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Columna
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Alemania, declive o recesión

Con un crecimiento del 0,2% y un déficit presupuestario del 3,6% del PIB en 2002, recriminado ya por Bruselas, Alemania camina a gran velocidad hacia la recesión. Las crisis económicas, al presentarse periódicamente, tienen un carácter coyuntural, pero, además de diferenciar las de ciclo corto de aquellas de ciclo largo (parece que esta vez coinciden las dos), conviene incluirlas en épocas de ascenso o de declive, conceptos ambos que abarcan todos los aspectos de la vida de un pueblo, a diferencia del de crisis económica. Para determinar si nos hallamos en una época de ascenso o de declive, además de los factores económicos, es preciso tener en cuenta los culturales, sociales y políticos, sin que resulte fácil atribuir a uno de ellos la preeminencia.

Pues bien, me atrevo a aventurar la tesis de que no cabe entender la crisis por la que pasa hoy Alemania si se reduce a los índices macroeconómicos, que, sin duda, pese a que todavía no se vislumbre la salida del túnel, mejorarán en un futuro no muy lejano. Lo que quiero decir se mueve en otro plano que el meramente coyuntural. Y es que sólo se capta el sentido profundo de la crisis si ésta se inserta en la época de declive que se inició, justamente hace 70 años, con la llegada de Hitler al poder. No se insiste lo suficiente en que aquellos 12 años nefastos supusieron una ruptura definitiva con la Alemania anterior.

La Alemania occidental de la posguerra reconstruyó sus infraestructuras e industrias en un tiempo récord, pero el llamado milagro alemán no implicó recobrarse de los daños intelectuales, y sobre todo morales, que infligió el nazismo. No se pasa por el holocausto como por un sarampión. Ni la timorata, hipócrita y absolutamente dependiente República Federal tiene ya algo que ver -repárese que digo para bien y para mal- con la Alemania anterior al advenimiento del nazismo, ni pudo volverse a ella en 1990 con la unificación de los dos Estados alemanes. La historia no admite dar marcha atrás. Lo que pareció un regalo del cielo se muestra hoy uno de los factores desencadenantes de la crisis. La unificación no ha salido bien, pese a que no pudo hacerse de otra manera, ni mucho menos no hacerse.

En 1933, Alemania, con la persecución de sus ciudadanos judíos, pierde definitivamente aquello que hasta entonces la había distinguido, una capacidad científica de primer orden, así como una decencia básica, que no ha podido ya restablecer. La Alemania que surge en la posguerra, pese a las ilusiones que en un primer momento levanta en los dos Estados, tiene ya poco que ver con la anterior a 1933. Con el paso de los años hemos comprobado que no sólo se trata de otra Alemania, sino que en la fecha fatídica de 1933 ha comenzado un declive que se define por el bajón que han dado tanto la educación media de la población como la creación científica de sus élites.

Justamente, los dos elementos que en el pasado determinaron la grandeza de Alemania, hoy por completo deteriorados, ponen de manifiesto el inicio de una decadencia. El informe PISA ha corroborado la "catástrofe educativa", así como la economía se resiente de haber perdido en muchos sectores la anterior capacidad de innovación tecnológica, dejando bien claro que la investigación científica ya no es lo que había sido hasta la llegada del nazismo. Los sistemas totalitarios promueven a los mediocres adictos, a la vez que un nacionalismo exaltado crea un sentimiento de prepotencia que no encaja con la humildad paciente que exige el hacer científico. Alemania no ha podido ya recuperarse del desmoronamiento de la ciencia que desde el primer día trajo consigo el nazismo al excluir una buena parte de sus mejores científicos de origen judío. Todavía, cinco siglos más tarde, España se resiente de los muchos males que se derivaron de la expulsión de los judíos; en Alemania han pasado tan sólo 70 años.

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