_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El mundo, en una gran encrucijada

Manuel Escudero

A todos los que nos hemos educado en el racionalismo y en las fuentes diversas de la Ilustración, nos toca ahora vivir un mundo ciertamente incómodo.

Nuestro racionalismo, dirigido y condicionado a que toda realidad pudiera ser comprendida, ha sufrido los embates del pensamiento blando, de la teoría del caos, de la flexibilidad como actitud suprema. Y se ha quedado de un aire ante los cambios que ha traído consigo la década de los años noventa: la globalización de las finanzas, las empresas que tienen al planeta como mercado y a todas las naciones como patio de operaciones, la universalización de la información, la irrupción de las nuevas tecnologías o los movimientos masivos de población. En definitiva, una transformación del capitalismo cuyos perfiles, de tan recientes, aún se nos escapan. ¿Cómo enfrentarse con una mente racionalista a unos tiempos que más que un cambio de siglo dibujan un siglo de cambios?

En esta reflexión quisiera mostrar que, en ese horizonte de cambios e incertidumbres constantes, comienza a esbozarse algún rasgo cierto y verificable. La realidad global viene hoy definida por la existencia de dos órdenes mundiales, uno que no acaba de morir, otro que pugna por nacer.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Algunos aspectos de la realidad actual hablan con elocuencia de un orden mundial unilateral y hegemonizado política, militar y tecnológicamente por los EE UU. No se confunda esta afirmación con un juicio de valor: los EE UU lideran hoy el mundo por méritos propios y por la falta de méritos de los demás.

Este esquema mundial se caracteriza también por otros dos rasgos complementarios, inspirados en un zafio y dogmático neoliberalismo económico: la ausencia de regulaciones y la falta de integración económica y social.

A falta de regulaciones externas, empresas que en ocasiones generan un producto anual mayor que muchos países, se plantean por su cuenta la necesidad de su propia regulación: The CEO as a Statesman (El consejero delegado como hombre de Estado) fue una de las mesas redondas celebradas en el Foro Económico de Davos, reunido este año en Nueva York. A falta de regulaciones, los mercados financieros internacionales se mueven con la mayor volatilidad de la historia, causando reacciones excesivas e indiscriminadas (crisis de Indonesia hace cuatro años), o crisis carentes de fundamentos económicos (la que sufre ahora Brasil). La autorregulación de los mercados financieros se ha tornado un fiasco, trufado de fraudes a los accionistas, auditorías cómplices, instituciones financieras que manejan los fondos de inversión de los pequeños ahorradores a favor de su propia estrategia. Todo este orden mundial se apoya en instituciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial o las instituciones privadas de ratings que responden a la misma filosofía unilateral.

Como telón de fondo, excepto en el continente asiático, los países en desarrollo de América, el Caribe, el Pacífico, África, Oriente Próximo o las sociedades europeas o centroasiáticas en transición se encuentran en una senda de divergencia económica respecto al cogollo de los 28 países desarrollados del planeta. Esas sociedades no van a quedarse impasibles ante su destino, sino que han iniciado movimientos masivos de emigración.

Pero ésta no es toda la realidad. Junto a este orden, y precisamente a partir de los progresos logrados por el mismo, vemos surgir los perfiles de un nuevo orden mundial más multicéntrico, regulado e integrado.

Está, en primer lugar, el hecho imparable de los procesos de integración regional, que han proliferado en la década de los noventa, desde el impulso que ha visto la Unión Europea en esa década hasta la aparición de múltiples asociaciones regionales a lo largo y ancho del planeta: en América (Mercosur, Nafta y Alca), en Asia (Asean), en Oceanía (Anza, la unión de Australia y Nueva Zelanda), llegando al importante hito de la constitución de la Unión Africana en los últimos meses. En la mayoría de las ocasiones, estos procesos de integración regional surgen con vocación de imprimir una nueva multipolaridad a la escena global, con voluntad de unir países y así convertirse en interlocutores frente a los grandes actores.

Está, en segundo lugar, la aparición de instituciones globales 'de nueva generación'. Frente al viejo esquema, en el que instituciones internacionales como el FMI o el Banco Mundial funcionan con un sistema de representación y voto por el que los países más desarrollados lo deciden todo, están surgiendo nuevas instituciones genuinamente multilaterales. Tal es el caso de la Organización Mundial de Comercio, del Protocolo de Kyoto o del Tribunal Penal Internacional.

Está, en tercer lugar, la aparición de una nueva conciencia global que se refiere a dos elementos: por un lado, la democracia y los Derechos Humanos, y por otro, el rechazo a los desequilibrios económicos, sociales y medioambientales del modelo actual de globalización. Esa conciencia global es un fenómeno tan verificable como los anteriores. Por ejemplo, en 1990 solamente entre 50 y 100 países estaban adheridos a los principales Tratados internacionales sobre Derechos Humanos. Pero a lo largo de la década se duplicó el número de adhesiones, de modo que, para 1999, 191 países habían firmado la Declaración de los Derechos del Niño, y en torno a 150 naciones suscribían los referentes a la no-discriminación de la mujer, la no-discriminación por razas, los derechos civiles y políticos o los derechos económicos sociales y culturales. Respecto al crecimiento de una conciencia global crítica sobre el modelo dominante de globalización, baste recordar el hecho obvio de que en apenas dos años el Foro Económico de Davos ha encontrado en el Foro Social de Portoalegre un competidor más que serio y respetable.

Concluyamos, por tanto, que la realidad global presenta todos los síntomas de hallarse en una gran encrucijada, con un orden mundial establecido y con los gérmenes de otro orden alternativo. La existencia de este último tiene mucho que ver con el gran salto de reflexividad que ha dado la humanidad de la mano de las redes mundiales de comunicación, que han roto muchas barreras a la información y, en esa medida, han democratizado los asuntos públicos como nunca en la historia. Hoy los accionistas conocen cómo actúan sus supuestos representantes en las empresas, los consumidores cono

cen cómo se producen en cualquier lugar del globo los bienes que consumen, los trabajadores se coordinan a escala global, los ecologistas están informados en tiempo real sobre los nuevos problemas ocasionados por la acción humana, los defensores de los derechos humanos se enteran de cualquiera nueva violación a los mismos en cualquier punto del planeta. La nueva reflexividad ha traído consigo el desarrollo potencial y acelerado de una nueva conciencia global, motor de un orden mundial alternativo, multicéntrico, más regulado y convergente.

Sin embargo, la situación de encrucijada no desaparecerá en poco tiempo. Aún quedan muchos capítulos por escribir. La vuelta a la regulación, un episodio crucial que se está dirimiendo ahora mismo después del fracaso del 'capitalismo de los accionistas', deberá ser de nuevo tipo, superando tanto la levedad autorregulatoria de ayer como el excesivo estatismo de anteayer. La unilateralidad del orden actual sólo podrá ser sustituida por un nuevo multilateralismo en la medida en que nuevos actores, como Europa, asuman un papel propio y autónomo en el concierto mundial. El fortalecimiento de instituciones como la Organización Mundial del Comercio no se decidirá por decreto, sino con la adhesión cabal al libre comercio por parte de los países más desarrollados, que son los que aún mantienen la mayoría de las barreras proteccionistas.

Además, esta encrucijada no tiene por qué resolverse en un sentido de progreso. Sólo la hará progresar la voluntad humana. Su primera manifestación debiera consistir en que los partidos políticos formulen y defiendan un programa de acción a largo plazo genuinamente mundial, que no sea contradicho a cada paso por sus cálculos electoralistas.

Comprenderán que esta reflexión sobre el mundo como encrucijada levanta los ánimos, ante tanta incertidumbre y tanto cambio. Y es que quizá, como los liberales ilustrados que a finales del siglo XVIII soñaban con el Estado-nación constitucional, hemos comenzado a vislumbrar una nueva era que, en un futuro indeterminado y por obra de la voluntad humana, pudiera dar a luz a una sociedad global que comparta su renta, se haga sostenible y establezca límites sociales a través de instrumentos democráticos.

Manuel Escudero es vicedecano de Investigación y profesor de Macroeconomía del Instituto de Empresa.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_