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Entrevista:MARGARITA LOZANO | Actriz | LA ENTREVISTA DEL VERANO

'He sido siempre una 'amateur' y lo sigo siendo'

Es un día oscuro y lluvioso de julio y Margarita Lozano está en Bagnaia, cerca de Viterbo, 100 kilómetros al norte de Roma, rodeada de un paraíso verde de bosques de castaños, lagos y olivos. Nada más verla se entienden algunas cosas. Por qué puso el teatro español de los cincuenta y sesenta boca abajo. Por qué el 90% de los hombres de esa época se enamoraron de ella. Por qué Narros, Buñuel, Gutiérrez Aragón, Pasolini, los Taviani, Bolognini, Nelo Risi, Nanni Moretti y tantos más se rindieron a su presencia impresionante y a su arte portentoso.

Pregunta. ¿Por qué no da entrevistas desde hace 15 años?

Respuesta. No tengo nada interesante que contar, vivo en una tomatera. Los periodistas parecen abogados, lo quieren saber todo. Y es aburrido hablar sobre mí misma.

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P. ¿Por qué dejó el teatro y el cine?

R. ¡Boh! El teatro, porque no quise traicionar a Miguel Narros. Con el tiempo los recuerdos se hacen confusos, las razones se mezclan y no sabes cuál fue la importante. La segunda vez, cuando dejé el cine, fue para irme a África con mi marido y mi hijo. Una decisión razonada. Eran más importantes ellos que mi trabajo. Lo planté todo. Luego volví por los Taviani. Nos encontramos paseando el perro y 15 días después me llamaron para La noche de San Lorenzo.

P. ¿Cómo se hizo actriz?

R. Mi madre contaba que cuando tenía cuatro años me metía detrás de las cortinas y decía: 'Va a salir la artista'. Debe ser que se nace así. Luego fui meritoria en el María Guerrero con Luis Escobar, y ahí empecé. Mamá era maravillosa. Mira qué bonita era. (Se levanta y trae una foto sepia de una mujer guapa, de frente despejada).

P. ¿No había ningún artista en la familia?

R. Todos eran militares y médicos. Por eso nací en Tetuán.

P. ¿Tendrá que ver eso con su posterior fascinación por África?

R. No tengo ni idea. Pero no habría vuelto nunca de África. Si no fuera porque mamá se puso enferma no habría vuelto.

P. Pero ahora se le ve feliz.

R. Es muy difícil que yo no me encuentre bien en cualquier sitio. Pero no me gusta utilizar la palabra felicidad. Y ahora tenemos que ir a comer. He reservado una mesa en un restaurante de Viterbo al que iba Pasolini. (Traslado).

P. ¿Cómo le conoció? ¿Cómo era?

R. ¿No ves? ¡Ya llegó el abogado! Me lo presentó una amiga. Era una persona maravillosa. Pero es muy difícil hablar de él. Tuvimos una relación afectiva y ahora está muerto. Recuerdo que siempre hablábamos de nuestras madres, a ver cuál era mejor. Y de poesía. Una vez quiso que hiciera teatro con él. Le dije: 'Pier Paolo, no hablo italiano'. Respondió una cosa preciosa. 'Hay muchos que hablan bien pero no dicen nada'.

P. Chejov, Ibsen, Lope, Pirandello,... Había hecho casi todo.

R. Sí, ensayábamos cuatro meses y luego sólo hacíamos una sola representación. Por la censura. Era precioso. Con una bastaba. Mi predilecto es Unamuno. Hice Fedra y Soledad. No es que me guste, es que lo quiero, me hace cosquillas en la tripa, me maleduca.

P. ¿Se quiere a los autores que uno lee tanto como a los amigos?

R. ¡A él como a un gran amigo! Incluso me vestía como él. Camisa blanca, jersey azul, pantalones. Entonces casi ninguna mujer los llevaba. Luego viví en su casa de Salamanca, en casa de su hija. ¡Y dormí en su colchón!

P. ¿Tuvo muchos amores?

R. Todos éramos jóvenes y todos nos enamorábamos de todos todo el tiempo.

P. No estaba prohibido...

R. ¡Qué va! Se podía. Yo me enamoraba mucho. De la inteligencia, del atractivo, de la belleza... A enamorarte empiezas en la adolescencia y no sé cuándo terminas.

P. ¿Y no notaba que volvía locos a los hombres, como cuenta Gutiérrez Aragón?

R. No, no. Luego, viendo las fotos de entonces, veo que no estaba mal.

P. ¿Y de dónde cree que le viene el magnetismo, el misterio?

R. ¡No tengo nada de misteriosa! Vivo en Puntas y en Bagnaia. Se lo inventa la gente.

P. ¿Sintió que España no apreciaba su talento?

R. Siempre he tenido mucha suerte. He vivido en un mundo lleno de personas generosas, maravillosas, con relaciones muy positivas, y he visto y conocido a grandes actores y actrices. Ah, Berta, Berta Riaza, qué magnífica actriz, qué talla. Debería estar en la gloria. Si hubiera nacido en Francia o Italia, la tendrían en un pedestal, y la protegerían como a un tesoro. Pero no me gusta hablar mal de mi país. Lo hacía cuando trabajaba, pero ahora no. No puedo hablar mal de un país que da personas tan fabulosas.

P. Un país que asesinó a sus poetas y exilió a sus genios...

R. Sí, pero Unamuno se pasó el exilio sentado mirando a España. ¿Por qué será? Y mi marido amaba y mi hijo ama más a España que a Italia. ¿Por qué será?

P. ¿Le ha importado el éxito?

R. El éxito lo corresponde todo, pero lo que más me ha gustado siempre del teatro es el estudio, descubrir cómo las palabras iban creando los personajes, conocer sentimientos que no son míos, ir averiguando el por qué de las cosas... También es estupendo fingir.

P. ¿Se parece el fingimiento de la vida al del teatro?

R. No. Fingir en la vida es decir mentiras. En el teatro es contar verdades.

P. ¿El cine tiene menos misterio?

R. Tiene otro atractivo. Pero a mí me gusta mucho la cámara, la máquina. Tenemos química.

P. ¿Cambia la actriz?

R. La misma. Me falta todo el cuerpo, porque soy muy gesticulante, pero tampoco es grave: gesticulo igual en el cine que en el teatro.

P. Camus, Buñuel, Rovira Beleta... Ha tenido mucha suerte.

R. Mucha. Los Tarantos era una película maravillosa. Y Los farsantes, de Mario Camus, es una de mis predilectas, un retrato terrorífico y muy doloroso, pero espléndido, de la España del silencio y el hambre. La mejor suya, con Los santos inocentes.

P. ¿Y, con ese aspecto de sueca, cómo cayó en Viridiana?

R. Lo más tonto que te puedas imaginar. Estaba haciendo Casa de muñecas, teñida de rubia nórdica, y me enteré de que Buñuel estaba eligiendo actores. Pensé: 'Qué oportunidad para conocer a Don Luis', y sin idea de que fuera posible trabajar con él, me presenté. Y mira por dónde, todavía no sé por qué... Luego quiso que hiciera Tristana, y tampoco sé por qué, no pudo ser. Fue otro enamoramiento. ¿Pero quién no se ha enamorado de don Luis? Tenía un poder y una gracia...

P. Siempre sin mánager.

R. Siempre. Ah, sí. En Italia, por imposición de Carlo Ponti, tuve a la William Morris.

P. ¿Pero nunca ha esperado con ansiedad oir el teléfono?

R. Nunca.

P. ¿Una amateur, en el fondo?

R. He sido siempre una amateur, sí. Y lo sigo siendo. Además, odio el teléfono.

P. Y una autodidacta.

R. Bueno, siempre he tenido a Miguel Narros a mi lado. El era el científico y yo el conejillo de Indias.

P. ¿Se reprocha quizá haber administrado su talento demasiado, un poco locamente?

R. No. Locamente se puede hacer todo, cualquier cosa. Pero las cosas son más simples. A veces ha sido más importante cuidar a mi gente que trabajar.

P. Sólo por curiosidad, ¿ha estado mal alguna vez?

R. Una. En Barba Azul, haciendo de mujer de John Gielgud. Me enseñaron los diálogos en inglés, y cuando llegó la hora de la verdad, el inglés de sir John, sus tonos, no se parecían nada a lo que yo había aprendido. No agarraba ni una. El director me dijo: 'Sé como eres'. Y fui como soy en la vida, no como soy en el trabajo; solar, toda solar. Pero no era eso. Lo pasé fatal. Repite, repite, repite. La satisfaccción fue que, por la noche, Gielgud me mandó un ramo de flores a la habitación con una tarjeta que decía: 'Con todo el afecto, para mi esposa'. Qué actor, y qué persona. Una lección constante.

Margarita Lozano, en su casa de Bagnania (Viterbo).
Margarita Lozano, en su casa de Bagnania (Viterbo).VÍCTOR SOKOLOWICZ

PERFIL

Margarita de las Flores Lozano Jiménez. Margarita Lozano. Un nombre desconocido para muchos. Una actriz de culto para otros. Una mujer de una belleza mítica por dentro y por fuera. Una artista de un talento portentoso.

Nacida en Tetuán hace 70 años, hija de una mujer de Lorca, Lozano es sólo Marga para sus amigos. Los de la tertulia del Café Teide, cuando entonces (Miguel Narros, el desaparecido José Luis Alonso...). Y los de Puntas (Murcia) de ahora: '¡Oh, mi adorado Antonio, un sabio que cuida las tomateras, y está conforme con lo que tiene, y me dice 'Marguica, hermosa, cómo estás!'.

Allí vive Margarita Lozano retirada del mundo. Relee a sus poetas, sobre todo a Unamuno y su querido Prólogo a la vida de Don Quijote y Sancho. Lee guiones y rechaza casi todos, aunque acaba de hacer un papel en Nos miran, ópera prima de Tito López Amador. Recuerda Madagascar, Burkina Fasso, Senegal y Marruecos, donde vivió con su hijo y su marido, el agrónomo de la FAO Alessandro Magno ('se llamaba así'). Y disfruta de su relación con ese hijo, Paco, que hoy tiene 36 años, 'y es un estudiante eterno de Filosofía y Letras que se quiere hacer judío'.

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