embargo norteamericano, compilado y prologado por quien esto escribe y editado por el Centro Internacional Olof Palme, de Estocolmo, en 1999. En ese mismo libro, la Asociación Americana para la Salud Mundial cuenta en su informe cómo el embargo impide que los niños cubanos con leucemia tengan acceso a medicamentos que prolongan la vida. Para venir de un diplomático, la comparación de Edwards me parece tan disparatada que parece una coquetería. Cuba tiene la enfermiza facultad de obnubilar emocionalmente a la gente.

El Gobierno de Cuba actúa en un contexto geopolítico en donde el derecho internacional no existe. Su agresor puede darse el lujo de violar cualquier convenio indispensable para el mantenimiento de un nivel mínimo de convivencia civilizada entre las naciones. Los prisioneros concentrados en la base naval de Guantánamo desde enero de 2002 han vivido en una tierra de nadie jurídica. En primera, porque EE UU mantiene su presencia ilegal en esa porción de tierra cubana en virtud de una usurpación por la fuerza tras una guerra que los españoles y los cubanos perdieron juntos. Y en segunda, porque a esos prisioneros se les han negado todos los derechos legales. Legítimamente amedrentados por el terrorismo, un flagelo terrible que ellos mismos le han aplicado a medio mundo, EE UU tiró a la basura el Estado de derecho. A mí me parece repugnante que el Gobierno cubano tenga que encarcelar a hombres y mujeres por sus actividades políticas y por escribir textos críticos, o mentirosos, o lo que sea. Yo desearía tener un país en el que los periodistas tuvieran derecho a ser deshonestos, vendepatrias, arrastrapanzas, cualquier cosa, y que no les cueste más que su propio descrédito. Un país que no fuera bloqueado por otro.

Al mismo tiempo que EE UU alentaba a los cubanos a marcharse por cualquier medio del país, advertían oficiosamente de que una avalancha de balseros sería considerada como una grave amenaza a la seguridad nacional. Recuérdese que EE UU considera que Cuba es un país terrorista. Tres secuestradores fueron ejecutados con el fin de parar en seco lo que hubiera podido desencadenar una agresión armada contra Cuba, sueño atroz de la ultraderecha estadounidense y cubano-miamense. Yo estoy en contra de todas las agresiones de EE UU contra Cuba y también en contra de los encarcelamientos y esas tres penas de muerte. Durante los seis años que Bush fue gobernador de Tejas fueron ejecutadas 152 personas: dos condenas de muerte al mes. Unas atrocidades no justifican otras, pero sí las instalan en su justo tiempo humano. Todo el mundo quiere cambios en Cuba, incluso los policías que se llevaron a los disidentes: salir de la cerrazón, del dirigismo dictatorial, de la prensa unívoca. Pero también hay millones de cubanos dispuestos a defender lo que ellos consideran conquistas irrenunciables. Urge hoy más que nunca desamericanizar la cuestión cubana. Para eso es imprescindible desmantelar el bloqueo y la ley Helms-Burton ahora mismo y sin condiciones, y que EE UU se abstenga de ponerle riendas verdes como los dólares a todo proyecto de oposición en Cuba.

René Vázquez Díaz es novelista cubano radicado en Suecia. Su libro más reciente es El sabor de Cuba, Tusquets, 2002.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_