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Columna
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Cumpleaños

"Janis Joplin se ahorró la humillación de la vejez". Esta curiosa reflexión fue difundida por TVE en la segunda edición del telediario del pasado domingo, cuando se cumplían sesenta años del nacimiento de la cantante de Tejas. El reportaje recordaba también que Joplin había muerto, a los 27 años, tras una sobredosis de heroína, por lo que la torpeza del comentario sobre la edad madura como vergüenza, quedó aún más patente. El uso y abuso que toda la televisión hace de lo joven como parte del discurso publicitario globalizado del que forma parte, unido a la incompetencia profesional, pueden conducir al despropósito visto/oído el domingo: denostar la vejez y hacer una apología, pura y dura, de la droga en un medio que, como el Nodo aznarista, si por algo se caracteriza es por el permanente panegírico de una naftalina ideológica más o menos edulcorada.

Para la omnipresente publicidad, la ancianidad sólo existe o bien negándose a sí misma (abuelas que gracias a una compresa maravillosa evitan las pérdidas de orina y corren en bicicleta), o como manifestación de la incompetencia frente a la eficacia de lo joven (el frotar se va a acabar). Para la política dominante, la vejez se reduce a la pura mercancía electoral y en esto el ministro Eduardo Zaplana sólo ha hecho que demostrar que es un político profesionalmente moderno, aplicando las técnicas de mercadotecnia a la paguita de los jubilados. Otra cosa es que el público objetivo al que se supone va dirigida la campaña publicitaria del ministerio, a diferencia del joven, no es precisamente una masa de incautos. O tal vez los incautos somos nosotros y la propaganda oficial no vaya dirigida a los jubilados, sino a los por jubilar.

Así las cosas uno se reencuentra con la lectura fresca de Cumpleaños, obra escrita por César Aira al cumplir los cincuenta, un libro que no es precisamente optimista respecto al paso de los años pero que destila inteligencia desde sus primeras líneas escritas, desde la alarma que le suscita la ignorancia sobre las fases de la luna, que da paso al fatalismo de todos sus renuncios y en consecuencia se convierte en ejemplo de su vida "vista desde el borde de la muerte", que debe ser un abismo bastante frecuente cuando se cumplen los cincuenta.

Y como un regalo de cumpleaños a los lectores, César Aira nos cuenta la corta vida del matemático francés Evariste Galois. Trágica biografía, a propósito de la cual Aira formula la idea de que las matemáticas, a diferencia de la literatura, tienen la anotación adecuada, o que de paso permite al escritor argentino desvelarnos en una hermosa metáfora la relación entre las matemáticas y la poesía: las rimas son las ecuaciones de la lengua, nos dice. Libro escrito desde la desazón, "¿qué hacer? ¿vivir? ¿qué hice en cincuenta años?", desde la constatación de haber empleado la supervivencia en soñar el instante de la muerte anticipada y también de algo tan demoledor como la aplicación al trabajo intelectual de la llamada "ley de los rendimientos decrecientes", deja, por tanto, pocos resquicios para la esperanza.

Menos mal que la ley de los rendimientos decrecientes también puede aplicarse a la política y sin embargo no a la novela, que es capaz de derrotar a las crueles leyes de la fuerza y del tiempo para ponerlas al servicio de la obra.

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