El doble negocio de Cásper
Los ladrones intentaron vender por un millón de dólares un cuadro de Koplowitz. Al verse atrapados, buscaron pactar con la policía
No era la primera vez que se sentaban delante de un policía. Es más, tanto uno como otro se vanagloriaban de tener buen olfato para los maderos. Una vez, Ángel Suárez Flores, el jefe de la banda, más conocido por Cásper, entró en un bar de Madrid y pidió una caña. Los dos guardias civiles de paisano que le seguían hicieron lo mismo para no perderlo de vista. Cásper, de 43 años, 1,74 de estatura y espaldas de gimnasio, se tomó la cerveza de un trago y llamó al camarero. Sin dejar de sonreír, le tendió un billete:
- Cóbrese de aquí y dígale a esos dos señores de allí que están invitados.
No, no son de esos delincuentes que ponen cara de buenos y claman su inocencia hasta el final. Todo lo contrario. El 4 de diciembre de 2001, cuando la policía los detuvo por el robo de 17 cuadros de incalculable valor en la casa de Esther Koplowitz, el segundo de la banda, Juan Manuel Candela Sapieha, de 38 años y 1,70 de estatura, le plantó cara al policía:
Al ser detenido por los 'geos', Sapieha pensó que lo secuestraba una banda rival
La banda ofreció 900.000 euros al vigilante jurado para que se dejase atracar
- Sí, señor comisario, los hemos robado nosotros, pero usted tiene que averiguar dónde están los cuadros, y si no..., ya sabe.
Sólo 48 horas después, Cásper y Sapieha ya estaban de nuevo en libertad, disfrutando de la noche, los viajes y las casas de citas, conduciendo coches de lujo a 200 por hora, girando tres veces en cada rotonda para asegurarse de que nadie les pisaba los talones, con 20 teléfonos móviles para despistar y un ojo siempre atento al retrovisor.
Seis meses y medio les duró la alegría. El 21 de junio, uno y otro volvieron a dar con sus huesos en el talego. Fueron capturados en el hotel Meliá Castilla de Madrid cuando intentaban colocarle uno de los cuadros, Las tentaciones de San Antonio, de Peter Brueghel, a un yanki excéntrico que resultó ser un agente del FBI. Cien policías -entre ellos dos especialistas del FBI, tres gigantes del GEO y decenas de funcionarios disfrazados de mendigos, camareros o vendedores de pañuelos de papel- consiguieron por fin ponerles los grilletes y recuperar 10 de los 17 cuadros robados el pasado verano mediante una treta que también es conocida: captaron para la causa al vigilante jurado, un tal Luis Miguel del Mazo, y le ofrecieron 900.000 euros (unos 150 millones de pesetas) a cambio de que se dejara atracar, maniatar y quitar las llaves del ático de 200 metros que posee su jefa, Esther Koplowitz, en el Paseo de la Habana de Madrid. Lo que la policía teme es que ésta no sea la última aventura de Cásper y Sapieha. ¿Que los cogieron con las manos en la masa? Sí, es verdad... o tal vez no del todo.
El jueves 20 de junio, un día antes de la detención, Cásper y Sapieha ya hicieron el primer contacto con sus hipotéticos compradores, dos agentes encubiertos del FBI. La cita fue en la recepción del hotel Meliá Castilla; la hora, unos minutos antes de la medianoche. Intercambiaron algunas palabras sin sentarse y quedaron para el día siguiente a las 10.30 de la mañana en una habitación del hotel. El camino hasta ese momento había sido largo. Los delincuentes españoles, más habituados a la paliza por encargo, el menudeo de hachís y el robo de bancos por el procedimiento del agujero en la pared, pasaron un auténtico calvario hasta encontrar un comprador. Lo consiguió Sapieha, un tipo que se defiende en ocho idiomas y que gracias a eso frecuenta a la internacional del hampa que merodea por Marbella. Pero pinchó en hueso. Su contacto, residente en un país ex comunista, resultó ser un agente a sueldo del FBI. Así se enteraron los americanos de que en España había un par de delincuentes intentando dar salida a unos cuadros robados; y también así, de rebote, se enteró la policía española. Corría el mes de abril.
El 21 de junio, a la hora convenida, Cásper y Sapieha acudieron al hotel, no sin antes dedicarse a dar vueltas por toda la ciudad para despistar a los policías que les pudieran estar siguiendo. No llegaron a sospechar que el peligro estaba en el hotel. La policía había reservado tres habitaciones. Dos de ellas eran contiguas, una para que los agentes encubiertos realizaran la operación y otra de reserva. La tercera estaba situada justo enfrente, y en ella esperaban un comisario y tres agentes del Grupo Especial de Operaciones. Cásper se quedó abajo, Sapieha subió y llamó a la puerta. Quiso ver el dinero. Se lo enseñaron, pero sólo a medias. El ladrón pretendía un millón de dólares por el cuadro de Brueghel, pero la policía apenas había conseguido la mitad, así que le enseñaron un maletín dando a entender que disponían de otro idéntico. Sapieha -siempre según la versión policial- comprobó que los billetes eran buenos y salió a por el cuadro. Ni siquiera habían dado las 12 del mediodía. La ciudad era un atasco. El ladrón se escabulló entre el tráfico. ¿Dónde fue? Nadie lo sabe. La policía pensó en seguirlo, pero prefirió no acosarlo y esperar. ¿Volvería?
Lo hizo. Y con el cuadro. Llamó a la puerta de la habitación y se encontró de nuevo con los tres hombres. Para Sapieha, todos eran americanos, pero en realidad sólo lo eran dos: el agente del FBI que se hacía pasar por el millonario y un compañero suyo, apodado El Profesor, que actuaba como experto. El tercero, el hombre del maletín, era un agente encubierto español con un nivel de inglés suficiente como para engañar a Sapieha. El Profesor se inclinó sobre el cuadro. Fueron siete minutos interminables. En la habitación de enfrente, los geos se pusieron los pasamontañas. 'Sí', dijo El Profesor, 'es auténtico'.
A las dos y media de la tarde la puerta de la habitación estalló. Los agentes entraron y detuvieron a Sapieha, quien sólo se tranquilizó cuando supo que se trataba de la policía, que no estaba siendo secuestrado por una banda rival. En la entrada del hotel, simultáneamente, otros agentes hacían lo mismo con Cásper, que se fingió sorprendido: 'Os juro que yo pasaba por aquí'. Ninguno llevaba pistola.
A las tres de la tarde les leyeron sus derechos. Lo que se desconocía hasta ahora es que la policía no consiguió hasta las nueve de la noche recuperar los otros cuadros. Tanto Cásper como Sapieha se mantuvieron fríos durante todo ese tiempo, haciendo saber a los agentes que nadie da nada por nada, que si el juez quería recuperar más cuadros tendría que negociar. ¿Negociaron? Lo hicieran o no, al final de la tarde desvelaron el escondite de nueve cuadros más y juraron que ya no estaban en su poder los otros siete que aún faltan. ¿Qué consiguieron a cambio de una información tan valiosa? Uno y otro están considerados en la profesión gatos que siempre caen de pie. Ángel Suárez Flores, Cásper, lleva entrando en la cárcel desde 1986, siempre como preventivo. Nunca le han conseguido probar un delito. En el caso de Juan Manuel Candela Sapieha, tres cuartos de lo mismo. Supo lo que es una cárcel en 1983 y luego volvió en 1994, en 1995, en 1999... A veces sólo estuvo un día; la vez que más: seis meses. Lo fácil es pillarlos; lo difícil, mantenerlos en prisión. ¿Cuánto tiempo estarán esta vez?
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