_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Landa-Hlauts /al-andalus

Yo nunca me creí lo de los vándalos. ¿No estuvieron poco tiempo por estos pagos aquellos bárbaros -aquellos vándalos- antes de cruzar el Estrecho, para no volver nunca, a principios del siglo V? Y siendo así, ¿cómo se iba a arraigar el nombre suyo de tal forma que diese lugar, 300 años después al topónimo al-Andalus? Es que no encajaba.

Acabo de tropezar con una explicación mucho más razonable, que sin duda hubiera debido de conocer antes. En la introducción a su bellísimo libro La arquitectura musulmana en Andalucía (Taschen, 1992), Marianne Barrucand y Achim Bednorz rinden pleitesía al precepto clásico de 'primero, la definición' y arrancan con dos fascinantes páginas sobre esta espinosa cuestión. En ellas dicen que un documentado trabajo del orientalista Heinz Halm, publicado en 1989, demuestra que el término al-Andalus no es otra cosa que la arabización del nombre dado por los visigodos a la antigua provincia romana de Baetica, región que dominaron éstos entre 468 y la conquista musulmana de 711. Los visigodos, según Halm, solían distribuir por el sistema de echar suertes (en antiguo alemán 'hlauts', lotes) las tierras que iban conquistando, y el término 'landa-hlauts' significaba tanto tal sistema en sí como los 'lotes de tierra' resultantes. Llegar los musulmanes a la península y convertirse 'landa-hlauts' en 'al-Andalus' (con el artículo definitivo árabe antepuesto) fue todo uno. Así de sencillo. Y nada de vándalos.

Barrucand y Bednorz nos aseguran que dicha etimología es ya indiscutible. Uno no es quien para saber si tienen razón. Supongo que hubo en torno el correspondiente debate. De todas maneras es aleccionador y hasta divertido pensar que la voz Andalucía, heredera de al-Andalus y casi sinónimo en Europa de romanticismo alhambreño, puede tener en realidad un origen germano tan banal y materialista. Las etimologías a veces proporcionan sorpresas que dan gusto.

Hoy Andalucía se está dividiendo otra vez en 'landa-hlauts'. Los nuevos vándalos, no contentos con haberse apoderado de las costas sureñas, van invadiendo el hinterland de las mismas. Lo constato cada semana en este valle donde diez años atrás apenas había un extranjero. ¿Cuántas casas habrán pasado ya a manos de los ingleses? ¿Setenta, ochenta, ciento veinte? Manejando muchos billetes los guiris están logrando corromper a los indígenas, que ahora piden el oro y el moro (perdón) por cualquier ruina con unos metros cuadrados de terreno. Hace dos años corrió el rumor de que una casa de mi pueblo, vilmente construida pero con un marjal de naranjos detrás, estaba en venta a cinco millones. Unos días después había subido a siete. Veinte más tarde a quince, 'como mínimo'. Recientemente la propietaria aceptó una oferta de treinta millones, pero a la mañana siguiente se desdijo y pidió tres más porque los que querían comprar 'eran ingleses'.

Como esto siga así, dentro de poco no va a quedar aquí un solo andaluz y pasará como en Nerja donde, a finales de agosto, no nos quisieron dar de comer a las tres porque todos los turistas habían terminado de atender al estómago a las dos y media. ¡Qué vandalidad, Dios mío, qué vandalidad!

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_