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Columna
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Job

'¿DÓNDE ESTABAS tú cuando yo creaba la tierra?'. Con esta pregunta responde Yahvé a Job, que, patéticamente, le había interrogado acerca del sentido de la existencia, no sin antes haberla maldecido, abrumado por el aluvión de desgracias que se cernían sobre él. Pero el monólogo tonante del irritado Dios, al que Job desafiaba para que, a la postre, se diera un sentido a sí mismo, no se quedó ahí, sino que se siguió explayando en una retahíla de maravillosas calificaciones acerca de las bellezas del mundo que había creado: 'Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus basas? ¿O quién puso su piedra angular, cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios?'. En este agraviado tono de justificación estética continuó Yahvé su descripción de las glorias por Él creadas, que ocupan cuatro epígrafes, del 38 al 42, del Libro de Job, con lo que se comprende la irritación del poeta católico Paul Claudel, que califica esta actitud divina como propia de un arquitecto, autosatisfecho, que nos pasea por su obra, haciendo exhibicionista ostentación de sus éxitos.

Semejante vanagloria de Dios en exaltación de su poder creador, descrito en términos artísticos, ha desconcertado a muchos pensadores y exégetas bíblicos, incluso de nuestra época, como acabamos de comprobar. También se hace eco de este escándalo George Steiner, en cuyo reciente libro, Gramáticas de la creación (Siruela), corrobora que la respuesta que da Dios a Job proviene del 'taller de un artista'. Pero lo que de verdad abruma a Steiner es que el Creador pueda contestar a una patética requisitoria moral de una de sus criaturas con la aparentemente frívola afirmación de su poder estético. Cita también Steiner las interpretaciones de este enigma dadas por Martin Buber, que señala que lo que hace realmente Dios es darse a sí mismo como respuesta, y por Rudolf Otto, que invoca la 'rareza' de la creación y de sus formas 'hechas para ser'.

Estamos, en todo caso, ante el inveterado conflicto entre arte y moral, que ha atosigado a la cultura occidental desde sus comienzos en Grecia hasta Nietzsche, para el que, volviendo sobre la polémica, aunque en sentido contrario al tradicional, 'el arte afirma. Job afirma'. ¿No hay, así, pues, un punto de encuentro o de equilibrio entre la humana búsqueda de sentido -impulso ético- y la inhumana fuerza creadora del arte, que no atiende a otras razones que la del despliegue de su volcánica energía? He aquí lo que apunta Steiner: 'En su propia escala, el Libro de Job refleja y nos comunica el salvaje misterio de la creación original, del ser cuando cobra forma. Puesto que tenemos el poema, puesto que nos deja abrumados y rebeldes, podemos experimentar algo de la elección divina de la poética y responder vigorosamente a los retos de lo ontológico, de lo ético y de lo religioso. Y en sí misma esta experiencia exalta si no ofrece consuelo'. ¿Comprenderemos ahora por qué el arte exige la paciencia de un Job?

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