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ARTE Y PARTE
Columna
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Utopía o realismo crítico

En la sala Met.room del carrer Nou de Sant Francesc de Barcelona se puede visitar una exposición -La ciudad nómada- que se incluye en un itinerario en el que participan también La ciudad suspendida de la Galería Ras y La ciudad efímera del Instituto Francés. En las tres se muestran diversos ejemplos de un movimiento utópico que tuvo sus puntos culminantes en la década de 1960 y que proponía transformaciones radicales en la vivienda y en los sistemas de agrupación urbana. He dicho 'utópico' y también hubiera podido decir 'realista' en tono polémico para sumarme al breve debate sobre el realismo crítico abierto estos días en la exposición y el simposio Arquitectura de los años 60 del Colegio de Arquitectos.

En este simposio se habló de los arquitectos 'realistas' que aparecieron en Barcelona la década de 1960 -en paralelo con el desarrollo coetáneo de la cultura italiana arquitectónica y cinematográfica- en oposición a ciertos escapistas a los que llamábamos, no sé si muy acertadamente, 'idealistas'. Se trataba de pronunciarse contra los que proyectaban como si todos los problemas estuvieran resueltos, como si la vivienda económica fuera un tema superado, como si la tecnología hubiera alcanzado un alto grado de perfección y la sociedad sólo necesitara confirmar su falso optimismo elitista: una arquitectura idealizada en un país de miseria real. Y se trataba de oponer a ello un realismo crítico que reconociera los problemas reales de aquella miseria y los atacara desde dos frentes: por un lado, -dentro del campo limitado de una arquitectura sin poder- ofrecer soluciones fáciles y económicas a aquellos problemas y, por otro, subrayar con el propio lenguaje las insuficiencias y el déficit en términos de agresión crítica. Todavía se pensaba con ingenua honestidad que esta actitud podía colaborar en la creación de una conciencia colectiva para la transformación de la sociedad. Bajo la bandera de una 'Escuela de Barcelona', se probó una arquitectura cuya modestia se representaba en la recuperación de la pobre artesanía del ladrillo y la madera, de la teja, el fibrocemento y la cerámica, mientras los 'idealistas' se empeñaban en la imitación de los muros-cortina o en las modulaciones de la prefabricación que a penas habían conseguido las tecnologías europeas y americanas más avanzadas. Se les reconocía un valor experimental de anticipación pero se les recriminaba un conformismo que, maquillando las formas, evitaba la crítica social.

Paralelamente, en el mundo anglosajón aparecía otro tipo de respuesta a estas circunstancias: las que se exponen en las tres exposiciones mencionadas, especialmente en la de Met.room, montadas con algunos de los materiales tan inteligentemente coleccionados en el Fons regional d'art contemporain' de Orleans (FRAC Centre). Arquitectos y diseñadores de la época se esforzaron en denunciar la falta de correspondencia entre los tipos de vivienda que se seguían haciendo y las nuevas formas de vida. Rottier, Schein, Haüsermann, Chaneac, Emmerich, Constant y los situacionistas, Friedman, Parent-Virilo, Archigram, Fuller, los metabolistas japoneses, etc. se plantearon la creación de nuevos tipos residenciales para resolver los grandes déficit, proponiendo la serialización productiva, la flexibilidad, el nomadismo, los materiales efímeros, para el Tercer Mundo y las avalanchas inmigratorias. Y proyectaron modelos de agregación que querían revolucionar la vieja estabilidad urbana: la Plug-in-City, la Walking City, la cúpula geodésica, la ciudad en el espacio, etc.

El punto de partida de estas propuestas era parecido al análisis crítico de los realistas, pero el resultado era completamente distinto. El optimismo sobre el futuro tecnológico en algunos y en otros la capacidad de cambiar los sistemas productivos marcó el camino hacia una utopía más radical que finalmente se perdió en la 'nostalgia del futuro', en la orgía gráfica, en la 'academia de la utopía' como dijo Manfredo Tafuri.

Pero, observando ahora muchos de los documentos expuestos, se comprenden mejor los valores morales de aquellos diseñadores que en sus mismas propuestas implicaban una crítica feroz al status quo, aportando líneas de investigación que todavía hoy nos serían útiles si los arquitectos famosos dejasen de preocuparse por la representación publicitaria del poder y se enteraran de dónde les reclaman las necesidades reales.

En una mesa redonda del Simposio del Colegio de Arquitectos un estudiante se quejaba de la falta de objetivos sociales y morales en su futura profesión porque, decía, 'la tecnología nos ha resuelto ya todos los problemas'. Fue fácil contestarle: ¿a quién la técnica ha resuelto todos los problemas? ¿A los millones de niños que mueren de hambre en Africa? ¿A los inmigrantes que duermen en las calles de las grandes capitales europeas? ¿A los jóvenes y los ancianos que no pueden pagarse la vivienda? Era fácil sacar el testimonio tristísimo de un ministro que acababa de declarar que en España las viviendas son muy caras porque todos los españoles son lo bastante ricos para poderlas comprar. Confundir 'todos' con 'una minoría' es el signo cínico de una situación insostenible. Al estudiante del simposio se le podían ofrecer algunos objetivos plausibles que, precisamente, estaban presentes estos días en las actividades culturales de Barcelona: o trabajar en la línea de un nuevo realismo crítico -distinto ya del la década de 1960, adecuado a nuevos problemas- o aprender de aquellas utopías que partían, no obstante, del análisis de la realidad y ofrecían didácticamente una revolución. Porque, quizás, una nueva línea utópica podría hoy dar validez a aquella frase de Michel Ragon que resultó exagerada en los años 60: 'a diferencia de las del pasado, las utopías del presente son casi todas inmediatamente realizables'.

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