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Reportaje:

Un 'supermercado' se abre al mundo

La inminente entrada de China en la OMC desata una oleda de fusiones empresariales

¡Zafarrancho de combate en la industria china! A medida que avanza la cuenta atrás de la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), conforme al acuerdo perfilado en Ginebra el pasado día 17, una actividad febril se apodera de los sectores más expuestos a la competencia exterior. Claro que es necesario tener en cuenta todos los aspectos.

Sólo en 2000, China vivió 470 fusiones por 45.000 millones de dólares, es decir, el 12% de las operaciones de este tipo en Asia

El peligro de un capital extranjero que trastorne la economía del Imperio del Medio es más imaginario que real. O, más precisamente, es sabiamente anunciado, incluso dramatizado por el propio Gobierno, para forzar unas reestructuraciones que hasta ahora estaban atascadas por la lentitud de la sociedad o de la burocracia.

En estos momentos, el gran lavado de cara previo a la entrada en la OMC se asemeja más a un juego de mecano que a una reforma radical. En realidad, se impone una diferenciación. El cambio es espectacular si nos fijamos en un sector privado en pleno despegue hasta el punto de que representa cerca de la mitad del PIB. Pero el balance queda mitigado en el terreno de la reforma de las empresas públicas.

En efecto, en los sectores llamados 'estratégicos' (comunicaciones, energía, transportes), la política oficial no es la privatización, sino más bien la 'reestructuración', un proceso puramente técnico dirigido a incrementar la rentabilidad de estas compañías públicas lanzándolas a la palestra del mercado (la competencia sin un verdadero cambio de propiedad). Esta reforma implica, en primer lugar, la consolidación de los tejidos industriales con frecuencia dispersos alrededor de conglomerados que se benefician de economías de escala; en segundo lugar, un llamamiento masivo a los mercados financieros.

El primer elemento da lugar al recorte arriesgado del perímetro de cada industrial. Así, en el sector minero se proyecta fusionar las 340.000 pequeñas minas, poco rentables e insertadas en los dominios feudales locales, en 'uno o dos' grupos de gran tamaño y 'cinco o seis' de tamaño medio. En la aviación civil, el objetivo es agrupar a las 10 principales compañías en tres gigantes del aire (Air China, China Eastern y China Southern). En el sector del automóvil, el mismo juego de fusiones y adquisiciones dentro de la enorme masa de los 10.000 constructores deberá alimentar el poderío de tres conglomerados (First Automotive Works, Dongfeng y Shanghai Automotive) capaces de resistir el descenso de los derechos de aduana sobre las importaciones.

Las 'joyas de la corona'

En el sector petrolífero, tres de las joyas de la corona (PetroChina, Sinopec y CNOOC) dominan ya el mercado tras un implacable proceso -el bloqueo administrativo de los precios de la gasolina- para controlar las 60.000 gasolineras independientes que funcionaban hasta la fecha. El objetivo es echar el cerrojo en el mercado antes de la llegada de las multinacionales extranjeras. En las telecomunicaciones, la estrategia es idéntica -conglomerados nacionales y capital extranjero confinado a un papel marginal-, con la única diferencia de que se partía de una situación de monopolio y de un panorama muy fraccionado.

De este modo, tan sólo en 2000, China vivió un total de 470 fusiones y adquisiciones por un total de 45.000 millones de dólares, es decir, el 12% de las operaciones de este tipo en Asia. El empleo sufre seriamente con estas reestructuraciones. Por ejemplo, el gigante petrolero Sinopec suprimirá el 20% de su plantilla en cinco años (100.000 puestos de trabajo de un total de 500.000), y su rival PetroChina, el 10% (50.000 de 500.000). En total, China perdió, entre 1995 y 1999, 20 millones de empleos en la industria (el número de puestos de trabajo pasó de 110 a 90 millones).

No obstante, los partidarios de una aceleración de las reformas no lo juzgan suficiente. En especial, temen que las fusiones y adquisiciones sólo sean operaciones cosméticas para reconfigurar los perímetros que dejen intactos los males estructurales de la antigua economía (deuda, exceso de capacidad, mala gestión, exceso de plantilla). En realidad, pese a las instrucciones del Gobierno central, la ley sobre quiebras es aplicada insuficientemente sobre el terreno por las autoridades locales, preocupadas ante todo por mantener la paz social. Además, en parte se trata de un juego con las cifras que permite a las empresas públicas presentar un crecimiento espectacular -¡el 140%!- de sus beneficios entre 1999 y 2000. Sin embargo, este lavado de cara permite a las nuevas joyas de la economía china lucir un nuevo aspecto ante los inversores. Porque su obsesión -éste es el segundo aspecto de la reforma- es seducir a las bolsas para financiar la costosa modernización de su herramienta industrial. En 2000, 17.100 millones de dólares se movieron en Shanghai y Shenzhen y 18.600 millones en los mercados exteriores, en especial Hong Kong y Nueva York. Estos últimos son los principales objetos de deseo. Poderosamente asistidas por los grandes bancos de inversión internacionales (Goldman Sachs, Morgan Stanley, Merril Lynch, UBS Warburg), las empresas públicas chinas han empezado a colocar en el mercado extranjero una (pequeña) parte de su capital: Unicom, China Mobile, Sinopec y PetroChina. Pronto deberá tocarle el turno a China Telecom y al Banco de China.

Pero, aquí también, el camino de la reforma sigue siendo complicado. Estas empresas públicas buscan en estos inversores fondos y peritaje, pero su adhesión a la cultura del 'gobierno de empresa' está lejos de ser una realidad. Por ejemplo, detrás del escaparate lustroso de PetroChina se encuentra la casa madre, China National Petroleum Corp. (CNPC), arquetipo del antiguo sistema y que se llevará una parte de los beneficios. Los extranjeros accionistas minoritarios no sabrán gran cosa y, de todos modos, no disponen de ningún poder. ¿El consejo de administración? En China sigue siendo una idea novedosa. Éste es el límite del gran desbarajuste previo a la entrada en la OMC.

© Le Monde

Un caso digno de estudio

El sector de las telecomunicaciones en China es un caso digno de ser estudiado que revela la concepción de apertura del Gobierno de Pekín. Este planteamiento hace que convivan, en una mezcla singular, liberalismo y nacionalismo. En el plano interno, la inspiración liberal queda patente en la forma en que Pekín desmanteló el monopolio de China Telecom, omnipotente Estado dentro del Estado. El asalto al castillo empezó en 1994 con la creación de China Unicom. La entrada en escena de este advenedizo no podía ocultar la feroz batalla entre diversas burocracias rivales: por un lado, el Ministerio de Correos y Telecomunicaciones (MCT), padrino de China Telecom y, por otro, los ministerios de la Electricidad y de los Ferrocarriles, deseosos de acabar con esa hegemonía. Pero un doble obstáculo hizo fracasar este intento. En primer lugar, la dualidad del MCT, al mismo tiempo legislador (como ministerio de tutela) y operador (a través de China Telecom), que enseñó los dientes a Unicom y le planteó una guerra desleal. Tras su nombramiento en la primavera de 1998, el primer ministro Zhu Rongil reavivó el fuego de la liberalización. Mientras que el MCT era reorganizado como Ministerio de Industria e Información (MII), su empresa China Telecom era dividida en cuatro operadoras. El gran beneficiario del reparto de los despojos fue China Mobile. Ésta, nacida de la fragmentación del sector, heredó la telefonía móvil, un mercado en plena expansión que comparte con China Unicom, pero conservando una posición dominante (77,7% del mercado). Mientras tanto, China Unicom se ha reforzado. Ya no es la empresa desvalida de los primeros años.

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