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Columna
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El fín de la confianza

Aunque a estas alturas lo hayamos olvidado, la cuestión del autogobierno de los vascos, incluso cuando se ha planteado en el lenguaje de la autodeterminación, no siempre se ha expresado en los mismos términos, ni su planteamiento ha tenido los mismos efectos sociales y políticos. No siempre el debate sobre la autodeterminación ha sido un debate agonístico, como lo es hoy. El mejor ejemplo: el 15 de febrero de 1990, el día en que se debatía en el Parlamento vasco la proposición no de ley sobre el derecho de autodeterminación, el diario El Correo ilustraba una de las páginas (la página 13, para ser exacto) en las que informaba sobre el evento con una fotografía en la que representantes del PP, concretamente Jaime Mayor Oreja y Enrique Villar, saludaban sonrientes a los firmantes de la proposición, José Antonio Rubalcaba (PNV), Juan Porres (EA) y Xabier Gurrutxaga (EE). ¿Cree alguien posible en la actualidad una fotografía igual, no ya en vísperas de un debate de tanta densidad política como es el caso de la autodeterminación, sino sobre cualquier cuestión?

¿Por qué este enconamiento, por qué esta fractura en una sociedad que, como ninguna otra, ha sabido construir desde los primeros compases de la democracia consensos políticos imprescindibles para la convivencia? En concreto, ¿por qué el debate sobre el autogobierno es hoy infinitamente más agrio que en 1990? Sin duda, son muchas las cosas que han cambiado desde 1990, cambios que pueden explicar parcialmente la radical trasformación experimentada tanto en el fondo como en la forma del debate:

a) En 1990, el debate sobre la autodeterminación tiene como trasfondo el Pacto de Ajuria Enea, firmado dos años antes por todos los partidos democráticos vascos en un clima de acuerdo y consenso. A partir de 1998, el debate se plantea en un clima de ruptura del consenso como proyecto, ejemplificado por la firma del Pacto de Lizarra.

b) En 1990, el contexto internacional viene dado por la caída de la URSS y su régimen totalitario, de manera que la independencia de las antiguas repúblicas es percibida como recuperación de la libertad y la democracia. A partir de 1998 el telón de fondo es el sangriento conflicto de los Balcanes.

c) En 1990, la propuesta autodeterminista es liderada por los partidos PNV, EA y EE, sin la participación de HB. A partir de 1998, el soberanismo se plantea de acuerdo con HB (para entonces, EH), lo cual, si ya es problemático en una situación de tregua, se torna insostenible en medio de la violencia.

Pero la clave fundamental hay que buscarla en el hecho de que mientras en 1990 el debate sobre el derecho de autodeterminación se plantea de tal modo que nadie, ni siquiera los partidos nacionalistas que lo promueven, está pensando en su efectiva aplicación, en 1998 abundan los indicadores (teorizaciones, declaraciones, estrategias políticas, ensayos de institucionalización alternativa y, sobre todo, conformación de una mayoría electoral nacionalista) que dan a entender que esta vez la cosa "va en serio". ¿Va en serio? Tal vez, pero, ¿hacia dónde?

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En una entrevista realizada en EL PAÍS por Aurelio Arteta, Juan J. Linz señalaba que el problema derivado en nuestros tiempos de conciliar la libertad de las colectividades (nacionalidades, autonomías o regiones) y de los individuos puede resolverse mediante fórmulas diversas, pero con la condición de que todas esas fórmulas partan de un requisito: una voluntad de convivencia, y no de hostilidad. Tal requisito está en trance (me niego a abandonar toda esperanza) de tornarse un imposible entre nosotros. Escribía Camus en 1946: "Algo en nosotros se ha destruido por el espectáculo de los años que acabamos de vivir. Y ese algo es esa eterna confianza del hombre por la que siempre creía que podían obtenerse de otro hombre reacciones humanas hablándole con el lenguaje de la humanidad. Nos ahogamos entre esa gente que cree poseer la razón absoluta. Y para todos aquellos que no pueden vivir sino en el diálogo y la amistad de los hombres, ese silencio es el fin del mundo". El siglo del miedo era el título del artículo en el que Camus escribió estas líneas. Miedo da pensar que estamos alimentando el fin de la confianza en el otro, es decir, el fin del mundo. Y que a eso lo llamemos opinión o política.

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