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Columna
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El tiempo

Todo el mundo reconoce la utilidad de recibir noticias del tiempo por la televisión y nadie discute que el espacio deba ser habitual. Pero también, por esto último, los partes se han convertido en el intervalo más desgastado de la pantalla. No ya el más veterano, sino el más vetusto. Hoy, cuando aparece el hombre o la mujer del tiempo nos retrotraemos en el tiempo. Sus figuras, sus cantinelas, el laberinto de las tristes isobaras, las explicaciones repetidas, nos descubren que algo ya no es de nuestros días. Tal como si una dirección de televisión tras otra hubieran legado este tributo sin prestarle el menor interés.

No era así a mitad de los ochenta. Por esa época, las noticias sobre el estado del tiempo se pusieron de moda y no se conocía un país líder que no buscara realzar su prestigio con una canal de 24 horas. Se poseía la convicción de que recibir sin cesar y de cualquier área planetaria noticias meteorológicas constituía un bien de lujo y modernidad. Cuando el diario concebido por entonces como futurista, Usa Today, salió a la calle, el público hablaba sobre todo de la espectacularidad de su última página, enteramente dedicada a informar sobre cielos soleados, chubascos y huracanes. Se trataba de una aportación acorde con el desarrollo tecnológico de la sociedad y en paralelo a la creciente movilidad geográfica de los ejecutivos y las parejas. La información sobre el tiempo se asociaba, por tanto, a un inaugural estilo del tiempo.

Ahora, sin embargo, el espectáculo amenaza con convertirse en producto decadente. Hace unas semanas, cuando en un spot se hacía publicidad para protegerse en la jubilación mediante una dinámica agencia de seguros, el ejemplo contrario de la desidia se representaba por la estampa de un ochentón obligado a trabajar todavía en el programa del tiempo. ¿Por qué precisamente esa escena meteorológica era imaginable con un anciano? ¿Por qué se vinculaba nuestro parte con la decrepitud?

Insisto: cualquiera defenderá la necesidad de esa información y a sus buenos profesionales, pero algo está pasando para que ahora la escenografía, el sonido, la visión del mapa, trasmitan una infalible tristura al espectador.

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