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Columna
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El legado: pufos y sombras

Mientras las plazas bursátiles más emblemáticas del capitalismo se desplomaban, José Luis Olivas juraba la presidencia de una Generalitat que le ha tocado inesperadamente, en esa loto de la martingala que fica maese Zaplana. Aunque es cierto que se trata de un mandato de periquete. Cuando llegue mayo, o por ahí, de 2003, Olivas rendirá honores al favorito Francisco Camps, quien ya vela sus armas para la justa autonómica. A raíz de tanto mangoneo, Joan Ignasi Pla ha prendido la traca de sus anatemas: lo de Zaplana es un claro desprecio a los valencianos, toda vez que ha optado por sus intereses personales y su carrera política. Pero, en serio, ¿es que alguien lo dudaba? Y en los fastos de la investidura, Joan Ribó pidió a Olivas que 'se abandonen las prácticas que huelen mal', y enumeró: cintas magnetofónicas inculpatorias, accesos a alcaldías por procedimientos incalificables, nombramiento de consellers posteriormente condenados por llevarse los dineros de las monjas o defraudar al fisco. Pero, señores de la oposición, un respeto: si se ponen así de rigurosos, ¿de qué van a vivir estas criaturas que sólo saben de cuentos y ladrillos?

Contemplen también la parte emotiva y llena de ternura de estos vaivenes: José Luis Olivas ya tiene su sueño de presidente de la Generalitat, y costaleros de postín para pasearlo en andas de las Corts al Palau: arcángeles, tronos, ministros y otras potestades. En definitiva, la cirugía reparadora despilfarrada en disimularle al Ejecutivo de Aznar chapuzas y descosidos, se ha quedado en una bajada al moro, versión patriotera de feria bélica; en una reverencia a Collin de Tarascón; y en embestir a Zaplana contra la invisible hidra sindical, que le desarboló una filas de apariencia tan prietas.

Con tantas mudanzas, el tercer presidente de la Generalitat ha procedido apenas a retocar el Consell, y a insistir en su legitimidad e independencia de Zaplana. Olivas no tiene el glamour, ni el desparpajo, ni la seducción de su jefe, pero se conoce el Palau y sus galerías secretas. Es astuto y laborioso, como un orfebre toledano. Y no hará muchas cosas, pero las medirá al milímetro. Sabe que tiene el tiempo justo y que tras el congreso de su partido le crecerán las limitaciones. Sabe también que, de entrada, ya le han salpicado los pufos y las sombras de Zaplana. Un legado de espantos: el endeudamiento de la Generalitat, las pérdidas de Terra Mítica, la inestabilidad del turismo, las promesas jamás cumplidas, y por si fuera poco, ese forúnculo en el trasero llamado Cartagena. El legado también contempla el forúnculo para su segundo, José Luis Olivas, procedente del segundo de Cartagena y alcalde de Orihuela, José Manuel Medina, imputado por cohecho, en el proceso que se instruye, y en el que también se empapela al reputado empresario de la Vega Baja Ángel Fenoll y el ex pedáneo popular Francisco Torrecilla.

En fin, si pueden, piérdanse en la calina de agosto y en la ola. Pero con mucho ojo, porque el hasta hace nada director general de la Policía, Juan Cotino, pronto regresará a su tierra de delegado del Gobierno, para relevar a Camps, Y ya saben lo que dicen las lenguas viperinas: a la vera de Cotino, la delincuencia nace, crece y se reproduce. Qué descaro.

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