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Reportaje:DOCE CIUDADES | Barcelona (1) | ELECCIONES 25M | Comicios municipales en Cataluña

Tribus de barrio

Barcelona, las murallas. Recuerdo de Felipe Montlau, el higienista: "Las ciudades son monstruos de la naturaleza. En las poblaciones sumamente numerosas el aire es infecto, las aguas corrompidas, el terreno distanciado y exhausto hasta largas distancias; la vida es en ellas necesariamente más corta". Era en 1841 y había escrito el panfleto decisivo de la urbanización del Ensanche, su candente y feliz "¡Abajo las murallas!". Las echaron abajo en 1860. Y luego no hubo murallas hasta un siglo después: cuando construyeron el túnel de General Mitre. Lo que se llamó el Cinturón de Ronda. Lluís Llobet escribía en el Diario de Barcelona del 4 de marzo de 1973: "Todos sabemos lo que es un paseo de ronda. El paseo de Ronda de la Barcelona antigua bordeaba las murallas de la ciudad". (...) Si el Cinturón bordea la ciudad su función es plenamente correcta. En el momento en que se interna dentro de ella crea una barrera de circulación que divide el núcleo urbano".

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La destrucción de Mitre. Naranjos y losetas azules. Achacada justamente al porciolismo. No puede decirse que practicara la discriminación con los pobres: los bulldozers destruyeron el que era el más fino, moderno y acabado barrio de ricos de Barcelona. La dictadura distribuyó equitativamente su zafiedad. En la década de 1980 la muralla estuvo definitivamente construida. Algunos tramos virtuosos penetraban con decisión en el comedor de los primeros pisos. Las ciudades son monstruos de la naturaleza. La vida breve de los ciudadanos sometidos. Las nuevas murallas habían dejado en el aislamiento trozos descomunales de barrio. Es decir, personas y negocios. En el Guinardó, en el Putxet, en San Gervasi, o en Sants. El aire corrompido.

Tardaron. Vacilantes. Pero han empezado a derribarlas. En el Guinardó. En Sants. Los más de dos kilómetros de cobertura del túnel en la zona de Badal. Una de las más importantes operaciones de recuperación de la dignidad de la Barcelona democrática. Los cálculos municipales establecen que el beneficio afecta a más de 100.000 personas, y que, en algunos tramos, el nivel de ruido se ha reducido en 24 decibelios. Debe de tratarse de una visión real y matemática de las cosas. Pero tímida. Demasiado vecinal. Esa innoble atomización de la ciudad en tribus de barrio. Esa incapacidad, tan contraria al espíritu de Rastignac, de abrazarla entera y duramente. Cualquier civilizado que atravesara la herida abierta de esos dos kilómetros: la desmoralización que produce vivir en un lugar donde eso es posible.

¡Abajo las murallas! El grito regeneracionista de Barcelona. Se han cumplo unos kilómetros. Quedan muchos más por derribar. De la Via Augusta al Guinardó el Ayuntamiento tiene mucho trabajo por hacer. Dificultades añadidas. Las murallas aún en pie se extienden sobre un territorio donde hay memoria de ricos. Sólo memoria. Porque en cuanto les metieron los bulldozers, a partir de 1970, los ricos se largaron hacia el norte. Pero las memorias son tan tenaces que acaban influyendo, incluso, sobre los presupuestos de los munícipes. La memoria, y también los sorprendentes aliados. En plena discusión sobre el túnel que habría de atravesar la Via Augusta, terció el presidente Pujol, vecino de Mitre. Vino a decir que las ciudades son ruido y caos, y que quien no quiera polvo que no vaya a la era. En los bares del barrio le contestaron zumbones que hablaba así porque nunca estaba en casa. Ahora que vuelve, tal vez lo vea de otro modo.

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Las murallas modernas. Bloques compactos de humo y ruido. La velocidad. La estampida. Una intransigencia. El gesto civil de derribar las murallas. La decisión de que la basura inevitable que genera la riqueza circule por las ciudades a través de desagües oscuros y enterrados. El anacronismo de que las alcantarillas vayan al aire. Higienismo contra la poética del ¡agua va! Cuando se alzaron las modernas murallas el coche era aún un animal de culto. Hoy casi todo el mundo sabe que es un animal de carga, con sus boñigas.

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