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Reportaje:

El mérito de unas marionetas

El pequeño Teatro La Estrella de El Cabanyal sigue fiel a su trayectoria frente a la competencia desleal y al Ayuntamiento

Ferran Bono

En la calle de los Ángeles, muy cerca del mar, hay un teatro de marionetas. Se llama La Estrella. Cuando se inauguró, hace ocho años, hacía mucha gracia. Raro era que no saliera en los periódicos para dar cuenta de su creación o de su programación. Era el único teatro de Valencia dedicado sólo a las marionetas, ese arte escénico que suele despertar una inmediata adhesión por su capacidad de evocar en un instante el mundo de la infancia. Más de 150.000 espectadores han pasado por las puertas de este recinto que parece sacado de un cuento de hadas. Todo pintado de azul, con azulejos blancos y balcones enrejados en un edificio de dos plantas, que se inscribe en la arquitectura popular característica del barrio de El Cabanyal donde se asienta. Las marionetas y los muñecos se agolpan en el interior irradiando un aire de fábula. Normal, es un teatro de marionetas, el único que hay. Si prospera finalmente el plan municipal del Ayuntamiento de Valencia de prolongar la avenida de Blasco a través del barrio, el teatro desaparecerá.

Pero no se trata de incidir sobre la cuestión, aunque tampoco hay que olvidarla. Maite Miralles y Gabi Fariza, responsable de la sala, señalan que el litigio contra el proyecto será largo, de varios años, incluyendo el hipotético recurso. Por eso, quieren centrarse más en su trabajo diario, en las representaciones que dejan boquiabiertos a niños y padres, que insistir en el deterioro premeditado y en la falta de inversiones públicas en el barrio, aunque lo hacen, comprometidos por el mantenimiento de la actual retícula urbana.

Tiene mérito el Teatro de Marionetas La Estrella. Este ejercicio han recibido por primera vez en sus ocho años de historia una subvención de la Generalitat (de 3.000 euros) y ha de lidiar el "acoso" de la "competencia desleal" que suponen las "campañas escolares gratuitas" de marionetas, apunta Fariza. No están en contra de ellas, pero sí de que no se instruya ni se acostumbre al público más joven a pagar por una espectáculo cultural, aunque sea un precio módico. "Cuando el público paga valora más los espectáculos", sostiene Miralles.

Tampoco tienen recursos para campañas publicitarias. Por eso piden un poco de atención para una "historia tan frágil". Lejos, en cualquier caso, queda el respeto y admiración de los franceses por su centenario teatro del guiñol, considerado un auténtico patrimonio histórico y cultural. La pareja se encarga de realizar y adaptar los textos, las escenografías y los decorados

Las marionetas no dejan insensibles a nadie. Cuentan Miralles y Fariza que al principio solía ir un padre cariacontecido, acompañando a varios nanos, que podían ser su hijo con amigos o familiares. Ahora, en los fines de semana, se ven grupos formados por un niño y varios padres o adultos, que disfrutan también con el amplio repertorio para varias edades del Teatro La Estrella.

Una de las obras para todos los públicos es Ricitos de oro y los tres osos. "Cuando los niños ven que Ricitos es de verdad se marean", dice la actriz Ruth Atienza. Están tan acostumbrados a la televisión que la primera reacción ante muñecos de tres dimensiones es de absoluto desconcierto y luego de satisfacción. "No saben qué es real y qué es ficción o una pura imagen", concluye la actriz.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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