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Columna
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San Isidoro

Editan tantos catálogos de todo tipo de exposiciones que nos lo pensamos mucho antes de comprar uno, pero el de la Fundación El Monte sobre san Isidoro merece la pena por conocer un poco de ese sevillano -o probable sevillano- universal. Frecuentemente ocurre que sabemos poco de lo que tenemos muy cerca, y así, aparte de ser un obispo de Sevilla que sacan de la Catedral en la procesión del Corpus con su hermano Leandro en dos bellísimas imágenes de plata, y además de haber escrito las Etimologías, una obra tan sabia como extensa según aprendimos en el bachillerato, apenas conocemos nada más; ni tampoco se puede decir que nos haya importado mucho.

Sin embargo, por lo que he leído en el catálogo, pocos autores habrán tenido mayor peso e influencia en la historia del cristianismo. Y como, en aquellos primeros años del seiscientos, el poder religioso estaba tan estrechamente unido al político, también en la política. Asesoraba a personalidades de muy diferentes lugares, y su opinión se escuchaba y se obedecía en los concilios de la Iglesia.

Diez mil códices se hicieron de sus Etimologías, que se dice pronto, en donde Isidoro crea una cosmología cristiana a partir de autores paganos cuya obra no leyó directamente sino a través de resúmenes o citas. Veinte volúmenes en los que, partiendo de la palabra como acceso al conocimiento, traduce el saber del pasado -la cultura cuyas raíces pone en Roma- a la mentalidad de su tiempo.

Y eso en pleno mundo visigodo que no era amigo del romano, en un momento de decadencia cultural en el que la literatura había desaparecido y el saber estaba reducido a lo necesario para poder leer la Biblia. Entonces aparece el obispo Isidoro con un inusitado y asombroso interés por el conocimiento en general, desde las ciencias profanas hasta las leyes humanas y divinas.

Es interesante el estudio de su personalidad que tan profundamente escondió en un modo de escribir que ocultara sus sentimientos. Educado en el autocontrol, se esforzaba en llegar a una verdad objetiva en donde no tuviera lugar la influencia ni el nombre del autor. Probablemente también era producto del escrúpulo y la timidez.

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