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Columna
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Viejos

Los viejos son los primeros en admitir que envejecer puede llegar a ser una putada. Intentan resignarse al paternalismo con el que se les trata y se preguntan por qué las administraciones no invierten el triple de sus presupuestos en políticas sociales de atención al sector. Ya sé que se hacen muchas cosas y que los impuestos no dan para tanto, pero salta a la vista que la inversión no es suficiente. En parte porque, como repiten hasta el hartazgo sociólogos y demógrafos, la esperanza de vida ha aumentado, aunque llamarle esperanza de vida a según qué sea una mezcla de sarcasmo macabro y de crueldad eufemística. Queda, por supuesto, la iniciativa privada, que resuelve parte de los problemas de atención a cambio de una pasta de la que no todo el mundo dispone (residencias, enfermeras privadas, tratamientos, curas de salud, balnearios). Convertido en sector de consumo, pues, la vejez ha empezado a generar micromercados y negocios que intentan resolver, a través de la milenaria ley de la oferta y la demanda, necesidades y servicios.

En esta línea, existe en Barcelona una tienda especializada en productos para viejos que lleva el poético nombre de La Botiga de l'Avi (calle de València, 306). Al entrar, si todavía no perteneces a este segmento de población, te das cuenta de las muchas cosas que quedan por resolver en la vida cotidiana de los que no pueden valerse por sí mismos o tienen extraordinarias dificultades para hacerlo. Es un lugar que deberían visitar todos los que tengan trato habitual con viejos. La tienda rezuma una buena voluntad que se expresa en paneles con textos de una ligera cursilería divulgativa y, pese a no ser demasiado grande, está distribuida por temas: comedor, dormitorio y descanso, baño, accesorios de vestido, salud y cosmética, y cultura y regalo. Martin Held dijo en una ocasión que todo el mundo quiere llegar a viejo pero nadie quiere serlo. Aquí, mientras observo varios ejemplos de silla ergonómicamente diseñada para que no te quedes hundido para siempre, me doy cuenta del sentido de estas sabias palabras. La dificultad para coger instrumentos tan cotidianos como un bolígrafo, un tenedor o un cepillo de dientes; el esfuerzo que tienes que hacer para peinarte o cortarte las uñas de los pies; la odisea que supone ducharse, abrocharse los botones, hacerse el nudo de la corbata, fregar los platos o ir al retrete, casi todo tiene su traducción en objetos especiales.

Éste es un mundo de respaldos reclinables, bastones de todo tipo, tubos de espuma con los que se enfundan objetos muy delgados para poderlos coger sin apuros, sillas con barandillas, asideros de pared, contrapesos y almohadillas cervicales, tenedores-cuchillos multiusos, reducidas piscinas hinchables para que puedan lavarte el pelo cuando estás condenado a vivir postrado en una cama, atriles que te sujetan las páginas de los libros que todavía tienes ganas de leer, rebordes de plástico para que, cuando inclinas el plato, la sopa no lo deje todo perdido. Es un mundo en el que conviven conceptos como lo antideslizante o el masaje reflexoterapéutico y en el que cualquier objeto debe ser asido a distancia, gracias a una pinza que interpreta el papel de prótesis, o en el que, para ponerte los calcetines o las medias, tienes que recurrir a un curioso invento que te permite no doblar la oxidada espalda ni contorsionarte dolorosamente. Todos estos objetos deberían estar financiados por la Seguridad Social pero aquí, por lo menos, uno puede adquirirlos a cambio de dinero. Aviso: no son productos especialmente baratos. Hay zapatos ortopédicos, gorras, bufandas, champús e incluso una sección con barajas de cartas, dominós y otros juegos de mesa propios de residencia de ancianos. Aquí, si quieres, puedes disfrazarte de viejo o, simplemente, comprar cosas que pueden resultarles útiles a los ancianos que conoces. Yo confieso que compré algunos objetos para irme familiarizando con los problemas de este sector de población cada vez más amplio e intentar comprender pequeños detalles de su vida diaria: un pastillero (de plástico transparente, 2,35 euros), un vaso ergonómico (de plástico, 6,20 euros, con un reborde especial), un cortaúñas asistido (made in England, 18 euros), un enhebraagujas automático (italiano, de nombre Perfecto, 8,50 euros), tres manguitos soportes flexibles para coger lápices y bolígrafos (5,80 euros) y unas tijeras de podología (18 euros). Los pongo sobre la mesa y los observo como si fueran el presagio de un tiempo que llegará, seguro. De pequeños, nos dijeron que éramos los hombres del mañana. Ahora que la profecía se ha cumplido y que ya somos hombres (o similar), conviene ir haciéndose a la idea de que también somos los ancianos del futuro, los próximos clientes de La Botiga de l'Avi.

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