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Columna
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Malas chicas

En algunas clases de la high school estadounidense hay un día llamado Apologies Day en que el alumno o la alumna pide perdón a sus compañeros por su avieso comportamiento hacia ellos. En esa catarsis, destacan las confesiones de las chicas referidas a cotilleos, difusión de maledicencias, arteras intrigas contra una o varias de las amigas. Mientras los chicos tienden a ser malos respecto a componentes de un grupo ajeno, las muchachas aprovechan la trama más tupida de sus relaciones y amistades, el patrimonio de sus confidencias y secretos, para hacer daño a las más cercanas.

Quienes han investigado desde hace unos años la agresividad adolescente en escuelas norteamericanas y australianas concluyen que las muchachas, con mayor inteligencia social, aprovechan esta facultad no sólo para procurarse más y mejores compañías sino, también, para destruirse con más tino. Este asunto, hasta ahora poco atendido, ha pasado a ser un tópico de moda y sólo en el próximo mes de mayo aparecerán media docena de libros en Estados Unidos reflejando el problema. Entre estas publicaciones, una de Rosalind Wiseman, a la que The New York Times Magazine dedicó un extenso reportaje el pasado domingo, se titula Queen Bees and Wannabes. Otras más son Odd Girl Out: The Hidden Culture of Aggression in Girls de Rachel Simmons; Fast Girls: Teenage Tribes and the Mith of the Slut de Emily White y Woman´s Inhumanity to Woman de Phyllis Chesler.

Las formas de agresión entre las adolescentes, distintas al uso de cuchillos, bates o puñetazos, van desde la calumnia al cerco de silencio, desde la conspiración para ensuciar la fama hasta el recurso de dirigir mensajes telefónicos a los padres sobre consumo de drogas o abortos, desde intoxicar una relación amorosa a seducir al amante.

Un investigador australiano, Laurence Owens, que entrevistó a numerosas adolescentes, ha declarado que a menudo estos comportamientos crueles forman parte de la cultura del entretenimiento y el grupo dista de concederles importancia. Las niñas, según estos estudiosos (con feministas incluidas entre ellos), parece que llegan a ser tan agresivas como los chicos después de cumplir los cuatro años pero sus acciones a partir de entonces se basan en tácticas más sutiles aunque siempre, como el otro sexo, para conquistar grados de poder y como un juego.

De todo ello sabíamos por experiencia directa, pero en España todavía vivimos la etapa de propagación de la agresividad y la violencia a cargo de los machos ibéricos. Asistimos al periodo mediático en que el hombre es el verdugo y ella la víctima, él el despiadado y ella el objeto de nuestra piedad. La desacreditación del hombre todavía durará pero enseguida recibiremos, como en otros países, una información más cabal sobre la violencia en el interior de los grupos y la pareja y, con ello, el sumario de una agresión recíproca. Cada cual a través de sus recursos de devastación.

Recursos femeninos que probablemente han crecido estos años, dentro y fuera de las escuelas, en paralelo al aumento de la violencia general y según empezó a demostrar hace una década el profesor finlandés Kaj Bjorkqvist respecto a las jóvenes. Una violencia femenina menos vistosa para los medios de comunicación pero de tanta entidad que ya las autoridades escolares norteamericanas desarrollan proyectos especiales para atajarla. Uno en la ciudad de Austin (Tejas) a cargo de la organización GENaustin se titula Las chicas como amigas, las chicas como enemigas y otro en Erie (Pensilvania), el Ophelia Project, expone los numerosos modos en que las chicas hieren a sus amigas y cómo podría detenerse tal agresión. La facilidad para difundir rumores a través del móvil o de Internet, la multiplicación de sistemas para deteriorar una reputación, los saqueos de la intimidad, muestran, en fin, un universo femenino más alterado y violento de lo que ha dado a entender la beata proclamación de las mujeres como la encarnación de la concordia o la paz y ello frente a la conspicua brutalidad de los varones.

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