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EL ÚLTIMO DÍA DE POMPEYA

Isidoro Merino

ERA TAMBIÉN AGOSTO. El día 24, para más señas. Aún no existían las agencias de viaje, pero Pompeya ya era un destino turístico de moda para los romanos acaudalados. Hasta aquella mañana del verano del año 79, cuando el Vesubio entró en erupción sepultando bajo toneladas de cenizas y lapilli la ciudad y a una parte de sus 25.000 habitantes. Otras poblaciones menores de la zona, como Herculano y Stabias, corrieron la misma suerte.

Entre las víctimas de aquel desastre se encontraba el escritor y naturalista Plinio el Viejo, que murió por culpa de su curiosidad científica: se quedó en Pompeya para contemplar el fenómeno. Su sobrino, Plinio el Joven, que entonces tenía 18 años, describe con gran realismo la catástrofe en sus Cartas a Tácito, en lo que constituye una de las primeras crónicas periodísticas que se conocen: 'Sólo se oían los gemidos de las mujeres, el llanto de los niños, los gritos de los hombres. Unos llamaban a sus padres; otros, a sus hijos; otros, a sus esposas. Muchos clamaban

a los dioses, pero la mayoría estaban convencidos de que ya no había dioses y esa noche era la última del mundo (...). Finalmente, la oscuridad

se hizo menos densa, y después, como si se tratase de humo o nubes, se disipó, volvió el día y lució el sol, aunque pálidamente, como cuando se aproxima un eclipse'.

Pompeya permaneció en el olvido, oculta por seis metros de ceniza y lava, hasta 1748, cuando Carlos III, por entonces rey de Nápoles, impulsó las primeras excavaciones. Éstas todavía continúan, y han permitido reconstruir con todo lujo de detalles la vida cotidiana en la antigua Roma. Han aparecido, casi intactos, anfiteatros y baños públicos; lujosas villas patricias y modestas casas obreras; talleres artesanales y hornos de pan; templos, tabernas y burdeles. Los mosaicos y frescos que decoran suelos y paredes, con colores tan luminosos como cuando fueron pintados -entre ellos, los famosos rojos pompeyanos-, ofrecen la imagen de una sociedad voluptuosa y hedonista -no en vano la ciudad estaba consagrada a Venus, diosa de la belleza y el placer-,

la misma que aparece en varios libros y películas, como Los últimos días

de Pompeya, el conocido peplum basado en la novela homónima

de Edward Bulwer-Lytton.

Entre sus ruinas también se han hallado los restos de más de 2.000 víctimas de la erupción. La ceniza desprendida por el volcán se compactó sobre los cuerpos, formando una especie de moldes que los investigadores rellenaron con escayola; el resultado es una desasosegante galería de figuras que muestran a los pompeyanos tal como les sorprendió la muerte: abrazados, cubriéndose el rostro, o en actitud de incorporarse o de huir. El escritor alemán Wilhelm Jensen se inspiró

en ellas para su novela Gradiva (1903), donde se cuenta la historia de un arqueólogo obsesionado por la imagen de una joven muerta durante la erupción, un tema que también atrajo a Freud y a los pintores surrealistas.

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Sobre la firma

Isidoro Merino
Redactor del diario EL PAÍS especializado en viajes y turismo. Ha desarrollado casi toda su carrera en el suplemento El Viajero. Antes colaboró como fotógrafo y redactor en Tentaciones, Diario 16, Cambio 16 y diversas revistas de viaje. Autor del libro Mil maneras estúpidas de morir por culpa de un animal (Planeta) y del blog El viajero astuto.

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