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Crónica:LA MAESTRANZA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un novillo encastado

Antonio Lorca

El sexto novillo, de nombre Pastelito, y de 429 kilos de peso, resultó ser una máquina de embestir y despertó a todos del sueño reparador de una tarde que iba para la desvergüenza y el olvido. Sin hacer una buena pelea en varas, acudió veloz y codicioso a la muleta que Salvador Vega le mostró desde los medios. Embistió alegre y no dejó de perseguir la franela hasta su muerte.

El novillero malagueño, muy decidido toda la tarde, le plantó cara con gallardía y arrestos y consiguió una faena vibrante, aunque de escasos ribetes artistas. Nunca perdió la cara al novillo ni se amilanó ante la casta del animal. Toreó por ambas manos en pases largos y en tandas ligadas, aunque siempre sobresalió la bravura de Pastelito sobre la madurez torera del joven novillero. Cortó una oreja con fuerza, pero más ardiente fue la ovación que despidió a un novillo de cualidades excepcionales.

Torrestrella / Roca, Amaya, Vega

Novillos de Torrestrella, desiguales de presentación. Los tres primeros, impresentables, blandos y sosos; el 6º, noble y encastado. Rafael Roca: dos pinchazos, estocada -aviso- y dos descabellos (silencio); estocada que asoma (silencio). Alejandro Amaya: estocada (ovación); tres pinchazos -aviso- y estocada (ovación). Salvador Vega: estocada (ovación); pinchazo y estocada (oreja). Plaza de la Maestranza, 30 de mayo. Novillada de abono. Menos de media entrada.

De cualquier modo, Pastelito fue una isla en una novillada que hasta entonces había sido una tomadura de pelo para que, de una vez por todas, desaparezca la muy escasa afición sevillana y huyan los turistas aletargados por el aburrimiento.

Era una novillada de lujo, de la muy postinera ganadería de Torrestrella, pero el lujo taurino de ahora es sinónimo de falta de trapío, invalidez, ausencia de casta y bondad de vaca lechera.

Los novillos de Álvaro Domecq -sobre todo, los tres primeros- no eran chicos, sino de juguete, auténticos toritos de peluche para acariciarlos, jugar con ellos en el patio y sacarlos de paseo. En otras palabras, una tomadura de pelo a una plaza que ha sido santo y seña de la tauromaquia y a una afición que, aunque ayer estaba en la playa -lista que es la gente- se merece un respeto. Pero en esta tierra bendita cría fama y échate a dormir, que el que paga es el sufrido espectador, que se aburre, calla y sufre todas las tropelías inimaginables.

El problema es que a esta fiesta ya nadie parece guardarle respeto. No se lo guarda el ganadero, que manda a Sevilla novillos impresentables; ni la empresa, que lo permite, ni, por supuesto, la autoridad, sin criterio ni conocimiento, que acepta tan grave despropósito.

No se lo guardan, siquiera, los toreros, jóvenes que pasan noches en vela con La Maestranza en la cabeza, dibujando una y otra vez esa faena de triunfo que les abra las puertas de la gloria. Pero en éstas se quedan fritos y cuando se despiertan se les ha desdibujado el sueño. Se visten en el hotel con mucha parsimonia, escuchan miles de consejos, llegan a la plaza y la realidad se les presenta con una crudeza dramática. No sólo son inexpertos, que lo son y mucho, sino que parecen autómatas, fríos, desangelados, conformistas y aburridos. Gente, al final, necesitada de gloria pero sin ánimo para encontrarla.

Rafael Roca, por ejemplo, dio toda una lección de inexperiencia taurina y echó por tierra una oportunidad para la gloria. El mexicano Amaya compuso bonitas posturas, pero su toreo es poco profundo, y la mayor decisión la protagonizó el malagueño Vega.

La banda de música inició los sones de un pasodoble cuando Amaya componía unos pases de media factura ante un noble quinto con el que quiso imitar a José Tomás en la seriedad, la verticalidad y las manoletinas, pero todo quedó en un vano intento. La música cayó pronto. En el anterior permitió que la concurrencia echara una siesta mientras él imaginaba posturas artísticas en lugar de torear.

Tampoco toreó Roca a su primero, que era un novillito sin fuerzas, ni al cuarto, noble y con recorrido. Le faltó brío, decisión, corazón y conocimiento; da muchos pases pero pocos a derechas y es precavido y poco seguro. Salvador Vega estuvo decidido en su primero, pero quiso dar la vuelta al ruedo y no se lo permitieron. Se envalentonó ante el encastado sexto y dejó un buen sabor de boca para el futuro.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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