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LA CRÓNICA
Columna
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El coleccionista de falos

No puedo evitarlo: cada vez que leo que han encontrado una ballena varada en alguna playa cerca de Barcelona me acuerdo de la colección de falos del insigne profesor islandés Sigurdur Hjartarson. Sé que puede sonar extraño, pero los lectores me entenderán si explico que fue allí donde vi por primera vez (y sospecho que por última) un enorme pene de cachalote de 75 kilos de peso y metro setenta de longitud. En fin, lo que podríamos llamar un cacho pene.

La verdad es que, por lo menos hasta donde alcanzan mis conocimientos, coleccionar falos no suele ser una ocupación muy habitual. La tendencia dominante en cuanto a coleccionismo se limita más bien a sellos, cromos, monedas, mariposas, escarabajos y otros objetos o seres libres de toda sospecha. Lo de acumular falos de un modo sistemático no parece ser afán muy común. Es por ello que cuando me crucé en Islandia con Hjartarson, un honorable profesor de Historia de 61 años, y me comentó en qué consistía su colección abrí unos ojos como platos. 'Empecé a coleccionar falos en 1974', me explicó muy serio, 'y hace cuatro años abrí un museo en Reikiavik para mostrarlos al público. Cada año tengo más de 5.000 visitantes'.

El profesor islandés Sigurdur Hjartarson dirige un original instituto falológico en el centro de Reikiavik

El museo abierto por Hjartarson, situado en pleno centro de Reikiavik, lleva el nombre de Instituto Falológico Islandés, que suena así como muy serio. Más de un erudito se habrá confundido al leerlo y habrá creído que se trata de un respetable instituto filológico. Pero, no, aunque ambas palabras difieran sólo de una letra, está claro que filología y falología son (al menos de momento) disciplinas harto diferentes.

En el museo, los visitantes pueden admirar la original colección reunida por Hjartarson a lo largo de casi 30 años de dedicación: un total de 143 especímenes de las 41 especies de mamíferos que hay en Islandia. 'Me faltan tan sólo dos penes para completar la colección', me indicó el profesor como si estuviera hablando de cromos. 'Uno de ellos es el de una especie de ballena pequeña; el otro es el de la especie humana. Cuando me lleguen ambos, habré completado las 43 especies que hay en la isla'.

Cuando le comenté que conseguir un pene humano no debía de ser fácil, el profesor Hjartarson sonrió cual sátiro y me mostró tres cartas de donación que tiene enmarcadas en una pared del museo. 'Sólo es cuestión de esperar', precisó con ademán científico mefistofélico. 'La más antigua de las tres donaciones es de un islandés llamado Páll Arason, de 86 años. Fue pionero del turismo en la Islandia central y un gran mujeriego'. Los otros dos donantes son un alemán de cuarenta y tantos años, Peter Christmann, y un inglés de treinta y algo, John Dower, que acompaña la carta de un molde de su pene. 'El problema es que, para no echar a perder el pene, cuando se muere el donante hay que cortarlo cuando el cadáver todavía está caliente', detalló Hjartarson con ademanes de cirujano. 'Luego se bombea la sangre para dejarlo erecto, ya que para el donante es importante que el pene se conserve con dignidad, en una buena posición. Si se deja enfriar el cadáver ya no puede hacerse'.

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Mientras Hjartarson se lamentaba de lo delicadas que son las piezas de su colección, examiné con atención los penes exhibidos en el museo. Aparte del impresionante pene de cachalote, llamaban la atención las 'delicadas' lámparas hechas con escrotos de buey. 'El primer ejemplar de la colección fue este pene de toro', me apuntó el profesor ante un falo largo y delgado. 'Cuando yo era pequeño, en el campo usábamos esos penes como látigos. En 1974, cuando empecé la colección, yo dirigía una escuela de Secundaria en un pueblo. Algunos padres de alumnos trabajaban en estaciones balleneras y me regalaban penes muy grandes. De ahí me vino la idea. Abrí el museo con 63 penes y ahora tengo ya 143'.

Hjartarson, que habla un excelente castellano, es profesor de Historia y de Español en Reikiavik. Está especializado en Historia de América Latina y vivió dos años y medio en México (1980-1982) y un año en Sevilla (1986-1987). 'El 65% de los visitantes del museo son extranjeros', apuntó. 'La reacción suele ser positiva. La sociedad islandesa no se ha molestado en absoluto. Aquí somos liberales; hay incluso profesores que llevan a grupos escolares. El museo es popular para las cenas de empresa. Los grupos empiezan aquí la noche, comparan, se ríen y luego van a beber y a cenar'.

En un póster norteamericano colgado de una pared del museo se clasifican los penes por tamaño. El mayor corresponde a la ballena (aunque el profesor Hjartarson no está de acuerdo: 'Depende de la clase de ballena'). Siguen los de elefante, jirafa, toro, cerdo, carnero, cabra, hiena, perro y, en último lugar, el pene humano. 'Es una cura de humildad para muchos visitantes', comentó el sabio profesor con una sonrisa mientras yo notaba una hiriente punzada en las partes.

Además de los penes, el Museo Falológico exhibe una serie de objetos curiosos procedentes de distintos países, como una original pasta de sopa en forma de pequeños penes, un calentador de penes tejido en lana, un mástil con la bandera islandesa hecho con un pene de toro y, la estrella de la colección, un botijo que reproduce a un guardia civil con tricornio, con la particularidad de que el agua sale por la punta del pene. 'Es mi pieza preferida', comentó Hjartarson con orgullo. 'Lo compré en Ciudad Real, durante un viaje por España. Es de una gran imaginación'.

En fin: lo dicho. Cada vez que leo que una ballena ha aparecido por las playas catalanas me acuerdo del simpático profesor Sigurdur Hjartarson y me pregunto si habrá ya completado su interesante colección de penes. Al mismo tiempo, me viene a la memoria el original botijo de Ciudad Real y me siento hinchado de un profundo orgullo que no sé muy bien a qué atribuir. ¡Dios mío! Si Freud levantara la cabeza...

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