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Argentina liberal

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Se extiende entre el pensamiento único la increíble patraña según la cual los problemas de la Argentina derivan del excesivo liberalismo de sus autoridades. Es lamentable, aunque, después de todo, mucha gente cree que las condiciones de vida de la clase obrera empeoraron dramáticamente durante el siglo XIX por culpa del maldito capitalismo liberal: si esa mentira va a cumplir doscientos años y sigue tan campante, no hay razón para impacientarse porque desde púlpitos y cátedras y tribunas sin fin se despotrique contra el presuntamente desbocado liberalismo argentino.

Es difícil seleccionar entre lo que ha sido una catarata de bobadas sin fin. Escuché a un obispo en Buenos Aires afirmar que 'sin duda, el liberalismo está en la raíz de nuestros males'; otro prelado acusó, cómo no, a la globalización. Intelectuales y periodistas casi en bloque secundaron a estos compañeros de viaje del Gobierno de Duhalde y peroraron sobre el 'dogma neoliberal' y cómo en la Argentina nadie paga impuestos y 'el Estado quedó inerme'. Amnistía Internacional aseguró sin rubor que la pobreza fue ocasionada por el 'desmantelamiento' del gasto social.

Todo esto es puro camelo. En la Argentina 'liberal' de los noventa la economía creció un 40%, pero el gasto público lo hizo un 100%, y la deuda pública, un 160%. La recaudación fiscal -entre los habituales lamentos por la reticencia tributaria de los argentinos- subió al ritmo de 30.000 millones de dólares por año. Siempre con la anuencia del FMI, cuestionable entidad que rescató planes económicos insostenibles y fue tildada de 'liberal' cuando recomendaba ¡que subieran los impuestos!, las administraciones peronista y radical hicieron exactamente eso, y con tan peculiar liberalismo precipitaron una tremenda recesión y terminaron encerrando a sus súbditos en los bancos, donde continuarán usurpándoles sus recursos -quede para la historia fiscal, como dice el economista Gustavo Lazzari, el récord inigualable del impuesto sobre las transacciones financieras, que aumentó su alícuota tres veces en sus primeros tres meses de vida-. Es verdad que el gasto y la deuda subieron más que la recaudación, pero no cabe reprochar por ello a los sufridos contribuyentes de mi país natal. Por cierto, dentro del gasto público la partida que más creció fue el gasto social.

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La economía argentina sólo se abrió, y con matices, al Mercosur, pero preservó una apreciable protección y dispersión arancelaria hacia otras áreas. El mercado más importante, el laboral, mantuvo sus extremas rigideces y siguió en manos de corruptas oligarquías sindicales.

El Gobierno de Menem frenó la inflación y privatizó las empresas públicas, dos buenas medidas, pero incluso ellas padecieron graves contrapartidas. La llamada 'convertibilidad' era totalmente incompatible con la irresponsable política fiscal acometida desde entonces, mientras que la privatización vino acompañada de la no competencia plena y de un mal extendido en la Argentina, que revela asimismo la incapacidad institucional para crecer de modo sostenido: la corrupción.

No estoy diciendo que el país no haya mejorado en absoluto. Una visión superficial basta para comprobar que las infraestructuras y la productividad se han potenciado y, junto a la estabilidad, explican el crecimiento registrado hasta hace un lustro. Lo que digo es que las dificultades no se explican por el capitalismo liberal, sino por lo contrario, por un descalabro institucional profundamente intervencionista y antiliberal, y por un 'capitalismo de compadreo', denunciado por los liberales desde Adam Smith, bien criticado por este periódico en un editorial a propósito del caso Enron, y que tiene una larga tradición en todas las latitudes, y en la Argentina al menos desde 1930. Por desgracia, ninguna de estas lacras parece haber mejorado con la llegada de Duhalde a la Casa Rosada.

Tampoco cabe olvidar, a pesar de todo lo proclamado acerca del liberalismo y la globalización, la falta de liberalismo en un punto crucial para la Argentina y muchos otros países: el cierre de las fronteras de las naciones ricas a las importaciones de productos agrícolas y textiles. Asombrosamente, no fue el tema central de los festejos celebrados en Nueva York y Porto Alegre, llenos de propuestas para conseguir un mundo más justo y solidario, pero bajar los impuestos, abrir los mercados y permitirles a los pobres vender lo que podrían vender para prosperar, ¡eso nunca!

En una época más globalizada existió una Argentina más liberal, y para ponderarla hay que atender a la imagen porteña más difundida hoy: las colas ante el Consulado para emigrar de Argentina a España. ¿No recuerda usted que hubo un tiempo en que era justo al revés? Pues eso.

Carlos Rodríguez Braun es catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense.

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