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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La carta del miedo

La entrevista a José María Aznar el lunes pasado en TVE significó de hecho el pistoletazo de salida de la campaña electoral de las municipales o, si se prefiere, del largo año electoral que se nos viene por delante. Durante la semana, Aznar ha completado el despliegue electoral y ajustado las consignas de su partido, de las que el presidente del Gobierno dio todo un recital ayer en Santander durante el acto de presentación de las candidaturas del Partido Popular a las capitales de provincia. Por parte del PSOE, el acto electoral de ayer en Málaga, con intervención de Rodríguez Zapatero, dio el tono de la campaña socialista, más centrada en proponer alternativas a las políticas del PP que en agitar fantasmas sobre la vitalidad del modelo constitucional español.

Es un rito de la democracia que, cuando se acerca la hora de las urnas, los gobernantes van a la busca del voto sectorial con medidas económicas que podrían llamarse de acompañamiento electoral, destinadas especialmente a mujeres, jóvenes y pequeños empresarios. El PP ha seguido la costumbre, adornada con un despliegue propagandístico desproporcionado a la limitada relevancia de las medidas aprobadas. Pero a Aznar el cuerpo le pide más, y el PP navega contra corriente. Con lo cual no ha dudado en seguir tirando de manual y buscar el capítulo ¿Qué debe hacer la derecha cuando corre el riesgo de perder? La receta es clásica: explotar el miedo por la vía de afirmar que la patria está amenazada, y los dineros, también. Aznar ha dicho que el nacionalismo, el socialismo y el aislacionismo son los tres grandes peligros a los que se enfrenta España, y como en tiempos en los que todo lo que no era franquismo era comunismo, se inventan coaliciones -entre Llamazares y Zapatero- que hoy, en todo caso, no podrían asustar a nadie. La gente sensata de su partido quería calma. Aznar vuelve al ruido.

Todo el mundo sabe que la única amenaza nacionalista que hay es la del País Vasco, pero que ésta ya existía antes de la guerra de Irak y la actitud de Aznar ante el conflicto ha contribuido a agravarla. Primero, porque la defensa de la legalidad, de la que Aznar hizo su bandera, pierde legitimidad cuando el presidente participa en un espectáculo de ruptura de la legalidad internacional. Segundo, porque la guerra ha provocado un indudable distanciamiento entre PP y PSOE, también en el País Vasco. Hablar de amenaza socialista es realmente querer convocar lo que el propio Aznar en lenguaje de otro tiempo llama "los demonios históricos". Y, en cuanto al aislacionismo, ¿qué contribuye más a esta actitud, colocarse a la vera de Bush y hacer participar a España de la administración de un país ocupado o sintonizar con amplios sectores de la opinión pública mundial y trabajar por un orden multilateral alternativo al unilateralismo norteamericano?

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Enfrente, el PSOE sigue con el estilo fuerza tranquila que su secretario general parece contagiar a todos los niveles. En lenguaje coloquial, podría decirse que ha llegado la hora de espabilarse. La fuerte apuesta de Zapatero contra la guerra, en defensa del viejo consenso democrático sobre política internacional, ha estado en sintonía con la mayoría de la opinión pública. Pero el retorno a la normalidad y la entrada en campaña electoral exige algo más. La ciudadanía ha expresado en las encuestas un amplio rechazo a la política de Aznar, pero no ha mostrado un apoyo equivalente a la actuación de Zapatero. Probablemente porque la ciudadanía no ha visto suficientemente explicado qué se proponía, además de compartir el rechazo a la guerra.

Es verdad que en este país la alternancia se produce más por defunción o quiebra del partido gobernante que por mérito del opositor. Pero el PSOE no puede seguir esperando a que la derecha se suicide. Tiene que reemprender el hilo de las propuestas y de las perspectivas. Se equivocaría el PSOE si insistiera más de la cuenta en la guerra de Irak y sus secuelas, porque podría ocurrir que se acabara creyendo que era su principal baza electoral.

Estamos ante unas elecciones municipales con enorme carácter político, porque son el primer test serio desde la mayoría absoluta del PP, porque medirán las consecuencias de la guerra y porque se sitúan al inicio de un ciclo electoral. La personalidad de los alcaldes -la política la hacen las personas, y es muy bueno que éstas se signifiquen por encima de los partidos- tiene mucha importancia en estos comicios. Pero hay dos grandes temas que en esta ocasión serán decisivos y en los que el Gobierno del PP ha sido cogido en falta: la vivienda y la seguridad. Al PSOE corresponde demostrar que tiene propuestas creíbles que ofrecer, y no sólo parches adornados de grandilocuencia, al modo de las medidas de urgencia electoral del PP.

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