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La crisis con España, en clave interior marroquí

Bernabé López García

Hay una muy extendida opinión en España de que en Marruecos las cosas suceden porque así lo decide el monarca. El cliché, que tiene un fondo de razón en el papel dominante ejercido por Hassan II en los 1.001 dominios de la política de su país, borra del mapa, sin embargo, a un sinfín de actores colaterales mucho más presentes de lo que se imagina en los gestos y acciones del rey, aunque éstos fueron hechos precisamente para neutralizar su papel o ganarse su apoyo.

El cliché se ha mantenido en esta crisis de Perejil y en su secuela del discurso de Tánger, a pesar de que con Mohamed VI el cuadro y el juego de actores ha cambiado. Ni el actual monarca tiene el peso de su padre, ni algunos actores relevantes, como los militares, podían entonces lo que hoy han logrado pesar en el entorno real. Nada de esto se aprecia en comentaristas de nuestra prensa que siguen empeñados en ver la llegada de gendarmes al Peñón como 'maniobra del recién casado' o 'fechoría del sultanito capón', o su último discurso como una 'pataleta real', porque, eso sí, Mohamed VI ha heredado de su padre el ser el blanco de insultos de columnistas o editorialistas que no tienen reparos en exhibir sus complejos.

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Se impone, lejos ya del fervor patriótico de la guerra de Aznar, analizar las claves internas de la política marroquí que hay detrás de estos episodios entrelazados y, de paso, revisar nuestros clichés sobre el 'moro' y replantearnos qué Marruecos queremos por vecino y a cuál estamos apoyando consciente o inconscientemente.

Porque 'Marruecos' son muchos Marruecos, ahora y en tiempos de Hassan II. No hablo del Marruecos urbano, que gana la partida al rural (cuantitativamente hablando, pues cualitativamente hay también un proceso de ruralización de las ciudades, ni del de los jóvenes -el 60% del país- que aspiran a renovar la gerontocracia que sigue gobernando sindicatos y partidos. Tampoco me refiero al del 13% de pobres de solemnidad, o al 47% de población vulnerable a la pobreza, o al Marruecos paulatinamente creciente de las clases medias, como tampoco al de esa minoría ostentosa del barrio de Anfa en Casablanca o de Suissi en Rabat, que goza de impunidad en escándalos financieros, en la explotación lisa y llana de sus conciudadanos que no ganan ni el salario mínimo, mientras ellos evaden sus impuestos.

No sólo en estos aspectos hay múltiples Marruecos que tener en cuenta. Los hay también en lo que se refiere a la toma de decisiones. Y aquí es donde es imprescindible rascar la costra de lo que todo el mundo da por sentado para ver otras realidades más escondidas.

El asentamiento de media docena de gendarmes de escasa graduación en esa roca de confusa propiedad mantenida durante décadas sin ocupar y utilizada a veces de 'guarida' de narcos, o fue fruto de un exceso de celo de las patrullas que intentan frenar el tráfico ilegal en el Estrecho (EL PAÍS daba cuenta hace días del descenso de ese tráfico en los últimos meses), o fue, más bien, un gesto calculado con segundas intenciones. La cuestión es por quién y contra quién.

El momento escogido, la primera de las tres jornadas de fiesta nacional por la boda del monarca, la lentitud con la que fueron filtrados a los medios de comunicación marroquíes (en plena algarada ya nuestros recursos mediáticos y tertulianos), el retraso en la reacción oficial marroquí, hacían pensar más en que también hubo sorpresa en buena parte de ese Marruecos oficial y no sólo del que puede considerarse comparsa en la feria de la alternancia marroquí: los partidos políticos, incluso el Gobierno de Abderrahmán Yusufi, que gobierna pero no manda, sino incluso en instancias mucho más altas.

¿Quién, entonces, podría haber querido enturbiar las celebraciones del monarca y con qué objetivo? ¿O se trataba, por el contrario, de hacerle al monarca su mejor regalo de boda sin calcular -o calculando- que se jugaba con fuego? Nadie que no esté en los círculos altos del Ejército puede movilizar a una patrulla de la Gendarmería, controlada por un hombre próximo a palacio como es el general Bensliman. Pero ¿por qué correr el riesgo de deslucir los festejos reales? ¿A quién podría beneficiar esta maniobra?

Llama la atención que la primera reacción tras la ocupación española del islote pidiendo cortar relaciones con España viniera del doctor Abdelkrim Jatib, viejo zorro de la política marroquí, jefe de filas del partido islamista que cuenta con un grupo parlamentario y vinculado familiarmente al propio general Bensliman. Como llama la atención que en la puerta de la Embajada de España en Rabat, en la manifestación del 18 de julio, se encontrara con idéntica petición Abdelilah Benkirán, cabeza visible del Partido de la Justicia y el Desarrollo, que preside el doctor Jatib.

El Ejército ha ido recuperando esferas de poder desde poco después de la llegada al trono de Mohamed VI. El primer tiempo de ese proceso vino con motivo de los disturbios de El Aaiún en septiembre de 1999, tan sólo a dos meses de la muerte de Hassan II. Los servicios de seguridad e inteligencia del reino fueron asumidos por el general Laanigri y retirados de la competencia y control de personas del entorno del valido de Hassan II, el ministro del Interior, que caería poco más de un mes después.

Dris Basri, este personaje clave durante 20 años, había levantado una red estructurada en la Administración (el majzén) con gran -y grave- infiltración en la sociedad civil, que le permitía mantener el control del país. Su salida ha tenido como consecuencia la desestructuración de esa armadura vertebral sin ser sustituida por ninguna otra (la única posible y legítima hubiera sido la generada por el control y el consenso democrático) y Marruecos vive hoy un nuevo episodio del reino del siba, de la disidencia. Los diversos y contrapuestos intereses privados campan por sus respetos, entre ellos los de muchos generales con grandes intereses en negocios como la pesca y otros no tan claros.

Estamos en precampaña electoral. La boda real ha tenido sus detractores entre los medios más tradicionalistas que explotan que el nuevo monarca no ha hecho nada para mejorar la situación del país. Lo más conveniente para seguir campando por sus respetos en el Marruecos de la impunidad es una situación inestable en la que las conflictivas relaciones con España pueden servir de coartada y cortina de humo.

España (todas las Españas, me temo y espero que incluso la españolista del señor Aznar) no puede servir de instrumento de quienes están interesados en argelinizar Marruecos. Y no me refiero tanto al riesgo de llevar a Marruecos a una situación de guerra civil como la que se ha vivido en Argelia en los noventa, sino a ese clima de mafias militares que es el que al fin y al cabo deterioró la situación argelina, bloqueando cualquier cambio efectivo.

La capitalización del malestar por cierto integrismo puede tener efectos electorales que faciliten el paso a los salvadores de la patria, como ocurrió en Argelia cuando el Ejército se propuso como el escudo contra la influencia islamista. ¿Estaría dispuesto el Ejército en Marruecos a desempeñar ese papel? ¿Qué connivencias hay, por el contrario, con cierto islamismo? ¿Qué grado de cohesión ha habido estos días en los diferentes cuerpos y grupos del Ejército ante este salto a la aventura que implica un paso más en la presencia política del Ejército? Son algunos interrogantes a los que alguien debería dar respuesta en estos días.

España debe saber qué Marruecos potencia, si el de la democracia o el del aventurerismo. Prolongar la resaca de la actual crisis distorsionando el sentido de un discurso dirigido a una opinión pública sensibilizada, e interpretando la lógica referencia a Ceuta y Melilla, en una alocución que hace tradicionalmente balance de lo ocurrido en el año, como una 'salida de tono', no servirá sino para favorecer al más involucionista, arcaico y aventurero de los Marruecos. Apostar por el diálogo es favorecer en cambio el curso democrático en el que está interesada la mayoría de la sociedad civil marroquí.

Es el momento de que los embajadores vuelvan a por sus cosas y cedan el puesto a verdaderos políticos más capacitados para enfocar la nueva etapa de reconstrucción de las relaciones que esta crisis debe abrir entre los dos países.

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