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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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La Cataluña bufa de Pere Esteve

Dicen las lenguas informadas que Pere Esteve ha madurado mucho su decisión, minuciosamente larvada en años de fatiga, desencanto y hasta cabreo profundos. Dicen también que por ello mismo, por la profundidad de la herida, quiere morir matando y hará todo el daño que pueda a su vieja formación, de la que en un tiempo fue el gran maestro. Añaden que los puentes con el amigo Carod están todos en su sitio y que no piensa abandonar la política activa, tanto que incluso se ha permitido algún guiño al otrora enemigo Maragall. Vayan ustedes a saber si no se encontrarán en algun cruce de despachos... También aseguran que ha hecho diana con sus críticas, que mucha gente en can Convergència está dolida por la servidumbre crónica que tienen con el PP, el eterno enemigo, el eterno aliado. Finalmente, recuerdan todos que Pere Esteve siempre ha liderado el flanco almogávar de la logia, animador de los acuerdos de Barcelona, padrino de Colom en su aterrizaje en la casa del padre, martillo de herejes de los compañeros de viaje que tomaban yogur light en sus almuerzos de seques amb botifarra. Gran perdedor del ascenso a los altares de Mas, víctima de las guerras con Duran, mal visto por el sector negocios -familia incorporada- y desprovisto de toda posibilidad de influencia, Esteve ha hecho lo previsible: ha abandonado un barco que ya no era el suyo. El revuelo ha sido mayúsculo, como es propio en este vaso de Vichy catalán que interpreta las gotas de agua como si fueran huracanes. Estamos tan aburridos que hasta nos divierten las peleas de escalera, habitantes indolentes de ese Gran Hermano que está empezando a ser Cataluña. No sé... Puede que lo de Pere Esteve sea mayúsculo, histórico, hasta relevante, pero me cuesta convencerme. Más bien me parece una pelea de familia con final clásico: dolido con el padre Pujol, el hijo díscolo se va a vivir con el hermano Carod, más libertario él, más comprensivo, más cómplice. Todo queda en casa. ¿Significa ello que Convergència empieza a descomponerse, tal cual imaginan, con expectación nerviosa, los eternos aspirantes a sustituirla? Lo dudo, lo dudo... Aunque es cierto un hecho: el trasvase de CiU a ERC reequilibra la familia y, por tanto, debilita al tronco central.

En este sentido, más que descomposición, estamos ante un tímido plan hidrológico. ¿Crecerá el trasvase? No tanto... Aún tiene que desembarcar Pujol en campaña, convertido en abuelo jubilado y entrañable de todos, apelando a los peligros que acechan la patria, y ese desembarco es mucho desembarco. Pero veremos.

Personalmente, y desde mi prisma de outsider impenitente, lo que me interesa y me ocupa -hasta me preocupa- no es el estado anímico de Pere Esteve, sino la temperatura del debate que suscita, el punto del termómetro que señala nuestra buena salud intelectual. Señoras y señores: ¡estamos congelados! O, lo que es lo mismo, parece que no estamos muy vivos. En esta Cataluña que alguien tendrá que empezar a pensar en términos de modernidad, que no ha resuelto su encaje con España pero que, sobre todo, no ha resuelto su encaje consigo misma, encantada de haberse conocido en la mediocridad -la medida perfecta de todos los señores Esteve de nuestra actual auca, y ya es puñetera la casualidad...-, lo más importante, profundo y trágico que nos pasa es si Pujol traiciona o no a la patria yéndose a la cama con el Mío Cid español. El nacionalismo da vueltas y vueltas a los mismos viejos y caducos conceptos, como si fuera una noria que un día plantamos en el pasado y para siempre nos tuviera atados. Y así nos va, con el mundo corriendo a velocidad de crucero y nosotros subidos aún sobre el pobre burro. ¿Cuándo existirá un nacionalismo que nos hable de la deslocalización de empresas y nos explique, en términos de compromiso colectivo, qué puñetas hacemos ante los retos del capital más salvaje?, ¿o es que el textil no es patrimonio nacional? ¿Cuándo un discurso que asuma los retos de la interculturalidad y de una puñetera vez sea capaz de visualizar más allá de la Cataluña de la Renaixença? ¿O es que no se enteran de que nuestra sociedad está multiplicando sus colores, sus acentos, sus sensibilidades, y de que ha dinamitado rotundamente su tríada medieval, Dios, patria, lengua? Por mucho que le duela a san Miró i Ardèvol. ¿Cuándo un debate sobre la identidad a partir de la negación de la vieja identidad, ya caduca a pesar de nosotros mismos?, ¿o es que realmente aún creen que ser catalán es lo de antes?

Pueden pasar dos cosas: una, que continuemos tal cual, mareados en la noria de las traiciones patrias que la promiscuidad pepera representa, enganchados a viejas identidades, a épicas medievales, a resonancias que solo resuenan en los versos de mosén Cinto. Puede que continuemos con nuestra retórica estética, desprovistos como estamos de una nueva ética que nos defina y nos explique. Puede, por tanto, que lo de Pere Esteve sea brutal, cismático, hasta relevante. Puede que hayamos dejado de pensar, cómodamente instalados en un par de ideas que tuvimos hace unos siglos. Puede... Pero podría ser también que alguien, por ahí, se pusiera a pensar en Cataluña en términos de realidad, asumiendo los retos brutales, ellos sí, que tenemos ante nuestras narices. Retos de economía en la cuerda floja; retos de pérdida de influencia global; retos de lengua carcomida, mareada de tanta tutela bufa; retos de cultura subvencionada/secuestrada; retos de sociedad reinventada huérfana de definiciones que la expliquen. Ése sería un compromiso de fondo, hasta la médula. Ése sí sería un amor por Cataluña. Ése, y no los entretenimientos de patio de escuela que mascan eternamente la Oda a la patria como si fuera literatura nueva.

Pero, en fin, quizá Pere tiene razón: quizá lo único que importa es con quién duerme Pujol. Políticamente hablando, claro...

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