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Columna
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Vivir en el limbo

En el reparto de papeles que se produjo años atrás, en Alicante, tras las elecciones municipales, los socialistas fueron arrojados al infierno, los empresarios se instalaron en el paraíso y el Partido Popular se reservó para sí el limbo. Esta decisión de los políticos de la derecha sorprendió a muchos ciudadanos, que no acababan de entenderla. "¿Cómo unas personas tan despiertas eligen para habitar un lugar tan nebuloso?", se preguntaban los alicantinos. "¿Qué clase de proyectos, qué negocios puede realizar uno si está en el limbo?" El tiempo, sin embargo, ha demostrado lo acertado de la decisión y hoy, siete años después, aquellos políticos de la derecha se encaminan tranquilamente hacia un tercer mandato.

Y es que la vida en el limbo ofrece indudables ventajas, a poco que uno la administre con esmero. Las condiciones de ambigüedad y lejanía que presenta el lugar, permiten desarrollar un sinnúmero de actividades, sin la enojosa necesidad de dar cuentas a nadie. Por ejemplo, supongamos que usted es un concejal de Urbanismo que vive en el limbo y decide ponerse al servicio de los constructores. Dé por seguro que su decisión no despertará extrañeza entre la ciudadanía, que verá el asunto como un negocio lejano y vaporoso, en el que no cabe inmiscuirse. Usted podrá trabajar con una libertad total, absoluta. Incluso ordenar el urbanismo de la ciudad conforme a sus intereses, sin ser molestado.

Reparemos en el escándalo de Mercalicante, una empresa pública en la que se han volatizado miles de euros en los últimos años. Pues, bien, gracias a vivir en el limbo, el alcalde Díaz Alperi puede ahora proclamar su inocencia, pese a haber presidido el consejo de administración de la empresa durante todo ese tiempo. De haber tenido Díaz los pies en la tierra, su situación sería bien distinta y los alicantinos le exigirían responsabilidades por su mala gestión. En cambio, a una persona que vive en el limbo, ¿qué podríamos reclamarle?

La prueba más reciente de que Díaz Alperi continúa en el limbo, la tenemos en el caso Ikea. La empresa sueca del mueble pensaba instalar uno de sus almacenes en algún punto del sureste, dentro de sus planes de expansión. Desde hace meses se hablaba de ello en los diarios y el nombre de Alicante se mencionó en varias ocasiones como el lugar propicio. Dada la inclinación de Díaz por las grandes superficies -Alicante está ahora mismo rodeada por un cinturón de grandes superficies- era de esperar que el alcalde se interesara por el negocio. La fama de la multinacional es considerable y provoca, allá donde se instala, una enorme atracción comercial que se traduce en la creación de numerosos puestos de trabajo.

Por desgracia para los alicantinos, Díaz Alperi no se enteró del asunto. En cambio, Ramón Valcárcel, el presidente de la Comunidad de Murcia, organizó con presteza una misión comercial y viajó a Estocolmo para hablar con los suecos. Aunque milita en el Partido Popular, Valcárcel no tiene la suerte de vivir en el limbo y debe trabajar para ganarse el voto de sus electores. Naturalmente, Ikea se instalará en Murcia, y allá se llevará los puestos de trabajo y el atractivo de su marca.

Y es que si la vida en el limbo reporta grandes ventajas a algunos gobernantes, para los gobernados resulta siempre fatal.

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