_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Espectro

Quizá fuera muy gráfica, pero no fue una decisión muy operativa, por parte de la Casa Blanca, acumular toda la responsabilidad del ataque masivo del 11 de septiembre sobre un solo hombre. En esto, el carabinero místico Osama Bin Laden encontró la horma de su zapato en Washington. El aparato de inteligencia norteamericano respondía con total simetría a sus intereses, siguiendo los pasos del guión del millonario iluminado. El primer error del Gobierno de los Estados Unidos había sido forrarlo con armas en el contexto de la guerra fría para desgastar a la URSS, sin prever la posibilidad de que el instrumento se revolviese una vez logrados los objetivos. El segundo error fue poner su cara a la cadena de atentados suicidas, proyectando sobre él, y no sobre la organización que dirige con los apoyos de algunos estados, toda la responsabilidad y la ira de quienes se sintieron ultrajados hasta la médula por esos actos. La primera consecuencia se tradujo en que todos los muertos producidos en Afganistán que no fueran Bin Laden eran inocentes. La segunda fue que Bin Laden hinchaba su palmarés y alargaba su sombra no solamente sobre el movimiento islamista sino también sobre las capas más desamparadas de los países musulmanes. Y la tercera, que los Estados Unidos y los países aliados no habrán ganado la guerra mientras no den caza a este tipo que ha convertido El Corán en un kalashnikov, aunque fulminen su estructura terrorista y borren del mapa los países que le dan cobertura. En estos días en que la guerra ha quedado reducida a espeleología y semiótica, sin que se haya cumplido ninguno de los verdaderos objetivos del líder de Al Qaeda -una cadena de revoluciones integristas en países musulmanes-, se ve más claro que los únicos ganadores son George Bush, que del descrédito electoral con que llegó a la Casa Blanca ha pasado casi al pedestal de Abraham Lincoln, y Bin Laden, que aspiraba a ser un espectro coránico y se ha convertido en un Mahoma de vídeo para sembrar de parábolas un choque futuro más incruento. Todos los demás hemos perdido.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_