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Columna
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Bésame, bésame mucho

Si Casanova fuese resucitado por clonación, quizás nos hablaría de los besos de autor. Se aplica el término a besos potentes, ricos, de color intenso, alta concentración y persistencia, es decir, a grandes besos. Estos besos de autor resultan mucho más difíciles de apreciar y entender que los besos comerciales -normalmente aplicados en las mejillas-, diseñados y elaborados para eliminar cualquier arista que sorprenda a esa mayoría que prefiere la seguridad de lo conocido a las emociones que suscitan los grandes besos, mucho más exigentes y desconcertantes para nuestros sentidos.

Hay besos redondos en boca, con notas a madera. También los hay de color cereza granate, o de color rubí, sabrosos y persistentes. Muchos de ellos son secretos, y requieren de una maduración en los labios que corresponde a una etapa de aprendizaje en corazón ardiente. No obstante, otros son ligeros y agradables, fáciles de llevar, robados en la barra de un bar o en medio de un paso de cebra. Todos ellos, sin embargo, han de ser bien servidos, a la temperatura ideal para cada boca. Un beso es un beso, y no hay que olvidar que se aconseja el consumo responsable.

Ha quedado demostrado que el beso -sobre todo el beso apasionado-, administrado en cantidades adecuadas -tampoco hay que pasarse-, en su calidad justa y en el momento oportuno disminuye el riesgo de mortalidad por enfermedades cardiovasculares. Si comparamos el índice de mortalidad entre los que besan y los que no besan, veremos que entre los últimos -los que no se comen un rosco- aumenta considerablemente. Es posible que el beso conlleve cierto tipo de beneficio inmunológico para el cuerpo humano, pero lo cierto es que incluso funciona como antidepresivo, sedante, y hasta excitante según los casos. Efectivamente, el que no intercambia sus líquidos salivares es mucho más propenso a caer en la enfermedad del no-beso que el que morrea a discreción.

Cualquier lugar es bueno para un beso. Los hay que prefieren los sitios concurridos -en otras palabras, la compañía de la multitud- en medio de la cual se besan sin pudor. Otros, más tímidos, optan por esconderse en la intimidad de las alcobas. A todos ellos hay que decirles que el compuesto fenólico de sus besos, con lengua o sin lengua, les confieren unas maravillosas características protectoras, y que, además, sus potentes funciones antioxidantes superan a las de la vitamina E, lo que supone una acción retardadora del envejecimiento. Resumiendo; que el que besa se mantiene joven, o por lo menos bien conservado.

Qué más se puede decir. A tornillo, a rosca, cualquier método es bueno para empezar. Políticos, empresarios, artistas, terroristas, todos deberían comenzar con unos sencillos ejercicios que van desde el tradicional muá-muá, al muchísimo más estrepitoso y húmedo ¡smuack!, pasando por una gama de entrenamientos que incluyen prácticas de besos llevadas a cabo con el peor enemigo. Tal vez no arreglemos nada, pero por lo menos nos habremos pegado un buen morreo, y después podremos seguir matándonos.

El beneficio del beso queda, pues, probado con argumentos sólidos. De todas formas, el beso será disfrutado de una forma idónea en las cantidades justas para no perder la respiración. En pequeñas o grandes dosis, el beso será paladeado aspirando y escudriñando su abanico de aromas, observando con sentidos aventureros la explosión de matices de sus evoluciones, saboreando la boca pausadamente y permitiendo, en definitiva, que el beso le deje a uno con ganas de repetir.

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Si ustedes no han besado nunca, no intenten hacerlo solos en sus casas. Exijan sus derechos, que el más elevado principio democrático consiste en que nadie se quede sin beso. Urge la creación de un equipo de empleados municipales de ambos sexos -no importan las ideologías- que besen a la gente que anda necesitada, un sector de población olvidado que merece al menos un poco de cariño y respeto en este bendito, maldito, querido país.

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