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Mujeres al borde del... olvido, la muerte

Mujeres al borde de... no sólo un ataque de nervios, como en la película a la inmediatamente asociamos las primeras palabras de este título, sino al borde de la invisibilidad, el olvido, la muerte, como se titula el díptico que las compañeras de la Coordinadora de Valencia de la Marcha de Mujeres 2000 y las de la Casa de la Dona han editado con motivo de las actividades organizadas para denunciar, informar y sensibilizar a la ciudadanía, a los políticos, a las instituciones, sobre la situación de terrorismo de Estado continuo en que viven las mujeres bajo el régimen talibán de Afganistán.

Testimonios directos que hemos podido escuchar en el Colegio Mayor Rector Peset el pasado sábado 26 de mayo, transmitidos por Gloria Roig y Victoria Moreno -de la asociación catalana Dones x Dones-, que acaban de volver de los campamentos de refugiados afganos en Paquistán; y que se ha podido ver en la exposición fotográfica presentada en el local de Revolta hasta el 31 de mayo. El caso de la violencia política de género contra las mujeres en Afganistán es en realidad la plasmación de la peor de las pesadillas en que ha podido abocar el desarrollo de las diferentes formas en que históricamente las relaciones patriarcales se han concretado en cada sociedad. Es el mejor ejemplo de la exactitud y de la gran verdad que contiene el conocido eslogan feminista de que 'lo privado es político'. Es político porque es territorio de imposición y de represión por parte de las autoridades -¿autoridades?- político-religiosas sobre la vida, la actuación, la sexualidad, la libertad de las mujeres como personas con capacidad para decidir y para consentir.

Sólo que, si trasladamos la mirada a otra página del libro escrito por el imaginario y el universo ideológico patriarcal en las diferentes religiones, morales, códigos y leyes; lo privado es político también en los países occidentales y en los Estados democráticos -en el nuestro, por ejemplo, y a nuestro lado- en los que se produce día tras día, mes tras mes y año tras año, una continua violencia contra las mujeres que hunde sus raíces en la ancestral e interiorizada consideración del cuerpo y de la persona de la mujer como un objeto que se posee. De esta violencia sólo conocemos públicamente el vértice del triángulo en forma de denuncias o de muertes aparecidas todas las semanas en los medios de comunicación, como si de un suceso se tratase, y no de un problema político y social de primer orden, de auténtico terrorismo, que genera más muertes que cualquier otra forma de terrorismo como el político, con toda su gravedad.

El caso de Afganistán constituye el ejemplo más escalofriante a partir del cual poder explicar qué es eso del patriarcado a aquellos que niegan el concepto, o piensan que es algo del pasado remoto y que sólo algunas feministas locas o poco serias se empeñan en seguir utilizando una terminología tan superada y poco moderna. Sólo algunos datos al respecto: en 1996 los talibanes ocuparon Kabul y en la actualidad controlan el 90% del país. Pero habían entrado en juego muy poco antes, en 1995, cuando eran simplemente estudiantes formados en las escuelas islámicas sunnitas radicales. Su rápida expansión y su mantenimiento no puede entenderse sin analizar la política estratégica de EE UU y de Arabia Saudí en una zona de gran importancia en el comercio de hidrocarburos, de armamento, de drogas y de tráfico sexual de niñas. El informe de Amnistía Internacional de 2000 habla del desplazamiento forzado de dos millones de personas. En este contexto, el nuevo Estado talibán ha desarrollado una política ultraintegrista con respecto a las mujeres. Sólo una pequeña anécdota: el 14 de octubre de 1996, una niña de 10 años fue condenada a la amputación de sus dedos por haberse pintado las uñas. Esa anécdota responde a toda una política de género por la cual las mujeres no pueden estudiar en las escuelas ni universidades, no pueden circular libremente más que en compañía de un varón de su familia, no pueden acceder a un puesto de trabajo -a excepción de la prostitución, por supuesto-, no pueden desplazarse sin la burka -el mundo es realmente distinto bajo un espeso manto en el que el mundo sólo te llega por una pequeña rejilla-, no pueden ser atendidas sanitariamente, no pueden llevar tacones ni vestidos de colores por ser sexualmente atractivos, no pueden asociarse ni expresar sus ideas, no pueden tener relaciones sexuales fuera del matrimonio y si lo hacen la pena es la lapidación, han de tener cerradas las ventanas de sus casas para no ser vistas, etc.

La relación sería interminable y también las experiencias trasmitidas, pero ante esta situación, se tiene la inquietante sensación de que los Estados miran hacia otro lado, y este tema se considera 'asuntos internos', cuando en otros casos -los que conviene y cuando conviene- se apela continuamente a la inexistencia de derechos humanos para buscar legitimidad en las intervenciones; y cuando, paradójicamente, los medios de comunicación se escandalizan de la destrucción de obras de arte como si éste fuera el más grave de los atropellos. Claro que negocios son negocios, y muchos países comercian armas con los talibanes, y no hemos de irnos muy lejos para imaginar cuáles.

Si hablamos de ciudadanía y de democracia, de igualdad y de libertad, de solidaridad y de derechos humanos, no podemos delegar responsabilidades alegando no saber como ocurrió en el caso del holocausto: la responsabilidad es de los Estados, de los gobiernos, de los políticos, pero también es individual y personal siempre, en éste y en cualquier otro aspecto. Sólo así podemos hablar de libertad. Sobre esta cuestión en concreto, mujeres de 157 países y de más de 5.000 grupos, integradas en la Marcha Mundial de las Mujeres, están trabajando en este sentido y apoyando a Rawa (Asociación de Mujeres Afganas Revolucionarias). Nos queda la acción personal y colectiva, la denuncia, la presión en organismos estatales e internacionales... o también, ponernos la burka al denunciar los otros grados de terrorismo y de cultura patriarcal, los asesinatos de mujeres y la violencia de aquí y de ahora, porque son ramas del mismo árbol. Nos queda la voz y la palabra, como las palabras de Meena, fundadora de Rawa y asesinada en 1997: 'Si apagas de un soplo las velas de mis ojos, si congelas cualquier beso en mis labios... si levantas mil muros..., lucharé'.

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Anna Aguado es profesora de la Universidad de Valencia.

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