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De la necesidad de reformar Uzbekistán

Cuando el presidente de Uzbekistán, Islam Karimov, se encuentre con el Rey y miembros del Gobierno español durante la visita oficial a España que realiza estos días intentará, probablemente, convencer a sus interlocutores de los progresos realizados por su Gobierno desde el fin de la Unión Soviética en 1991. Sin embargo, la realidad cotidiana en este país de Asia Central se aleja cada día más de los largos discursos de su presidente, que ya no convencen a muchos ciudadanos de su propio país. El estilo de gobierno del señor Karimov se hace cada año más autoritario. La ausencia de reformas sociales, económicas y políticas se las deben los uzbekos a un presidente que gobierna solo, con un círculo cada vez más reducido de consejeros cuyos nombres desconoce la opinión pública.

La realidad en este país sigue siendo ajena a las pretensiones de éxito por parte del Gobierno. Como en la mayoría de los países ex soviéticos, la población de Uzbekistán ha perdido enormemente en términos de protección social, de acceso a la educación, y de protección de sus derechos desde el fin de la Unión Soviética. Si en los demás casos la mayoría de los gobiernos de las repúblicas independientes han optado por fuertes reajustes económicos que han dejado a su pueblo a la merced de un capitalismo salvaje y sumamente violento, el Gobierno de Karimov atrajo simpatía desde un primer momento por intentar evitarle al pueblo uzbeko un choque tal. La receta adoptada tiene un nombre: el "camino uzbeko de desarrollo".

A los 12 años de su independencia el país está ahogado por la falta de voluntad de reformar que es el resultado más sensible del "camino uzbeko de desarrollo". Muchas de las estructuras de la Unión Soviética parecen haber sido conservadas casi intactas en Uzbekistán: un aparato judicial y estatal represivos, un Estado que controla las fuentes más importantes de ingreso de la economía, una divisa nacional a un cambio oficial artificialmente fijado por el Estado y un sistema educativo decadente en el que la ideología marxista ha sido sustituida por cursos de "ideología nacional" que reflejan únicamente las obras del presidente Karimov. La prensa está totalmente controlada y las fuentes de información exteriores, como Internet, son filtradas. Unos días antes de la visita de Karimov a España el Gobierno uzbeko llegó a cerrar un proveedor de Internet creado gracias a los programas científicos de la OTAN, la Fundación Soros y el PNUD y cuya meta era ofrecer acceso libre a Internet para las ONG, los periodistas y el público en general. La razón dada era ecológica: la antena del terminal afectaría a la salud de los vecinos y malograría el aspecto arquitectónico del barrio donde se ubica... (*) La prensa y la libertad de opinión sufren más ahora que en la época soviética, en la cual la censura hubiera permitido, por ejemplo, la publicación de artículos sobre un estallido de gripe en un valle del departamento de Tashkent. En los tiempos de Karimov tal información se censura: es información clasificada, prohibida, es un secreto de Estado...

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El tema de la democratización del país ocupa un espacio importante en los discursos oficiales. La distancia entre este discurso y una realidad en la que el ciudadano se siente abandonado por unas autoridades policiales y judiciales corruptas es tan grande que los uzbekos, al oír la palabra "democracia", se ríen y contestan al extranjero: "Sí, en nuestro país la democracia está en el horizonte" referiéndose así a la famosa frase de Nikita Khruzhchev acerca del comunismo. Es una línea de la cual se puede hablar, pero nunca acercarse... El Parlamento ha sido convertido en una sencilla cámara de anotación de las decisiones presidenciales. Los cinco partidos oficialmente registrados apoyan sin restricción alguna la política del presidente y los partidos de oposición no pueden registrarse. Todos los líderes políticos que se oponen al poder de Karimov deben hacerlo desde el exilio.

Lo más espantoso de esta situación es que muchas delegaciones oficiales occidentales que visitaron Uzbekistán estos últimos años se han contentado con la retórica prodemocrática del presidente Karimov. Sólo unos pocos políticos de los países democráticos han preguntado abiertamente al régimen sobre su atroz tratamiento de los derechos humanos. Según las grandes agencias de defensa de los derechos humanos, el Gobierno de Uzbekistán habría encarcelado a más de 7.000 opositores políticos. El uso de la tortura como manera habitual de obtener confesiones ha sido ampliamente documentado por Human Rights Watch sin que ello provoque mayor reacción en Occidente. Las condiciones de arresto en el centro de Jazlyk se pueden comparar con las que se daban en las cárceles de seguridad de la Argentina de la dictadura militar. Los presos por delitos religiosos, acusados de conexiones con movimientos islámicos radicales, son sometidos a tratamientos inhumanos de forma casi permanente. Los dos casos más espeluznantes de estos últimos meses ilustran bien el nivel de violencia del régimen. Muzaffar Avazov y Khuzniddin Alimov, presos en el campo de Jazlyk, murieron el 8 de agosto de 2002 aparentemente tras haber sido sumergidos en agua hirviendo.

El hombre que llegó a España ayer y que hablará con el Rey y las autoridades españolas de reformas electorales y de nuevas recetas económicas en su país, es un jefe de Estado que permite que cosas de este nivel de gravedad tengan lugar sin que se abra ninguna investigación oficial.

Con 25 millones de habitantes, Uzbekistán es un país clave para toda la región centro-asiática. Unos días después de los ataques terroristas en Estados Unidos, el Gobierno uzbeko ofreció rápidamente una base aérea militar a las tropas norteamericanas en el sur del país, no muy lejos de la frontera con Afganistán. Desde entonces, Karimov se ha ganado la imagen de aliado de Occidente en la lucha contra el terrorismo. Sus cárceles están llenas de presuntos terroristas islamistas. Estados Unidos y los países europeos que no quieren ver un Asia Central aún más desestabilizada tienden a perdonar a este nuevo aliado su mano de hierro en la represión interna. Este enfoque es un error estratégico que puede resultar carísimo mañana a todos los países que invierten hoy tanto en la pacificación de Afganistán. Al haber eliminado del territorio de su país toda organización política de oposición, el Gobierno uzbeko ha obligado a todos los que no están de acuerdo con su política a actuar en la clandestinidad. El peligro intrínseco a este tipo de política es que las únicas estructuras que sobreviven a tal régimen de represión brutal son las más extremistas, las más capaces de organizarse en la clandestinidad y que, en el caso de Uzbekistán, son los movimientos islamistas más o menos violentos. Suprimiendo del espacio político oficial la oposición laica, Karimov ha creado lo que más temía: un terreno propicio al desarrollo de estructuras subterráneas, esencialmente islamistas, que son las únicas capaces en el momento de canalizar la creciente impaciencia de una juventud sin futuro. La falta de reformas económicas, los permanentes cambios de legislación que permiten a una burocracia rapaz (herencia soviética liberada del control de Moscú) echarse encima de las pequeñas y medianas empresas a la menor señal de ganancias estables, condenan toda esperanza para la gran mayoría de los jóvenes uzbekos de encontrar un trabajo y de fundar una familia.

Esta situación, creada artificialmente por un Gobierno incapaz de formular políticas adaptadas al complejo siglo en el que vivimos, representa uno de los mayores peligros de desestabilización de Asia Central en los años que vienen. Tal incapacidad se sanciona en nuestros países a través de las urnas. En Uzbekistán las urnas son mudas... Sólo nos queda esperar que el señor Karimov tenga razón cuando destaca en sus discursos la excepción cultural uzbeka. Según la regla tantas veces comprobada en todas las regiones del mundo, un desacuerdo político que no se puede expresar por la palabra en un Parlamento desemboca casi siempre violentemente en la calle. Tal vez en este aspecto también "la mentalidad uzbeka", que Karimov invoca cada vez que rechaza una reforma de fondo de su sistema político, no es como en el resto del mundo. Para la tranquilidad de Asia Central, y del mundo, quisiera creerlo también. Pero me resulta difícil.

España es un país donde el señor Karimov puede aprender mucho sobre los valores de una transición democrática real y profunda. ¿Tendrán el valor de resaltar el tema las autoridades españolas?

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