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Tribuna:AULA LIBRE
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Iraq: las universidades en la posguerra

Las guerras y las convulsiones geopolíticas exigen la reparación de los daños sufridos por la estructura social y material de las sociedades afectadas. A este respecto, la reconstrucción de la enseñanza superior puede parecer menos urgente que la renovación de las estructuras básicas de vivienda y transporte. No obstante, el punto de vista de las comunidades recién salidas de una crisis suele ser diferente. En efecto, un sistema universitario que funciona satisfactoriamente no sólo estimula a los individuos a poner más alto el listón de sus propias aspiraciones, sino que además es un signo del deseo colectivo de participar en la comunidad mundial del conocimiento.

La caída del Muro de Berlín liberó las energías intelectuales, en la medida en que las nuevas democracias europeas transformaron sus universidades. Los centros de enseñanza superior reanudaron su compromiso con el ideal académico, que la Constitución de la Unesco define así: "La posibilidad de investigar libremente la verdad objetiva y el libre intercambio de ideas y de conocimientos". Fue un proceso evolutivo en el que se hizo más hincapié en la reconstrucción intelectual que en la material. El Centro Europeo de Enseñanza Superior de la Unesco (CEPES), establecido en Bucarest 30 años atrás, se deshizo de las trabas que habían obstaculizado su labor y se convirtió en un catalizador de ese movimiento de renovación.

Las consecuencias del atentado terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York ha creado una situación diferente. En el decenio presente, el desafío es reconstruir las estructuras intelectuales y materiales de las universidades después del derrocamiento de algunos regímenes por la fuerza de las armas. Aunque la labor de reconstrucción de la educación superior en Afganistán se halla todavía en una fase inicial, la comunidad internacional ya está prestando atención a Iraq. ¿Qué se debe hacer para renovar las universidades iraquíes y quiénes deben hacerlo?

Aunque ambos conflictos se perciben como parte de la guerra contra el terrorismo, las situaciones de posguerra de Afganistán y de Iraq son diferentes, especialmente en el ámbito de la enseñanza superior. En el decenio de los setenta, Afganistán poseía un sistema de enseñanza superior limitado, aunque de buena calidad. Sin embargo, en los dos decenios siguientes fue debilitándose hasta que los talibanes acabaron con él prácticamente. Hasta 1990, Iraq poseía el mejor sistema universitario de todos los países árabes. Aunque las sanciones impuestas le afectaron y deterioraron considerablemente, todavía sigue atrayendo hoy en día a muchos estudiantes de los demás países árabes. Si la tarea en Afganistán es reconstruir el sistema, en Iraq sería más exacto decir que es preciso renovarlo o rehabilitarlo. Veamos cuál es la situación de la enseñanza superior iraquí.

Iraq posee 18 universidades, 9 escuelas y 38 institutos técnicos superiores, y 10 centros de investigación especializados. Todos estos centros docentes cuentan con 300.000 estudiantes matriculados y una plantilla universitaria de 15.000 personas. La Universidad Mustansiriya, fundada en 1280, fue una de las primeras del mundo, aunque su continuidad sufrió varios eclipses desde ese entonces. Antes de la primera guerra del Golfo, el Gobierno iraquí destinó fondos abundantes al fomento de la enseñanza superior: unos 1.000 dólares anuales por estudiante. Se construyeron buenos edificios para los centros de enseñanza superior y se dotaron con equipamiento adecuado y docentes graduados en las universidades occidentales -principalmente de Alemania, Reino Unido y Estados Unidos- y en las del ex bloque soviético.

La enseñanza superior empezó a declinar con las sanciones impuestas inmediatamente después de la guerra del Golfo. El equipamiento quedó obsoleto, las colecciones de las bibliotecas se estancaron y los contactos entre científicos se redujeron enormemente. El programa Petróleo por Alimentos trató de atenuar ese declive, destinando algunos fondos a la educación superior, que surtieron efectos distintos en el norte y el sur del país. En la región central y meridional que alberga 61 de los 75 centros de enseñanza superior existentes, el administrador del programa era el propio Gobierno iraquí, que les asignó unos 263 millones de dólares en suministros diversos. Aunque el plan de construcción de locales mantuvo su dinamismo, el esfuerzo realizado se vio menoscabado por las restricciones impuestas en materia de equipamiento, que tenían por objetivo impedir su utilización con fines militares. Los pedidos de equipamiento informático, por ejemplo, se dejaban en suspenso dos años, de manera que el material ya era obsoleto en el momento de su entrega. Por eso, a pesar de que se mitigaron en parte algunos obstáculos, la enseñanza superior siguió declinando. El desarrollo del sistema de enseñanza superior prosiguió, sin embargo, en los 14 centros universitarios situados en las provincias septentrionales, donde la Unesco se hacía cargo del programa. A lo largo del último decenio, el número de estudiantes matriculados ha aumentado en un 76% y la modernización en curso de los centros docentes es manifiesta gracias a los suministros entregados en el contexto del programa, cuyo valor ascendió a unos 176 millones de dólares. Con ese dinero se financió la rehabilitación de los edificios, el equipamiento, el material para las bibliotecas, la infraestructura técnica y la formación del personal docente.

Ahora que las Naciones Unidas han restablecido el programa Petróleo por Alimentos, sería posible renovar con bastante rapidez el conjunto del sistema iraquí de enseñanza superior, una vez que las hostilidades hayan acabado y con tal de que se asignen fondos para ello. El principal problema con que ha tropezado hasta la fecha el programa Petróleo por Alimentos estribaba en la lentitud y cautela del procedimiento de aprobación de los gastos, que tenía por objetivo evitar toda compra de material que pudiese ser desviado de su destino primigenio y utilizado con fines militares. Esta estructura burocrática, forzosamente restrictiva, suponía un sistema de contratación rudimentario en el que la parte iraquí disponía de muy escasos medios para obligar a las otras partes contratantes a cumplir con sus obligaciones. Una vez que el nuevo régimen iraquí no esté sometido a esas restricciones, será posible gastar los fondos del programa Petróleo por Alimentos con mayor rapidez y eficacia.

Ni que decir tiene que ante los demás países y las universidades del extranjero se abrirá una vasta perspectiva para proporcionar ayuda bilateral mediante hermanamientos u otro tipo de acuerdos, tal como se está haciendo en Afganistán. Habida cuenta de que la tarea de renovar la enseñanza superior en Iraq es más sencilla que la de reconstruirla en Afganistán, la Unesco espera que los países que colaboran en la reconstrucción del sistema afgano sigan apoyándola, aun cuando tiendan la mano a Iraq al mismo tiempo.

John Daniel es subdirector general de educación de la Unesco.

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