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Columna
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Escoltas

Veo ese rostro y no puedo sino estremecerme. Unos ojos vueltos, doloridos, pero diáfanos, sinceros, serenos. Sujeta una foto entre sus manos. Un tiempo mejor; ella ríe en esa foto que sostiene, ríe junto a la persona querida. Y, vuelta, nos mira ahora y parece preguntarnos: ¿por qué?, ¿por qué le mataron? Y nos acusa sin pretenderlo. De algún modo, se pregunta y pregunta a todo hombre de bien: ¿por qué tuvo que morir, acabar, liquidar para siempre su vida, quebrar y ausentarse para siempre? ¿Acaso es tan dramático todo esto que nos sucede como se me presenta a mí ahora?

Ana Isabel era novia del escolta Joseba Urdanitz, muerto en acto de servicio. (Qué duros son en este caso los tiempos verbales: hace una semana hubiera tenido que utilizar el presente: es novia). ¿Acto de servicio?, ¿se dice así? Uno no se habitúa al lenguaje militar, pero, es cierto, vivimos en estado de guerra civil encubierta, en la que otros dan la cara por nosotros, y voy a ello. El martes de la pasada semana, Joseba, confundiendo a tres guardias civiles de servicio (perseguían a unos cacos) con asesinos iluminados, sacó su pistola. Terrible confusión. La vida en juego, había que tomar decisiones en segundos. Joseba fue abatido por el plomo de fuego amigo (de nuevo la terminología militar).

Miro a Isabel y veo que pregunta ¿por qué?. 'Siempre anteponía la vida de su escoltada a la suya. Estoy orgullosa de cómo murió por salvar a Ainhoa . Él realizó bien su trabajo', dice. Pero ella se siente sola, nadie le dio explicaciones. Aunque eso apenas si cuenta ya; no tras pasar una semana de soledad. Ella ha perdido a su hombre, al apoyo para ella y su hijo. Le han roto la vida a los treinta y ocho años. ¿Quién ha sido? ¿Todos nosotros?

Llegan estos días noticias terribles de Palestina, doce muertos, cien muertos, y continúa la ofensiva. Vemos cadáveres en el suelo, edificios derruidos. Terrible. ¿Más terrible que lo que nos sucede aquí? Sí, quizá. Para Ana Isabel cuenta lo nuestro. Y ¿para los que somos sus vecinos? No quiero comparar. No es comparable. En los treinta los nazis se peleaban con puños y porras con obreros en huelga, y, de vez en cuando disparaban y mataban, eran unos vulgares matones. En los cuarenta organizaron el Holocausto, exterminio sistemático en toda Europa (más de cinco millones de judíos muertos). ¿Qué tiene que ver con nosotros? No quiero comparar. No es comparable. Pero todo ello está emponzoñado por la misma serpiente que mata hombres y destruye el pensamiento humanista. No quiero comparar, pero, en el fondo, hablamos de lo mismo. Con una diferencia decisiva: aquello está allí o en otro tiempo, esto lo tenemos entre nosotros. ¿Por qué nos hemos levantado esta mañana usted y yo?, ¿por solidaridad con el Tercer Mundo o por ir a nuestro trabajo y traer dinero a casa a fin de mes (perdone si es usted de una ONG y puede combinar ambas cosas)?

La serpiente es mucho más que los 9 mm. Parabellum, es la palabra. (Lo siento por Saramago, el pobre; y por quien le saca la cara, al pobre, viviendo en Canarias, el pobre, y no en Cuba, Angola o en Afganistán. Claro que lo hace por la poética.) No mata el plomo, mata la palabra. Ese 'gora Euskadi Ta Askatasuna', que dijo nuestro Arnaldo en Pamplona al final de la campaña de mayo es lo que cuenta (con lo fácil y correcto que hubiera sido decir 'gora Euskadi eta askatasuna'; muchos le jalearíamos con un 'gora'). Es la palabra la que carga el Astra (ya lo dice el dicho: '...las carga el diablo'). Las ideas mueven el mundo. La maldad, el genocidio, las masacres, el holocausto son producto de ideas infectas.

Y mientras lo resolvemos, mientras el PNV decide si son churras o merinas, si va por Arlabán o Salinas, si está con Arzalluz o no, los escoltas siguen muriendo. Recuerdo haber leído de joven, en algún lugar, que Augusto, el emperador romano, se rodeó de celtíberos a los que exigió la devotio (morir exponiendo sus cuerpos ante el agresor en caso de necesidad; lo hemos visto en En la línea de fuego, Clint Eastwood). Recuerdo que me conmovió leerlo y pensar en aquellos heroicos celtíberos. Anteayer saludé al escolta de un amigo (y de otros). Tiene una sonrisa franca, me gusta saludarle. Larga vida, por los ojos y el dolor de Ana Isabel (estamos contigo).

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