La paz, infinitamente más difícil que la guerra
Cuando las tropas del Frente Unido tomaron Kabul, no se acababa ninguna guerra, sino que empezaba lo más difícil, el camino hacia la paz. Había de empezar la reconstrucción de un país asolado por diferentes conflictos armados y considerado como uno de los más pobres del mundo. Pero una vez más los medios que se utilizan para un fin no están en sintonía. Pues la guerra nunca puede llevar a la paz, aunque esa guerra sólo tenga muertos en el lado del 'enemigo' o entre la población civil, lo que ahora se llama en lenguaje del Pentágono 'daños colaterales'.
Después de los Acuerdos de Bonn, de la Conferencia para la Reconstrucción de Afganistán en Tokio y de la reciente creación del Gobierno afgano presidido por Karzai y escogido por la asamblea de la Loya Jirga, teledirigida desde Washington, podía dar la idea de que todo estaba en marcha y que ahora a mirar para otro lado, es decir, hacia Irak. Pero la reconstrucción es algo más que un parte de guerra así; las ONG como HRW ya llevan meses alertando sobre la necesidad de la desmovilización y el desarme de las diferentes facciones. Ya podemos imaginar que no es sencillo cambiar el panorama en pocos meses, pues lo acabamos de ver con el asesinato del vicepresidente y ministro de Obras Públicas, Abdul Qadir, de la etnia pastún; sin embargo, no parece lo más apropiado para reconstruir una sociedad que ya desde el mismo 7 de octubre de 2001 se empezara haciendo concesiones a los señores de la guerra, al no ser que para la Casa Blanca la paz y el bienestar de la sociedad civil afgana sólo fuesen una coartada. Hay tres acciones urgentes que se deben realizar para que la reconstrucción de Afganistán tenga éxito: la asistencia humanitaria, la desmovilización de los combatientes y el retorno de los refugiados.