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Columna
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Palabras asombrosas

Las asombrosas palabras que hace unos días dedicó Joseba Egibar a la constitución de la nueva Fundación para la Libertad que preside Edurne Uriarte (en su opinión, los únicos que faltaban en el foro eran Manuel Fraga y Rodríguez Galindo) sólo pueden entenderse desde una reflexión más amplia: la de que el mundo político se obstina en reducir los márgenes de pensamiento hasta lo estrictamente partidista.

Lo partidista, como bien se sabe (y como la experiencia cotidiana se obstina en demostrar día tras día), se vincula en Euskadi con lo burdo, lo indiscriminado, lo irreflexivo. Las palabras que dedicó Egibar a la nueva fundación sonarían a broma si este no fuera un país en que, por encima de las bromas (y de los desvaríos), suenan también las armas. Hemos llegado a tal punto de tosquedad intelectual que Egibar, improbable lector de estas líneas, consideraría toda crítica a sus palabras como la encendida demostración del carácter españolista del proponente. Lo de españolista me provoca erupciones, pero eso no significa aceptar el nivel de crítica burda y cruel en que nos hemos instalado.

A muchos vascos conscientes del nacionalismo español (Luis Alberto de Cuenca, esta misma semana: 'Hay que morir por defender nuestra cultura frente a la inmigración'; Antonio Gala, esta misma semana: '¿Por qué algunos vascos hablan una lengua que no se ha escrito nunca?') nos molesta ese soniquete interminable y profundamente falso que relaciona nacionalismo con terrorismo, educación vasca con terrorismo, el nombre de Asier con terrorismo, euskera con terrorismo; nos molestan todas las insensateces que pronuncian cerebros en descomposición en algunas de las tertulias y columnas mejor pagadas del país. A muchos nos molesta ese discurso que proscribe toda clase de matices y que nos vincula (a los que somos vascos y sólo vascos y que nos consideramos, como vascos, lo suficientemente completos como para encarar desde ahí la igualadora condición humana) con el terrorismo, el totalitarismo o, lo que es peor, la indigencia mental. Por cierto, la última acusación que se está poniendo de moda es la de 'enfermos', somos enfermos y no sabemos que lo estamos, como les ocurre a los enfermos de los males más terribles. Pero que, frente a ese diario ejercicio de oligofrenia, haya que escuchar a Joseba Egibar trayendo a colación a Galindo cada vez que hay ocasión, cada vez que un grupo de vascos adopta cualquier iniciativa que no sea de su agrado, es sólo un ejemplo de cómo al otro lado no destacan las mentes más despiertas de la patria, ni siquiera, es de esperar, de su propia organización.

Es obvio que la nueva fundación, en un análisis de segundo grado, plantea una opción antinacionalista, crítica con el actual Gobierno autónomo y que aspira a subvertir el orden político de la comunidad. Y es obvio que tampoco destaca por la complejidad de sus ideas sino por la instrumentalidad de sus consignas. Pero lo que no se entiende es qué tiene eso que ver con la extensión de una sospecha indiscriminada, y la cansina y recurrente alusión a un terrorista de uniforme verde.

Es legítimo plantear otras opciones políticas (parece mentira que haya que recordar semejantes obviedades), y además de legítimo debería ser absolutamente respetable y respetado cuando la mayoría de los integrantes de las mismas soportan la servidumbre de vivir con escolta armada, dan cuenta diaria de sus pasos y tienen que someterse a toda clase de prevenciones y cautelas. Resulta intolerable no ya sugerir, sino afirmar, que cualquier vasco no nacionalista que se atreve a alzar la voz resulta, irremediablemente, un admirador del turbio general que torturaba. La ausencia en el nacionalismo democrático de una intelectualidad amplia y respetable (un déficit permanente, aunque sus dirigentes ni siquiera sean capaces de sospechar el alcance a largo plazo de semejante indigencia) obliga a los cargos nacionalistas a opinar día tras día, a contestar no sólo a políticos, sino a escritores, periodistas, profesores o asociaciones, con los consiguientes resultados.

Demasiado trabajo argumental para no acabar diciendo cosas insensatas. En mi opinión, Galindo no resulta más despreciable que Josu Ternera. Sería deseable que fueran muchos los que estuvieran de acuerdo en eso.

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