_
_
_
_
LA EXTRAÑA PAREJA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Qué me pasa, doctor?

Estoy a favor de la clonación. Poniéndonos en lo peor, ¿a ustedes no les da también lo mismo que Isabel Tocino y Federico Trillo se reproduzcan por el triqui-triqui made in Opus o por elaboración científica? El hecho de que fuera un clon, ¿restaría méritos a los baños veraniegos de Ana García Obregón? En esto de la ciencia, durante muchos años me quedé colgada de H. G. Wells y de Julio Verne, que anticipaban los logros del progreso creyendo de buena fe en el avance de la humanidad y permanecían poco atentos al registro de patentes, que es lo que hoy se lleva. Pero, francamente, queridos, hoy en día me importa un rábano el medio y no puedo evitar el fin. De todas formas tenemos que apechugar con un mundo en el que las aguas extraterritoriales sirven para acoger a todo tipo de excomulgados, desde las mujeres irlandesas que han de abortar en un barco hasta el doctor Antinori, que va a tener que meterse en una nave pirata para iniciar su colección de monstruos.

'A ver cómo se las arregla un clon cuando la presentadora le lleve a la tele y le pregunte por su familia'

Resulta estimulante, además, situarse en la acera de enfrente del Vaticano. No acabo de entender a los padres de la Iglesia. Comprendo que estén contra el aborto: les priva de un feligrés por vez, mínimo, que a su vez es el resultado de un pecado casi tan nefasto como el derramamiento de semen por gallarda o marcha atrás. Mas, ¿por qué oponerse a un avance científico que elimina lo que mayor dentera produce a la jerarquía eclesiástica, con su Papuska a la cabeza, o sea, el coito? En realidad, lo que propone Antinori no es sino lo que hizo el Espíritu Santo con María, pero a escala planetaria. ¿No sería un mundo infinitamente más comme il faut aquel en donde a las mujeres les llegaría el virgo hasta los ojos mientras parirían sin cesar nuevos parroquianos? Amén de clientes para centros comerciales, de enganchados a Internet, de compradores por catálogo y de consumidores de palomitas en los cines.

El día en que la clonación haya llegado tan lejos que no sepamos quiénes son los nacidos por achuchón o los venidos a este mundo por un experimento, ese día dejarán de dolernos Dinio y sus hermanos y hasta los Giménez-Reyna. Será la confusión total, y ya no se nos atragantará el desayuno al leer la noticia de que, durante esa noche que hemos pasado cobijados en nuestro hogar, un nutrido grupo de subsaharianos ha dormido a la intemperie por la incuria deliberada de las instituciones. Si los subsaharianos fueran clones, ¿quién nos dice que pueden sufrir como nosotros? Y si los clones estuvieran mandando en el Ayuntamiento, ¿por qué debería sorprendernos que se comporten como desalmados?

Cierto, confieso que a veces siento la veleidad de ponerme tierna al pensar en los replicantes de Blade runner, y que me conmueve el recuerdo de la paloma que brota del aliento de Rutger Hauer cuando éste expira sin haber comprendido el sentido de su vida. Pero veamos el lado práctico. Un ser clónico puede ser un votante, siempre que le den papeles, que eso está por ver, dado el valor casi metafísico que nuestra hermosa era le da a los documentos. Es más, un ser clónico defectuoso que llegue a alcanzar la mayoría de edad antes de espicharla puede ser, obviamente después del traspaso, un votante muerto que a Jaume Matas le iría de perilla para sus campañas electorales. O sea, que no cunda el pánico. Del clónico, como del cerdo, puede aprovecharse todo.

En realidad, lo verdaderamente diabólico de la clonación no consiste en crear seres vivos por métodos artificiales. Lo repugnante es que pretendemos que sean como nosotros. Imaginen que, por error, además acumulan épocas, y como plus de lo que tenemos nos añaden el estalinismo, el nazismo, Pol Pot y etcétera. Qué fatiga.

Volviendo al lado positivo. No les engaño si digo que deseo vivir lo suficiente para ver cómo se las arregla un clon cuando Isabel Gemio le lleve a la tele y le pregunte por su familia. Cuando eso ocurra podremos descansar, con la satisfacción de haber cumplido con el mandato del Edén, a saber: crezcan, multiplíquense, no forniquen y sigan jodiendo al resto del personal.

Isabel Gemio.
Isabel Gemio.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_