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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

En honor de Mendoza

En estos tiempos de auge del famoseo y de la banalidad, creo digno de ser conocido por los lectores de EL PAÍS un hecho ocurrido el pasado 29 de mayo, día en el que los integrantes del club de lectura del centro cívico del barrio obrero barcelonés de la Trinitat Vella tuvimos el honor de contar con la presencia del escritor Eduardo Mendoza.

Estaba previsto que la última sesión de este curso girara en torno a Sin noticias de Gurb. Por razones de trabajo, Carmen, una vecina del barrio y miembro del club, conocía de vista al autor y, venciendo la timidez, se atrevió a hablarle del asunto hace unos meses. Encontró de inmediato la respuesta cordial de Eduardo y su disposición a desplazarse al barrio cuando se le indicara. No hizo falta insistir más. Fue el propio Mendoza quien, a falta de unos pocos días para la realización de la tertulia, pidió a Carmen los detalles: fecha, hora y lugar. No permitió que se le pasara a recoger en taxi y vino, puntualmente, en metro.

A nadie se le oculta que un intelectual de su talla recibirá constantes invitaciones para acudir a actos de todo tipo, con jugosas remuneraciones económicas. No olvidemos, además, que estábamos en fechas inmediatamente anteriores a la Feria del Libro de Madrid, en la que, por cierto, Eduardo ha recibido las máximas distincciones. Nada le importó, sin embargo, más que su compromiso verbal y, fiel a su cita con nosotros, modestos lectores, nos dedicó una tarde de primavera que nunca olvidaremos.

No nos fue fácil al principio participar en la charla, amena y distendida, que propiciaba Eduardo. Estábamos cohibidos ante la presencia de una gran figura literaria, pero él -con su sencillez, con su simpatía, con su bondad- rompió pronto toda barrera mental que pudiera existir y se mostró como un hombre cercano, tierno y asequible. Estos son los verdaderamente grandes, los que hacen que, en palabras de Vicente Verdú, el mundo deje de parecer inmundo.

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