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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un yogur azucarado y dulzón

Javier Ocaña

Mantenerse durante 32 semanas en la cartelera norteamericana es un privilegio del que sólo gozan los matrix, los hobbits, los niños con varita mágica y unos cuantos jedis. Los analistas de Hollywood se deben estar estrujando el cerebro para averiguar cuál es la fórmula del éxito de esta comedia romántica ambientada en una familia americana de origen griego en la que pretende ingresar un americano de pura cepa por medio de un matrimonio con el patito feo del grupo. No hay efectos especiales, no hay acción, no hay sexo, no hay caras conocidas... No hay nada de lo que habitualmente tienen los grandes éxitos. Por no haber, ni siquiera hay un buen guión, una buena dirección y una buena película. Mi gran boda griega es el caso más raro de éxito cinematográfico a gran escala del último cine.

MI GRAN BODA GRIEGA

Dirección: Joel Zwick. Intérpretes: Nia Vardalos, John Corbett, Michael Constantine. Género: comedia romántica. EE UU, 2002. Duración: 96 minutos.

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Una joven guionista y actriz llamada Nia Vardalos es la artífice de la gloria. Autora de un monólogo teatral en el que se basa el filme, Vardalos vio cómo los sueños a veces se hacen realidad. Rita Wilson, mujer de Tom Hanks y de origen griego, fue a ver el espectáculo y le ofreció producir una película.

La película comienza como la típica historia de la Cenicienta familiar a la que nadie hace caso y que un buen día decide dar un volantazo a su vida (o, más bien, a su imagen). Es hora de jubilar vestidos, de cambiar las gafas de culo de vaso por las lentillas y de convencer al peluquero para que haga algo con la fregona que reposa sobre la cabeza. El proceso es narrado por Vardalos a toda velocidad, sin que en ningún momento sea creíble la transformación. Aunque aún mas rápido es el enamoramiento que sufre el guapo americano interpretado por el televisivo John Corbett (el locutor de radio de Doctor en Alaska y uno de los actores de Sexo en Nueva York). Es entonces cuando la base de la película pasa a ser el choque de culturas y la salida de tono de algún integrante de una comunidad endogámica. Las griegas se casan con griegos para tener hijos griegos y nietos griegos.

Películas como Oriente es Oriente (Damien O'Donnell, 1999) y Quiero ser como Beckham (Gurinder Chada, 2002) han mostrado en los últimos años estos enfrentamientos familiares, provocados por los cambios de costumbres de las nuevas generaciones de origen indio y paquistaní del Reino Unido. Pero estas obras no contenían esa sobredosis de buen rollo que posee Mi gran boda griega. En el guión no hay un solo giro que dé a entender al espectador que los problemas familiares pueden afectar al par de enamorados. No hay conflicto ni los necesarios altibajos dramáticos. La película no molesta, pero ni sorprende ni apasiona. El humor deambula entre lo naïf y lo obvio, aunque la pareja se hace querer a fuerza de sonrisas cómplices. Quizá sea ese buen rollo el culpable del éxito de la película, no muy lejana de otras de ese "cine familiar" que ocupa las tardes televisivas del fin de semana en la mayoría de las cadenas. Quizá. Porque películas como ésta hemos visto a porrillo y no han ganado ese dineral.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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