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Reportaje:

Barberos en extinción

La jubilación de sus propietarios acabará con el medio centenar de barberías que existen en Alicante

Cosme, Aquiles, Rafael, Pepito, Julio, Amadeo..., se convirtieron en aprendices de peluquero en la posguerra, cuando todavía eran unos mocosos; heredaron las tijeras de padres y abuelos; así como unas sillas giratorias, hechas en los EEUU, que en la época comportaron un gran gasto familiar. Llevan más de 40 años arreglando el pelo y liderando las tertulias del vecindario. Cuando se les pregunta quién tomará el relevo en sus negocios, retiran la mirada. Sólo con insistencia responden: 'La barbería se cerrará cuando me retire', vaticinan todos.

Vicentín, como es conocido en la calle Bailén de Alicante, empezó cepillando los pelos que caían sobre las nucas de los clientes cuando tenía 8 años. En aquel entoces, las barberías se llamaban coiffer y los clientes guardaban cola en la calle. A los 14 años, se enfundó en un guardapolvo -como se conocía antiguamente a la bata de oficio- y emprendió su andadura bajo tutela paterna. 'Fueron años donde trabajábamos 4 o 5 peluqueros sin descanso; entoces era el afeitado el que daba de comer', recuerda Vicente. Pronto llegaron las cuchillas de importación norteamericana y a finales de los años 60 la televisión prometía un 'rasurado rápido y eficiente'. La costumbre de acudir dos o tres veces por semana a afeitarse las barbas se fue convirtiendo en un capricho de pocos. 'El cliente de afeitado prácticamente se ha perdido.A la gente le sale más barato hacerlo en sus casas', comenta Cosme, que tiene su negocio en la calle Alcoy.

El tipo de cliente que confía en las manos, ya rugosas, de estos profesionales es muy variado. 'Están los clientes de toda la vida; aquellos que se recorren la ciudad para que les cortes el pelo en un cuarto de hora; y también los hijos de tus clientes, incluso sus nietos y, por último, los turistas que pasan aquí el verano. Por eso ningún barbero coge vacaciones', reconoce Cosme.

Es la fidelidad del cliente lo que mantiene a estas peluquerías de barrio. 'Aquí encuentran confianza; la mayoría de mis clientes son ahora amigos míos; tiene su lógica, ¡me han visto más que mis hijos!', admite uno de ellos .

Julio tiene su negocio en el antiguo barrio de pescadores del Raval Roig. Fue su abuelo quien abrió la peluquería para atender a los hombres que llegaban después de faenar durante meses en el mar.

Este peluquero reconoce no tener secretos en el afeitado ' ¿Trucos? Ninguno. Se estira la piel y se coloca bien la navaja. Pero si no conozco al cliente utilizo la cuchilla de usar y tirar', explica. A pesar de tener descendencia, Julio augura el final del negocio en poco menos de dos años, cuando le llegue la jubilación. 'Mis hijos han estudiado, y ninguno se ha interesado por el negocio de su padre, son otros tiempos'.

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Pepito, que tiene su negocio en la calle peatonal San Ildefonso, es sin duda el más veterano de todos. A sus 68 años, aterriza diaramente con su ciclomotor frente al local. Después de 59 años 'haciendo girar la silla' se mantiene optimista ante la 'invasión de las peluquerías unisex', que se han convertido en su competencia más directa. 'Nosotros nunca llegaremos a perder la clientela de toda la vida, serán ellos los que, lamentablemente, nos pierdan a nosotros el día que nos jubilemos. Entoces se irán a unos estilistas', concluye.

PEP GARCÍA

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