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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bush ante la ONU

George Bush ha utilizado su primera intervención ante la Asamblea General de la ONU, en una sesión aplazada tras los atentados de Nueva York y Washington, para comportarse como presidente de una superpotencia en guerra. Su firme mensaje a los dirigentes mundiales ha girado casi exclusivamente en torno a la necesidad de conceder prioridad absoluta a la lucha contra el terrorismo, que el líder estadounidense, tras lo ocurrido en su país, considera de lejos la mayor amenaza a la civilización contemporánea. Kofi Annan afirmaba ayer que ningún objetivo, por lícito que sea, puede absorber todas las energías de un foro entre cuyas tareas figuran combatir la miseria o las enfermedades que castigan a medio mundo.

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La más lúgubre argumentación del encendido mensaje de Bush es que el terrorismo islamista intenta procurarse armamento de destrucción masiva -biológico, químico o nuclear- que utilizará si tiene capacidad para ello. La advertencia encaja con el contenido de unas declaraciones de Osama Bin Laden a un influyente diario paquistaní, en las que se señala que está en posesión de armas devastadoras que no vacilará en usar. Aun contando con las grandes dosis de propaganda que toda guerra acarrea, nadie sensato echaría en saco roto, después del 11 de septiembre, las afirmaciones del lunático que presumiblemente encabeza la más letal red terrorista del planeta y para quien la ONU no es otra cosa que 'una herramienta del crimen'.

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En consecuencia, el presidente estadounidense quiere que los líderes internacionales, y especialmente sus aliados, eleven el tono de su compromiso global con la lucha que la Casa Blanca encabeza. Hechos contundentes, y no más palabras de simpatía. Acciones para desmantelar las organizaciones terroristas, sus redes de financiación y sus instalaciones de adiestramiento; acciones para compartir información, porque 'no existe el buen terrorista'. Unas demandas razonables, pero que exigen en reciprocidad un esfuerzo de su Administración, solvente y continuado, por informar sobre sus intenciones y objetivos estratégicos a quienes obran de buena fe en sintonía con aquellos fines. Washington no puede pretender galvanizar tras su bandera a los Gobiernos de medio planeta sin establecer con ellos una sostenida relacion de confianza y lealtad.

Hay que celebrar que Bush haya encontrado un hueco para enmendar parcialmente su injustificable distanciamiento de un foco crucial de inestabilidad: el conflicto palestino-israelí. El presidente estadounidense, sensible siempre a los argumentos de Israel, ha rechazado tajantemente hasta ahora la idea de que una victoria real en Afganistán sólo es posible si se consigue un acuerdo de paz estable en Oriente Próximo. Por eso es alentadora, pese a su criticada decisión de no entrevistarse con Arafat en Nueva York, la claridad con que ayer se ha pronunciado sobre el objetivo de su Gobierno de ver conviviendo en paz a dos Estados, Israel y Palestina, con fronteras seguras. Y su compromiso para utilizar su influencia con el fin de que los dos bandos vuelvan rápidamente a una inaplazable mesa de negociaciones.

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